Fue larga la crónica del fracaso anunciado. Ocho años de investigaciones del GIEI sobre la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desde 2015 hasta 2023, y fue imposible develar la verdad en toda su dimensión.
Jamás dudé que el resultado final sería insuficiente. Nunca imaginé que la anterior PGR primero y la FGR ahora y la Presidencia de la República misma asumirían la verdad y la justicia hasta sus últimas consecuencias. Hoy ante la partida de Ángela Buitrago y Carlos Beristain no siento sorpresa. Y creo que estos ocho años de investigaciones independientes nos enseñan el máximo posible al que puede aspirar México de cara a la macrocriminalidad. La partida del GIEI cierra un capítulo único, inédito y muy probablemente irrepetible. Más no hay, es mi síntesis.
La crisis crónica del Estado de derecho en México es una construcción política y social y la trayectoria del GIEI puede ser leída en esa clave. Las personas extranjeras invitadas desnudaron con detalle sin precedentes al menos una parte de los entramados de corrupción y complicidades que operan con protección al más alto nivel en instituciones civiles de los tres órdenes de gobierno y también en instituciones militares. Pero miles de páginas con relatos precisos de conductas criminales, negligentes y de engaño y ocultamiento no alcanzaron para crear un impacto contundente a favor de la justicia y de la urgente reforma institucional.
Puede López Obrador calificar de “opinión” lo que fue casi una década de investigaciones basadas en evidencias y, al final, no pasa nada.
Por eso creo que hemos tocado el límite de lo posible para la justicia penal en México y la reforma institucional, si de macrocriminalidad se trata. La visita del GIEI es lo más cerca que México estará de una experiencia como la de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG) de Guatemala, con la diferencia de que allá si sometieron a la justicia al menos a algunas figuras de la más alta jerarquía política e institucional.
Por décadas he afirmado que México no ha sedimentado un acuerdo político y social a favor del respeto a la ley. Ahora además hemos comprobado que tampoco lo tiene a favor de la seguridad, la justicia y la paz. La desaparición irresuelta de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa convocó a la más voluminosa inversión de recursos jamás reunida en caso penal alguno y, con todo, no alcanzó.
En cada aniversario de aquel ataque de septiembre de 2014 ha sido mucha más la gente que calla o la que se pregunta por qué nos debe seguir importando y somos mucho menos quienes, cada año, volvemos a exigir justicia. El saldo es profundamente desesperanzador porque la desaparición de los estudiantes se convirtió, vaya paradoja, en la confirmación paradigmática de que no hemos construido una apropiación masiva de la exigencia de justicia.
Si el GIEI no iba a ser apoyado hasta las últimas consecuencias de sus investigaciones, cabe preguntar entonces exactamente para qué se le invitó. Y esto admite hipótesis profundamente delicadas, una vez que hemos constatado que los informes del grupo invitado documentaron incluso con precisión el engaño y el ocultamiento hasta los últimos días de sus indagaciones. Cuáles fueron las agendas ocultas teniendo aquí al grupo internacional y a la vez impidiendo la justicia.
¿Mostró el GIEI más lo que no lograremos que lo que sí lograremos en la justicia en México? Es muy posible. Ahora ya sabemos que una investigación independiente es solo parcialmente posible, incluso habiéndose empeñado el compromiso presidencial para que se sepa la verdad y se castigue a todas las personas responsables. Ya sabemos que no emerge la presión social de mayor escala, incluso ante gravísimas revelaciones dadas a conocer con material videográfico de soporte mostrado en la televisión en horarios de mayor audiencia. Y quizá lo peor: más allá de toda duda, hemos confirmado que las evidencias, las que sean, no alcanzan para someter a la jerarquía superior del poder civil y militar a la justicia.
En lo que hace a la macrocriminalidad, el GIEI nos enseñó el límite de lo posible. Al menos en México, creo, no hay más.
El documento fechado en diciembre de 1942 se refiere específicamente a tres campos de concentración y contradice la versión que ha mantenido la Santa Sede.
Una carta recientemente descubierta sugiere que el papa Pío XII, durante la Segunda Guerra Mundial, recibió información detallada por parte de un jesuita alemán de confianza, según la cual hasta 6.000 judíos y polacos eran asesinados en cámaras de gas cada día en la Polonia ocupada por los alemanes.
