“(…) llegaron más de cien personas a decirle adiós a mamá. Chac, chac, chac. Está un señor vendiendo raspados en su triciclo. Y cada vez que talla el hielo con su raspador, suena Chac chac, de la misma manera que sonaba su máquina de hemodiálisis, chac chac chac…“.
Un aire enriquecido por partículas rulfianas flota permanente sobre “Lengua dormida“, la novela más reciente de Franco Félix, autor (re)conocido dentro de su propia historia, con sequedad agreste, como “el de las palabras” por su hermana cuando lo invita, casi orillándolo a cumplir inmediatamente la misión impuesta, a dirigirse a la concurrencia durante el funeral de su madre, entidad fundamental sobre la que el autor construye una narración autobiográfica que describe un universo familiar cargado de una extraña belleza conferida, en toda la complejidad descrita a lo largo de su historia, por los retranqueados lazos que constituyen la que al fin de cuentas es la relación filial de la que se surte la novela para contarnos, de forma siempre agridulce, un drama tan singular que pareciera haber sido vivido por todos.
Desde su arranque, la novela propone al lector una atmósfera que se muestra mediante capas superpuestas que parecieran, por decirlo de alguna manera, retratar toda clase de pormenores alrededor de lo que se cuenta para después amplificarlos sutilmente hasta develarnos una gran imagen que nos permite interesarnos en el cosmos de afectos únicos que comparte el autor.
Convertido en el personaje central de la trama, Franco Félix se introduce en su propia narración para compartir, durante el arranque de “Lengua dormida” que mira, simple y llanamente, a su madre sentada bajo el cobertizo de su casa. Es rara la madre que mira Félix, pues en un punto le corre tierra por dentro y esta se le escurre por el oído. Pronto sabremos que la mamá frente a la que se encuentra el escritor es efectivamente la suya, pero muerta, recién salida de la caja y llegada a rastras al primer capítulo mientras musita incoherencias, afectuosas frases provenientes de un simple no-lenguaje que solo son comprendidas por el Padre del autor, personaje que aparecerá inmediatamente después y cuya impronta constituye también uno de los ejes de la novela.
Bella y profundamente conmovedora dentro de su clara intención de no conmover, “Lengua dormida” es un trabajo singular que recubre al lector con una sustancia emanada directamente del lenguaje que emplea, firmamento desprovisto de artificios dotado por entero del sobrio poder que le aportan a cada página las vidas humanísimas, y tristísimas y alegrísimas que nos muestra.
* Franco Félix. “Lengua dormida”. 2022, Editorial Sexto Piso.
Hay una ira creciente por la poca ayuda que llega a las ciudades y pueblos de las montañas del Atlas.
El bebé de Khadija aún no tiene nombre y su primer hogar es una tienda de campaña junto a la carretera.
Nació minutos antes de que se produjera el mortífero terremoto del viernes por la noche en Marruecos.
Aunque Khadija y su hija salieron ilesas, el hospital de Marrakech donde se encontraban fue evacuado. Tras una rápida revisión, les pidieron que se marcharan apenas tres horas después del nacimiento.
“Nos dijeron que teníamos que irnos por miedo a las réplicas”, explicó.
El sismo de magnitud 6,8 sacudió el centro del país, con epicentro a 71 kilómetros de la turística Marrakech. Por ahora se cuentan más de 2.100 personas fallecidas en una decena de provincias y el número de heridos ha ascendido a más de 2.420. Unos 20 minutos después hubo una réplica de magnitud 4,9.
Con su recién nacida en brazos, Khadija y su marido intentaron tomar un taxi a primera hora del sábado para ir a su casa de Taddart, en la cordillera del Atlas, a unos 65 kilómetros de Marrakech.
Pero de camino se encontraron con que las carreteras estaban bloqueadas por corrimientos de tierra y sólo llegaron hasta el pueblo de Asni, a unos 15 kilómetros de su destino final.
Desde entonces, la familia vive en una tienda de campaña básica que han logrado construir junto a la carretera principal.
“No he recibido ninguna ayuda ni asistencia de las autoridades”, nos dijo, sosteniendo a su bebé mientras se protegía del sol bajo un endeble trozo de lona.
“Pedimos mantas a algunas personas de este pueblo para tener algo con lo que taparnos. Sólo tenemos a Dios”.
Khadija nos contó que sólo tiene un conjunto de ropa para el bebé.
Amigos de su ciudad natal les han contado que su casa está muy dañada y no saben cuándo podrán tener un lugar adecuado donde alojarse.
Cerca del lugar donde Khadija acampa, la frustración crece a medida que pasan los días y apenas llega ayuda a los pueblos y aldeas de las zonas montañosas al sur de Marrakech.
En Asni, a solo 50 kilómetros de Marrakech, la gente dice que necesita ayuda urgente.
Un grupo de gente enfadada rodeó a un reportero local y le arrojaron sus frustraciones: “No tenemos comida, no tenemos pan ni verduras. No tenemos nada”.
El reportero, en el centro de la multitud, tuvo que ser escoltado y llevado lejos por la policía, mientras la gente aún lo seguía, desesperada e intentando desahogar su ira.
“Nadie ha venido a nosotros, no tenemos nada. Sólo tenemos a Dios y al rey”, dijo un hombre de la multitud que no quiso dar su nombre.
Desde el terremoto vive al margen de la carretera principal del pueblo con sus cuatro hijos. Su casa sigue en pie, pero todas las paredes están muy agrietadas y tienen demasiado miedo para quedarse allí.
Han conseguido volver y coger algunas mantas, lo único que ahora tienen para dormir.
En un momento, un camión pasó entre la multitud. Algunas personas intentaron hacerle señas, esperando desesperadamente que les dejara suministros. Pero el camión siguió su camino, seguido de abucheos.
Algunos dicen que han recibido tiendas de campaña de las autoridades, pero no hay suficientes para todos.
Cerca de allí está Mbarka, otra persona que vive en una tienda de campaña. Nos guió por las calles laterales hasta su casa, en la que ya no puede vivir.
“No tengo medios para reconstruir la casa. De momento, sólo nos ayuda la gente de la zona”, nos contó.
Vivía allí con sus dos hijas, su yerno y tres nietos.
Cuando su casa empezó a temblar, salieron corriendo y casi fueron alcanzados por el derrumbe de una casa mucho más grande que empezó a deslizarse colina abajo.
“Creemos que el gobierno ayudará, pero hay 120 pueblos en la zona”, dijo su yerno Abdelhadi.
Con tanta gente necesitada de ayuda, un gran número de personas tendrá que esperar más tiempo para recibir asistencia.