A lo largo de los años se ha trabajado para desestigmatizar el diálogo en torno a la salud mental y el suicidio, promoviendo un mayor conocimiento y conciencia en la sociedad a través de programas de apoyo emocional hasta investigaciones sobre factores de riesgo. Sin embargo, sigue siendo vital mantener y ampliar estos esfuerzos para reducir el número de vidas perdidas y proporcionar ayuda a quienes luchan en silencio.
Hasta 2022 en México se registró una tasa de suicidios de 6.2 por cada 100 mil habitantes, es decir, poco más de ocho mil suicidios consumados, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Ante este panorama es importante que analicemos con qué herramientas contamos para abonar a la prevención.
En los últimos años hemos sido testigos de un preocupante aumento en las tasas de suicidio entre los jóvenes, lo que ha generado una alarma generalizada en nuestras comunidades. Esta escalada en los números no solo es un triste recordatorio de las luchas internas que muchos jóvenes enfrentan en silencio, sino también una llamada de atención para adoptar enfoques integrales en la prevención del suicidio.
Para contrarrestar esta situación se requiere una respuesta que no sólo aborde los síntomas superficiales, sino que también vaya a la raíz del problema. Esto significa enfocarse en el bienestar integral de los jóvenes, abordando sus necesidades emocionales, mentales y físicas de manera holística.
El primer paso para la prevención del suicidio es el reconocimiento de las señales de alerta. Los cambios en el comportamiento, el aislamiento social, la expresión de pensamientos negativos o devastadores y el descuido en el autocuidado, son indicadores que no deben pasarse por alto. Vencer nuestra indiferencia e incomodidad con los temas difíciles, como el suicidio, y asumir un rol protagónico para educarnos sobre las señales de alerta es esencial en este esfuerzo. Reconocer estas señales en círculos de amigos, familiares y compañeros puede marcar la diferencia en la vida de alguien que está luchando.
2. Resiliencia
La resiliencia no es indiferencia a lo que sentimos sino el profundo reconocimiento de nuestras emociones y capacidades para sobreponernos a las adversidades de la vida de manera saludable. Enseñar y desarrollar habilidades de afrontamiento, así como la capacidad de adaptación y confianza en sí mismos puede ayudar a nuestra juventud a construir una base sólida para superar momentos difíciles.
3. Bienestar integral
La prevención del suicidio va más allá de simplemente abordar el tema mental. Necesitamos promover activamente el bienestar integral, que incluye la atención a la salud emocional, mental y física por igual. Fomentar hábitos saludables, como el ejercicio regular, una dieta equilibrada y la práctica de técnicas de relajación, puede tener un impacto significativo en la salud de las juventudes.
Como parte del bienestar integral se contempla al bienestar emocional y físico que están estrechamente entrelazados. La falta de sueño, una mala alimentación y la falta de actividad física contribuyen al deterioro de nuestra salud mental. Redefinir conceptos erróneamente aprendidos como la compasión, autocompasión, y la vulnerabilidad también es fundamental. Asimismo, fomentar la práctica de la gratitud y los actos de bondad puede ayudar a las personas a desarrollar una percepción más positiva de sí mismas y su entorno.
Enfrentar el aumento de las tasas de suicidio en jóvenes es una tarea que no puede abordarse con enfoques fragmentados o soluciones rápidas. La prevención del suicidio exige un enfoque integral.
4. Conexiones significativas
Las relaciones significativas con otras personas son fundamentales. Estas constituyen la base de nuestras redes de apoyo, son ese espacio seguro donde podemos ser tal como somos sin temor a ser juzgadas, donde se nos recibe con compasión y conectamos a través de nuestras vulnerabilidades como seres humanos que enfrentan desafíos emocionales. Nuestra juventud, y todas las personas, deben contar con este tipo de relaciones esenciales para nuestro bienestar.
* Carlos Ordóñez Pérez es director nacional de Bienestar Estudiantil del Tecnológico de Monterrey.
Cuando el terremoto destruyó su casa, Tayeb ait Ighenbaz tuvo que elegir a quién salvar. La decisión de rescatar a su hijo de los escombros y dejar morir a sus padres aún lo atormenta.
Tayeb ait Ighenbaz se vio obligado a elegir entre salvar a su hijo de 11 años o a sus padres cuando estos quedaron atrapados bajo los escombros tras el devastador terremoto en Marruecos del pasado viernes.