Eso es significativo porque entra en conflicto con la posición oficial que ha mantenido la Santa Sede de que en ese momento la información con la que contaba la Iglesia sobre las atrocidades que estaban cometiendo los nazis era vaga y no estaba verificada.
La carta fue descubierta por el archivista del Vaticano Giovanni Coco y fue publicada el domingo en en el periódico italiano Corriere della Sera con la aprobación de funcionarios de la Santa Sede y con el título “Pío XII lo sabía”.
Fechada el 14 de diciembre de 1942, la epístola fue escrita por el padre Lother Koenig, un jesuita que formaba parte de la resistencia antinazi en Alemania, y estaba dirigida al secretario personal del Papa en el Vaticano, el padre Robert Leiber.
La carta hace referencia a tres campos nazis —Belzec, Auschwitz y Dachau— y sugiere que hay otras cartas entre Koenig y Leiber que o bien han desaparecido o aún no se han encontrado.
Para Coco, “la novedad e importancia de este documento deriva de que ahora tenemos la certeza de que la Iglesia católica en Alemania envió a Pío XII noticias exactas y detalladas sobre los crímenes que se estaban perpetrando contra los judíos”. Y por tanto el Vaticano “tenía información de que los campos de trabajo eran realmente fábricas de muerte”.
El historiador David Kertzer, autor de varios libros sobre el papa Pío XII y su papel en la guerra, le dijo a la BBC que lo novedoso de la carta es que “habla específicamente de los crematorios, de miles de judíos que eran arrojados a los hornos cada día”.
Y por otro lado, que fue presentada por un archivista del Vaticano.
“Me parece que muestra un esfuerzo en el Vaticano o al menos en partes del Vaticano por comenzar a aceptar esta historia”, agregó.
La carta se encontraba entre los documentos que hasta hace poco se guardaban de forma desordenada en la Secretaría de Estado del Vaticano, según Coco.
Para Suzanne Brown-Fleming, directora de Programas Académicos Internacionales en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos en Washington, que estos archivos se den a conocer muestra que el Vaticano se estaba tomando en serio la declaración del papa Francisco de que “la Iglesia no tiene miedo de la historia”.
Francisco ordenó que los archivos de guerra se abrieran en 2019.
“Hay tanto un deseo como un apoyo a que se evalúen cuidadosamente los documentos desde una perspectiva científica, ya sea favorable o desfavorable (para el Vaticano) lo que los documentos revelan”, añadió Brown-Fleming.
“Con la apertura de los archivos vaticanos de este periodo hace tres años, hemos desenterrado una variedad de documentos que muestran lo bien informado que estaba el Papa sobre los intentos nazis de exterminar a los judíos de Europa desde el momento en que se pusieron en marcha”, le dijo Kertzer a la BBC.
“Esta es sólo una pieza más”, concluye.
Kertzer añade que, más que lo que han revelado esos documentos, “lo que ha dañado la reputación del Vaticano es su negativa a enfrentar esta historia con ojos claros”.
El documento que se acaba de conocer probablemente alimentará el debate sobre el legado de Pío XII y su controversial campaña de beatificación, que actualmente se encuentra estancada.
Sus partidarios siempre han insistido en que el pontífice trabajó de maneras concretas detrás de escena para ayudar a los judíos y que no habló para evitar que empeorara la situación de los católicos en la Europa ocupada por los nazis.
Sus detractores afirman que por lo menos le faltó valor para dar a conocer la información que tenía a pesar de las peticiones directas de las potencias aliadas que luchaban contra Alemania.
Uno de los libros de Kertzer, además, reveló una larga y secreta negociación entre Hitler y Pío XII para alcanzar un acuerdo de no agresión.
Al final, la evidencia indica que el papel de Pío XII en la Segunda Guerra Mundial es ambiguo. Aunque consideraba que el nazismo era un movimiento político pagano que maltrataba a los católicos, no fue un Papa particularmente incómodo para el Tercer Reich.
Y tampoco denunció con claridad el exterminio judío, aunque quizás tenía conocimiento de la barbarie que estaba ocurriendo.
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