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Claudia Sheinbaum, bastón de mando ¿y liderazgo?
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Claudia Sheinbaum, bastón de mando ¿y liderazgo?

En la construcción de su propio liderazgo, Sheinbaum tendrá que adoptar decisiones propias, incluso a contracorriente de los deseos presidenciales. Ésa será su verdadera prueba. Ahí es donde se medirá el auténtico poder del bastón de mando que ya tiene en sus manos.
10 de septiembre, 2023
Por: Ernesto Núñez Albarrán

La escena es inédita: Andrés Manuel López Obrador entrega a Claudia Sheinbaum un bastón de mando similar al que los pueblos indígenas usaban para designar al jefe de la tribu. El palo de madera, tocado con una cabeza de águila en la parte superior y adornado con listones de colores, es semejante al que recibió el propio López Obrador en el Zócalo el 1º de diciembre de 2018. Al fondo, en una noche nublada, el Templo Mayor sirve de escenografía perfecta para el insólito perfomance.

Probablemente sea una excentricidad, pero la ceremonia carece de ilegalidad. Es un acto simbólico de transmisión de liderazgo de un movimiento, y no un evento oficial, por lo que se equivocan quienes se rasgan las vestiduras queriendo encontrar la ilegalidad en una puesta en escena a la que, por cierto, sólo fueron convocados los líderes tribales del movimiento.

El acto incluye, sin embargo, ciertos elementos cuestionables no por la entrega del bastón de mando en sí misma, sino por la parafernalia de la que está rodeada.

Es decir, lo ilegal no está en el acto simbólico, sino en la presencia de funcionarios públicos que, en principio, están obligados a la neutralidad e imparcialidad para preservar el principio de equidad en la próxima contienda electoral.

Por la mañana de ese mismo jueves 7 de septiembre, las autoridades electorales dieron inicio formal y legal al proceso electoral 2023-2024 en una ceremonia ignorada por el gobierno federal y los gobiernos estatales de Morena, volcados todos en el final de la contienda entre sus llamadas “corcholatas”.

En una lógica de legalidad electoral, lo cuestionable no es el bastón de mando, sino la asistencia de 22 gobernadores en funciones y de la próxima gobernadora del Estado de México, quienes anunciaron con su sola presencia su decisión de actuar como líderes locales del movimiento, y no como mandatarios obligados a no entrometerse en los comicios.

Amén del uso de recursos públicos, vehículos oficiales, asistentes y asesores, y del tiempo de su agenda como gobernadores de estados que, por cierto, viven graves problemas.

“Los servidores públicos de la Federación, los estados y los municipios, así como de la Ciudad de México y sus alcaldías, tienen en todo tiempo la obligación de aplicar con imparcialidad los recursos públicos que están bajo su responsabilidad, sin influir en la equidad de la competencia entre los partidos políticos”, dice el cada vez menos atendido artículo 134 constitucional.

El colmo en todo esto es Alfonso Durazo, el presidente del Consejo Nacional de Morena que, en sus ratos libres, despacha como gobernador de Sonora, entidad en la que el crimen organizado ha sentado sus reales.

Ciertamente, el 1º de diciembre de 2018 López Obrador pasó primero por la Cámara de Diputados para la investidura oficial como presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y pronunció en sesión de Congreso General su primer discurso a la nación. Horas más tarde, en su plaza de mil batallas, se dirigió a sus seguidores y encabezó una ceremonia ritual, ya sin validez oficial, pero con la investidura de presidente.

Llama la atención que esta vez decidió hacerlo al revés: primero la transferencia del liderazgo y, después, si las elecciones le salen bien a Morena, la transmisión oficial del poder presidencial.

Es decir, con el bastón de mando jamás pretendió convertir a Claudia Sheinbaum en presidenta -como se ha criticado-, sino ungirla como lideresa de la corriente ideológica a la que el propio López Obrador llama “movimiento”.

Bastón, mando ¿y liderazgo?

Por méritos propios y también por los errores que han llevado al descrédito a los partidos de la transición (PRI, PAN, PRD), el presidente López Obrador ha creado y dirigido la corriente política más importante del siglo XXI mexicano.

Forjado en tres campañas electorales, aunque formalizado como partido hasta 2014, “el movimiento” es un ente que trasciende incluso a Morena y que, más que 4T, podría definirse en una palabra como lopezobradorismo.

Con sus poderosos instrumentos de propaganda, hoy aceitados con cuantiosos recursos públicos desplegados desde Palacio Nacional, el lopezobradorismo es una corriente ideológica y política y, para sus más fieles seguidores, una especie de religión en la que el credo del líder se acepta, se acata, se propaga y se impone.

En la secta es más importante la doctrina que los argumentos; los fines de la causa justifican los medios.

Lo cierto es que, a partir de 2018, el movimiento se convirtió en partido oficial y en una poderosa máquina de ganar elecciones. Como suele ocurrir, con su crecimiento el movimiento se fue llenando de todo tipo de arribistas y oportunistas, atraídos por el poder y no por la causa, movidos por la posibilidad de llegar a los cargos públicos, más que por las “nobles causas del pueblo” que aún pregona López Obrador.

Son impresionantes las cifras que dan cuenta del poder acumulado por Morena y sus aliados PT, PVEM y el extinto PES en apenas cinco años: 23 gubernaturas, mayorías en más de 20 congresos estatales, más de mil 200 municipios, la mayor parte de las capitales estatales, la mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado; 2.3 millones de militantes en Morena, 592 mil en el Verde y 457 mil en el PT.

