En septiembre de 2014, México y el mundo fueron testigos de un acto de violencia que conmocionó a la sociedad: la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Nueve años después, el caso sigue sin resolverse, sumido en la impunidad y la falta de respuestas.
En el último informe del Grupo Internacional de Expertos Independientes (GIEI), se destaca la sistemática retención de información sobre los acontecimientos de ese 26 de septiembre de 2014. Esto arroja luz sobre el papel de las fuerzas de seguridad en la falta de transparencia y en cómo las autoridades actuaron y actúan para mantener el caso en la impunidad. Además, se señala la negación de hechos por parte de las Fuerzas Armadas, lo que ha complicado aún más la búsqueda de la verdad.
La negación de hechos por parte de las Fuerzas Armadas plantea cuestiones fundamentales sobre la responsabilidad de las instituciones militares en la protección de los derechos humanos y sobre todo en el rol que tiene como perpetradores de violencia. “Ayotzinapa” ilustra la necesidad de una supervisión adecuada y de mecanismos efectivos de rendición de cuentas para las fuerzas de seguridad en el país.
La retención de información y la falta de transparencia por parte de las autoridades son un recordatorio doloroso de las deficiencias del sistema de justicia en México. Cuando las instituciones encargadas de proteger a la población y garantizar la justicia se convierten en obstáculos para la verdad, se socava la confianza en el sistema y se perpetúa la impunidad.
La búsqueda de la verdad y la construcción de la memoria son fundamentales para la justicia en el caso Ayotzinapa. Mantener viva la memoria de los estudiantes desaparecidos es un acto de resistencia y un homenaje a su lucha. El hecho de que el caso siga sin resolverse después de nueve años refleja una lucha constante por parte de las familias de los estudiantes desaparecidos. Es una lucha no solo por conocer la verdad sobre lo sucedido, sino también por responsabilizar a quienes tienen la obligación de brindar justicia y protección a las y los ciudadanos.
La búsqueda de la verdad no es un capricho, sino una necesidad imperante en cualquier sociedad que aspira a la justicia. Mantener viva la memoria de los estudiantes desaparecidos es un acto de resistencia contra el olvido y la impunidad. La sociedad civil, las familias y personas defensoras de derechos humanos se niegan a permitir que estos jóvenes sean olvidados. Su memoria se convierte en un faro que ilumina el camino hacia la justicia y la rendición de cuentas.
A pesar de los años transcurridos, la lucha por la justicia no se ha detenido. Es importante destacar que las autoridades tienen la obligación de investigar, reparar el daño y garantizar que hechos como los ocurridos en Ayotzinapa no se repitan. La lucha por la justicia es un llamado a la prevención de futuros abusos por parte de las fuerzas de seguridad e instituciones y políticas que permitieron que este crimen ocurriera. Garantizar que hechos similares no se repitan es parte integral de la búsqueda de justicia.
La búsqueda de la verdad no es solo una lucha por los 43 estudiantes desaparecidos, sino también una lucha por el derecho de todos los ciudadanos y ciudadanas a vivir en un país donde se respeten los derechos humanos y se garantice la seguridad. Es un llamado a que las autoridades cumplan con su deber de proteger a la población y brindar justicia. La memoria de los 43 jóvenes sigue viva y su legado es un recordatorio constante de la necesidad de un sistema de justicia transparente y efectivo en México.
* Silvia Ruíz es Coordinadora de Prevención para el programa de Protección y defensa para ARTICLE 19 México y Centroamérica.
Cuando el terremoto destruyó su casa, Tayeb ait Ighenbaz tuvo que elegir a quién salvar. La decisión de rescatar a su hijo de los escombros y dejar morir a sus padres aún lo atormenta.
Tayeb ait Ighenbaz se vio obligado a elegir entre salvar a su hijo de 11 años o a sus padres cuando estos quedaron atrapados bajo los escombros tras el devastador terremoto en Marruecos del pasado viernes.
El pastor de cabras de una pequeña comunidad en las montañas del Atlas dice que está atormentado por la decisión que tuvo que tomar.