El pastor de cabras de una pequeña comunidad en las montañas del Atlas dice que está atormentado por la decisión que tuvo que tomar.
Tayeb estaba con su esposa, sus dos hijos y sus padres el viernes por la noche en su pequeña casa de piedra cuando esta fue sacudida por el mayor terremoto que ha sufrido el país en 60 años.
Acompaño a Tayeb a su antigua casa que ahora está en ruinas.
Todavía se puede ver parcialmente el interior de la construcción. Él señala los escombros mientras me dice: “Allí es donde estaban”.
“Todo pasó muy rápido. Cuando sucedió el terremoto, todos corrimos hacia la puerta. Mi padre estaba durmiendo y yo le grité a mi madre que saliera, pero ella se quedó a esperarlo”, dice.
Del otro lado, él solo podía ver a su esposa y a su hija.
Cuando regresó a la casa derrumbada, Tayeb encontró a su hijo y a sus padres atrapados entre los escombros. La mano de su hijo se asomaba entre los cascotes.
Sabía que tenía que actuar rápidamente, y se dirigió hacia donde estaba su hijo Adam, y comenzó a cavar deseperadamente para sacarlo.
Cuando fue a buscar a sus padres, atrapados bajo una gran losa de piedra, dice que ya era demasiado tarde.
“Tuve que escoger entre mis padres y mi hijo”, dice con lágrimas en los ojos.
“No pude ayudar a mis padres porque una pared cayó sobre sus cuerpos. Es muy triste. Vi como morían mis padres”.
Tayeb señala las manchas sobre su pantalón, y me dice que es la sangre de sus padres. Toda su ropa está dentro de su casa. No ha podido cambiarse desde que se produjo el sismo.
La familia vive ahora junto a sus parientes en carpas improvisadas cerca de su antigua casa. Tayeb cuenta que todo su dinero está en la casa, y que la mayoría de sus cabras han muerto.
“Es como haber nacido otra vez en una nueva vida. Sin padres, sin casa, sin comida, sin ropa. Tengo 50 años y tengo que empezar de nuevo”, dice.
Él no puede ahora pensar en cómo continuar, pero se acuerda de las lecciones que le enseñaron sus padres.
“Siempre me decían ‘sé paciente, trabaja duro, nunca te rindas’”.
Mientras conversamos, su hijo Adam se acerca vestido con una camiseta del club de fútbol Juventus con el nombre de Ronaldo en la espalda, y abraza a su padre.
“Mi papá me salvó de la muerte”, dice sonriendo.
Unos metros más lejos, camino a la ciudad de Amizmiz, otro hijo abraza a su padre.
Abdulmajid ait Jaefer dice que estaba en su casa con su esposa y sus tres hijos cuando comenzó el terremoto y “el piso se cayó”.
Su hijo Mohamed, de 12 años, salió del edificio, pero el resto de la familia quedó atrapada.
Abdulmajid cuenta que sus piernas quedaron atrapadas bajo los escombros, pero que un vecino lo ayudó a salir.
Luego pasó dos horas tratando de rescatar a su esposa y a una de sus hijas.
Las dos estaban muertas cuando logró sacarlas de entre los escombros.
Al día siguiente, el cuerpo sin vida de otra de sus hijas fue rescatado.
Abdulmajid, de 47 años, duerme ahora bajo un toldo frente a lo que quedó de su casa.
Puede ver la cocina, con la nevera aún de pie y ropa colgada puesta a secar.
Dice que no puede abandonar la zona porque necesita “hacer guardia” para proteger sus posesiones, y el recuerdo de su vida allí.
“Esa es mi cocina y mi nevera. Todos estábamos allí. Ahora solo puedo mirar hacia allí”, dice.
Antes del viernes, Abdulmajid dice que nunca jamás pensó en un terremoto. “Incluso ahora, no lo puedo creer”.
Mientras conversamos, un auto para cerca de nosotros y un grupo de gente baja para ofrecer sus condolencias. Otros que caminan por la calle se detienen para darle un abrazo al padre y esposo.
“Éramos cinco en mi familia. Ahora somos dos”, me dice con tristeza.
“Por el momento, solo puedo pensar en una cosa: mi hijo”.
Reporteo adicional: Wahid El Moutanna.
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