Ésa es la plataforma de despegue de la campaña de Claudia Sheinbaum, pero también el tamaño de la responsabilidad que conlleva el liderazgo del movimiento.

Ciertamente, López Obrador estará a su lado durante el próximo año y, sin duda, seguirá siendo el factótum de la política y la voz que imponga la agenda pública desde la conferencia mañanera.

Pero, en teoría, corresponderá a ella dirigir las decisiones programáticas, la selección de candidaturas, la política de alianzas y la estrategia de campaña para cumplir eso que hace unos meses parecía un mero trámite: ganar la elección del 2 de junio de 2024.

Para ello, fue vital la sesión de ayer del Consejo Nacional de Morena, en la que Mario Delgado, Citlali Hernández, Alfonso Durazo, los gobernadores y el resto de la cúpula del partido la declararon lideresa, aunque con un poder acotado por un plan de gobierno en el que se compromete a continuar el lopezobradorismo. Eso, en los hechos, es lo que significa la “coordinación de defensa de la transformación”.

La precandidatura de Omar García Harfuch podría ser la primera decisión tomada por Sheinbaum con el bastón de mando en sus manos, pues se sabe que él es su candidato, mientras que el presidente parecía inclinarse por la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, quien estuvo acompañada ayer en su último informe antes de pedir licencia al cargo por el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, y la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto.

En la construcción de su propio liderazgo, Sheinbaum tendrá que adoptar decisiones propias, incluso a contracorriente de los deseos presidenciales. Ésa será su verdadera prueba. Ahí es donde se medirá el auténtico poder del bastón de mando que ya tiene en sus manos.

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Imagen BBC
La extraordinaria historia de Tony Osornio, la primera mujer paracaidista de México
12 minutos de lectura

Mi pasión por el paracaidismo me llevó al límite, pero un accidente que me alejó de él para siempre me reveló mi verdadera misión en la vida.

17 de septiembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.

Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.

Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.

Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.

Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.

Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.

Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.

Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.

Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.

Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.

Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.

Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.

Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.

Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.

La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.

Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.

Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.

El día que encontré mi pasión

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony escribió su historia en el libro Salto de amor por la vida, que fue adaptado al cine.

Mi marido dirigía una escuela de paracaidismo.

Yo sentía que era mi obligación ayudarlo. Pero en realidad estaba harta de viajar todos los fines de semana para acompañarlo.

Hasta que un día un amigo de mi marido le dijo: “Deberías involucrarla más para que no se aburra y se canse tanto de venir aquí. Déjala dar un salto con nosotros”.

Entonces mi marido me preguntó: “¿Quieres saltar?”.

“Por supuesto que no. No voy a hacer eso”, le respondí.

“Tienes miedo”, me retó. Él sabía que yo era orgullosa.

Entonces dije: “No, no, no. Apúntame para el próximo salto”.

No era un salto cualquiera. Era parte de una competencia de paracaidismo.

Y llegó el día. Me subí al avión, fui viendo cómo uno por uno los demás saltaban y llegó mi turno. Me acerqué sigilosamente a la puerta abierta. Y salté.

Sentí el aire en la cara y sentí que flotaba. Fue una maravilla sentirme conectada con el cielo, con el aire, con una libertad que no puedo describir con palabras. Una sensación tan profunda como la de ser uno con el todo.

Y supe que ese era el lugar al que pertenecía.

Fue un shock total para mí. Fue un placer que no puedo describir completamente. Fue maravilloso, maravilloso, maravilloso. Y lo único que vino a mi cabeza fue que tenía que hacerlo de nuevo.

Gané el segundo puesto en ese concurso. Fue toda una sorpresa porque descubrí que tenía esas habilidades.

Me resultaba muy fácil enfrentar la altura, mantener el equilibrio y encontrar la distancia exacta al punto de aterrizaje. Se me daba bien.

El trofeo fue lo de menos en comparación con las sensaciones que sentí y que me acompañaron durante toda la semana. Mientras lavaba los platos o conducía o cocinaba, revivía lo que había experimentado.

Una mujer en el Ejército

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Como paracaidista militar, Tony logró el grado de subteniente.

Seguir saltando no fue fácil porque no es un deporte barato.

Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.

Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.

Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.

Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.

Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.

¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.

Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.

Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.

“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.

Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.

La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.

Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.

Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.

Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.

Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.

El salto que cambió mi vida

Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.

Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.

Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.

Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.

Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.

En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.

Un día, en febrero de 1984, todo cambió.

Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.

La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.

Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.

Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.

Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.

Le pedí un beso, y saltamos.

Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.

Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.

Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.

Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.

Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) El paracaidismo deportivo tuvo un gran apogeo en la década de 1970 gracias a la invención de un sistema de liberación rápida del paracaídas.

Un dolor de otro mundo

Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.

Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.

Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.

La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.

Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.

Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.

Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.

Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.

Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.

Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.

Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.

Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.

Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.

Y entonces mi marido me dejó por una enfermera.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony sufrió su accidente a los 29 años. Hoy tiene 69.

El infierno

Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.

Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.

Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.

Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.

Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.

Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.

Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.

Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”

Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.

Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.

Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.

El milagro

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Contra los pronósticos de sus doctores, Tony pudo volver a ponerse de pie.

Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.

Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.

Mi cuerpo era lo de menos para mi curación real.

No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.

Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.

Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.

En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.

Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.

Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.

En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.

Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.

Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.

Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Desde 1997, Tony ayuda a personas en condición de discapacidad en su fundación Fhadi.
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