Tayeb estaba con su esposa, sus dos hijos y sus padres el viernes por la noche en su pequeña casa de piedra cuando esta fue sacudida por el mayor terremoto que ha sufrido el país en 60 años.
Acompaño a Tayeb a su antigua casa que ahora está en ruinas.
Todavía se puede ver parcialmente el interior de la construcción. Él señala los escombros mientras me dice: “Allí es donde estaban”.
“Todo pasó muy rápido. Cuando sucedió el terremoto, todos corrimos hacia la puerta. Mi padre estaba durmiendo y yo le grité a mi madre que saliera, pero ella se quedó a esperarlo”, dice.
Del otro lado, él solo podía ver a su esposa y a su hija.
Cuando regresó a la casa derrumbada, Tayeb encontró a su hijo y a sus padres atrapados entre los escombros. La mano de su hijo se asomaba entre los cascotes.
Sabía que tenía que actuar rápidamente, y se dirigió hacia donde estaba su hijo Adam, y comenzó a cavar deseperadamente para sacarlo.
Cuando fue a buscar a sus padres, atrapados bajo una gran losa de piedra, dice que ya era demasiado tarde.
“Tuve que escoger entre mis padres y mi hijo”, dice con lágrimas en los ojos.
“No pude ayudar a mis padres porque una pared cayó sobre sus cuerpos. Es muy triste. Vi como morían mis padres”.
Tayeb señala las manchas sobre su pantalón, y me dice que es la sangre de sus padres. Toda su ropa está dentro de su casa. No ha podido cambiarse desde que se produjo el sismo.
La familia vive ahora junto a sus parientes en carpas improvisadas cerca de su antigua casa. Tayeb cuenta que todo su dinero está en la casa, y que la mayoría de sus cabras han muerto.
“Es como haber nacido otra vez en una nueva vida. Sin padres, sin casa, sin comida, sin ropa. Tengo 50 años y tengo que empezar de nuevo”, dice.
Él no puede ahora pensar en cómo continuar, pero se acuerda de las lecciones que le enseñaron sus padres.
“Siempre me decían ‘sé paciente, trabaja duro, nunca te rindas’”.
Mientras conversamos, su hijo Adam se acerca vestido con una camiseta del club de fútbol Juventus con el nombre de Ronaldo en la espalda, y abraza a su padre.
“Mi papá me salvó de la muerte”, dice sonriendo.
Unos metros más lejos, camino a la ciudad de Amizmiz, otro hijo abraza a su padre.
Abdulmajid ait Jaefer dice que estaba en su casa con su esposa y sus tres hijos cuando comenzó el terremoto y “el piso se cayó”.
Su hijo Mohamed, de 12 años, salió del edificio, pero el resto de la familia quedó atrapada.
Abdulmajid cuenta que sus piernas quedaron atrapadas bajo los escombros, pero que un vecino lo ayudó a salir.
Luego pasó dos horas tratando de rescatar a su esposa y a una de sus hijas.
Las dos estaban muertas cuando logró sacarlas de entre los escombros.
Al día siguiente, el cuerpo sin vida de otra de sus hijas fue rescatado.
Abdulmajid, de 47 años, duerme ahora bajo un toldo frente a lo que quedó de su casa.
Puede ver la cocina, con la nevera aún de pie y ropa colgada puesta a secar.
Dice que no puede abandonar la zona porque necesita “hacer guardia” para proteger sus posesiones, y el recuerdo de su vida allí.
“Esa es mi cocina y mi nevera. Todos estábamos allí. Ahora solo puedo mirar hacia allí”, dice.
Antes del viernes, Abdulmajid dice que nunca jamás pensó en un terremoto. “Incluso ahora, no lo puedo creer”.
Mientras conversamos, un auto para cerca de nosotros y un grupo de gente baja para ofrecer sus condolencias. Otros que caminan por la calle se detienen para darle un abrazo al padre y esposo.
“Éramos cinco en mi familia. Ahora somos dos”, me dice con tristeza.
“Por el momento, solo puedo pensar en una cosa: mi hijo”.
Reporteo adicional: Wahid El Moutanna.
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