En un contexto cambiante para los océanos, afectados por el cambio climático y el manejo inadecuado de los recursos pesqueros, México necesita políticas públicas que aseguren la recuperación de pesquerías con la participación de las personas que viven de la pesca.
Las y los pescadores identifican claramente las problemáticas y cambios que sufren las especies pesqueras en sus ciclos de reproducción o anidamiento. Su experiencia y conocimiento empírico deben tomarse en cuenta por las autoridades y ser verificados por la ciencia para elaborar los programas de manejo pesquero y así determinar las acciones adecuadas para la recuperación de especies en deterioro.
En una visita reciente a Sinaloa platicamos con personas que viven de la pesca ribereña de camarón azul, entre quienes capturan, descabezan, procesan y comercializan el producto, quienes identifican una baja en la pesca de esta especie que atribuyen al calentamiento del agua derivado del cambio climático, la pesca ilegal o furtiva que no respeta vedas, y el desmedido crecimiento de las granjas camaronícolas en la zona.
Este conocimiento es valioso para el manejo pesquero y son las autoridades quienes deben mejorar los procesos de participación de las comunidades pesqueras, tanto en la investigación pesquera, como en la toma de decisiones que afectan al sector.
Tan solo en Sinaloa, más de 24 mil pescadores ribereños o artesanales dependen de la pesca de camarón, que es la de mayor volumen en el estado con 8 mil 999 toneladas y un valor superior a los 110 mil millones de pesos, según el Anuario Estadístico de la Producción Pesquera elaborado por la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (CONAPESCA).
Desde Oceana hemos insistido en incorporar el impacto social de la pesca como un elemento fundamental para las herramientas del manejo pesquero, más allá de las cifras económicas y toneladas de captura, pues son las personas que viven de la pesca las principales aliadas para lograr océanos abundantes y sustentables.
México necesita políticas públicas que integren las voces de la pesca que hasta ahora han estado ausentes.
* Esteban García-Peña Valenzuela es director de Pesquerías de Oceana en México (@OceanaMexico).
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Mamadou Safayou Barry, un guineano de 25 años, emprendió un viaje en bicicleta de más de 4.000 kilómetros para estudiar en la universidad de sus sueños.
La Universidad de sus sueños estaba a más de 4 mil kilómetros de su hogar y aún así Mamadou Safayou Barry decidió montarse en su bicicleta y atravesar 6 países para llegar hasta ella.
En mayo, partió de Guinea hacia el prestigioso centro Al-Azhar, situado en Egipto con la esperanza de ser aceptado.
En el camino de esta aventura, el joven de 25 años y padre de un niño, soportó un calor abrasador durante 4 meses y hasta fue detenido en uno de los países repletos de militantes islamistas o golpes de estado.
Pero valió la pena.
Cuando finalmente llegó a El Cairo recibió una beca por parte de la institución.
Estoy “muy, muy” feliz, le dijo a la BBC.
Agregó que pese a no poder pagar el curso de Estudios Islámicos en Al-Azhar, ni los vuelos a Egipto, la reputación de la universidad lo impulsó a arriesgarse en un viaje a través de Mali, Burkina Faso, Togo, Benin, Níger y Chad.
Al-Azhar es uno de los centros de aprendizaje islámico sunita más influyentes del mundo.
También es uno de los más antiguos. Fue fundado en el año 670 d.C.
Barry salió de su casa “en busca de conocimientos islámicos”, pero en Malí, Burkina Faso o Níger, los ataques de militantes islamistas contra civiles son frecuentes y los recientes golpes de estado han provocado inestabilidad política.
“Viajar por estos países es muy difícil porque no tienen seguridad en este momento”, dijo.
“Tienen muchos problemas y la gente está muy asustada. En Mali y Burkina Faso la gente me miraba como si fuera una amenaza. Veía a los militares por todas partes portando armas grandes y coches“, dijo Barry.
Dijo que fue arrestado y detenido tres veces sin una buena razón: dos en Burkina Faso y una en Togo.
Sin embargo, la suerte de Barry cambió cuando llegó a Chad.
Un periodista lo entrevistó y publicó su historia en internet, lo que llevó a algunos buenos samaritanos a financiarle un vuelo a Egipto.
Esto le evitó andar en bicicleta por Sudán, dónde algunas áreas son actualmente zonas de guerra.
El 5 de septiembre llegó finalmente a El Cairo.
Su determinación le valió una reunión con la decana de estudios islámicos, Nahla Elseidy.
Después de hablar con él, Elseidy le ofreció una plaza en el curso de Estudios Islámicos de Al-Azhar, con una beca completa.
La decana dijo en las redes sociales que la universidad estaba dispuesta a ofrecer sus conocimientos a estudiantes de todo el mundo
Y que esta filosofía “no sólo cubre a los estudiantes internacionales en Egipto sino que también se extiende más allá. Al-Azhar recibe estudiantes de todos los países, los cuida y les ofrece ayudas”.
Barry dijo que estaba “muy, muy feliz” de haber recibido la beca.
“No puedo expresar lo feliz que estoy. Le di gracias a Dios“, dijo.
Barry añadió que los problemas que se encontró durante su expedición quedaron olvidadas hace mucho tiempo y borrados por la alegría de poder convertirse en un becario de Al-Azhar.
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