Fui privada de mi libertad durante 13 meses, tras las rejas de un penal del Estado de México, en una estancia identificada como la celda 14. Compartí ese espacio de aproximadamente 10 metros de largo por 5 de ancho con más de 100 mujeres, junto a las que experimenté una realidad que la mayoría desconoce y que, a menudo, se encuentra oculta tras los muros de las prisiones.
La celda no era precisamente un espacio acogedor. Tenía un espacio para bañarnos en el que no existía la privacidad, pues teníamos prohibido colocar cortinas o cualquier cosa que brindara algo de intimidad. Una pequeña pared separaba tres inodoros, de los cuales solo uno solía funcionar adecuadamente.
Las camas, si así pueden llamarse, consistían en planchas de concreto de pequeñas dimensiones en las que dormían dos personas, apiladas hasta cuatro niveles hacia arriba, sin escaleras. Dado el hacinamiento, a mí me fue asignado un pequeño espacio entre el suelo y la primera plancha de concreto, conocido como “catarata”, donde dormí durante más de un año.
La falta de condiciones adecuadas para dormir, sumado a la presencia de plagas como cucarachas y chinches, hacían que descansar y conciliar el sueño fueran un reto constante. A eso se sumaban las madrugadas en las que, sin previo aviso, decenas de policías ingresaban para hacer operativos, en los que nos hacían salir al patio, mientras revisaban nuestras pertenencias, que muchas veces solían dejar mojadas o destrozadas.
Cada día en prisión estaba marcado por estrictos horarios y pases de lista que suelen empezar entre las 4 o 5 de la mañana. A partir de ahí iniciaba la talacha, como se le que conoce a las tareas de limpieza, en las que teníamos apenas 30 minutos para guardar bien nuestras cosas para evitar que otras compañeras nos las robaran. Obtener alimentos, acceder al lavadero para lavar la ropa o poder participar en talleres productivos para generar algún ingreso dentro de prisión, siempre implicaba enfrentar largas filas donde, en ocasiones, resultaba imposible encontrar un lugar disponible.
En estas circunstancias, los teléfonos eran un bien escaso y muy demandado. Solo dos equipos de seis estaban disponibles para el uso de todas las mujeres privadas ahí de su libertad, lo que significaba filas y esperas prolongadas para poder comunicarnos con nuestros seres queridos.
A pesar de la desesperanza y la monotonía que impregnaba cada día en la cárcel, las llamadas a mi hijo se convirtieron en mi ancla emocional. Cuando La Cana, una organización que brinda apoyo y actividades productivas a las personas en situación de reclusión, llegó al penal, encontré una luz de esperanza. Esta organización llegó tras una noche en la que había considerado quitarme la vida, debido a la falta de recursos legales y la complejidad de los trámites para recuperar mi libertad, mientras veía constantemente cómo mi familia sufría.
Gracias a su intervención, mi estancia en la cárcel se volvió más tolerable. Pude cambiar de taller productivo -inicialmente trabajaba haciendo figuras de foamy donde podía ganar alrededor de 5 pesos por kit- además de encontrar algo de paz en el bordado, también recibía artículos de higiene personal y era invitada a otras actividades. Mis ingresos aumentaron, comencé a bordar ganándome por una figura bordada los mismos 50 pesos que podían llegar a ganar las más expertas en el otro taller, pero en menos horas de trabajo.
Finalmente, un día me concedieron el beneficio del brazalete electrónico, lo que me llenó de felicidad. Sin embargo, uno de los requisitos era conseguir un trabajo fuera de la cárcel, lo que parecía un desafío insuperable dada mi situación de reclusión. Fue así que inició mi segunda experiencia con La Cana. Ellas se ofrecieron como mi aval laboral, y así seguí trabajando con ellas fuera de la cárcel. Pasado un tiempo, me quitaron el brazalete y yo continué con ellas teniendo un empleo formal. Desde entonces, tanto a mí como a mi familia nos han brindado su apoyo incondicional y nos han acogido a todos.
La cárcel, sin embargo, no es lo que muchas veces se muestra en la televisión o se cuenta en pláticas. Es un lugar donde se pierde mucho más que la libertad legal; es una pérdida emocional, física y espiritual. Se es privado de la propiedad más preciada: el control sobre nuestra vida, nuestra alma y nuestro destino.
Es fundamental que entendamos la urgente necesidad de reformar los sistemas penitenciarios y abogar por condiciones humanas y respetuosas en los centros de detención. La reinserción social debe ser un objetivo central en el proceso de privación de la libertad.
Mi experiencia en la cárcel me ha enseñado que no debemos juzgar a las personas por su pasado, sino brindarles una oportunidad de cambiar y rehacer sus vidas. Nadie merece una eternidad de sufrimiento tras las rejas. Es hora de que la sociedad mire más allá del estigma y apoye la transformación de quienes, como yo, han vivido un día en la cárcel que se siente como una eternidad.
Sabemos que estar sentados durante muchas horas afecta la salud, pero ¿y estar parados?
En la vida moderna, muchos de nosotros nos pasamos la mayoría de las horas en las que estamos despiertos, sentados. Una revisión de las investigaciones existentes reiteran el impacto dañino de periodos prolongados de estar sentado sin pausa.
Muchos sitios de trabajo han adoptado escritorios ajustables, que te permiten sentarte o pararte al presionar un botón o una palanca, con el fin de evitar los efectos nocivos de estar sentados por tiempos prolongados.
Pero ¿es mejor estar parado?, ¿existen riesgos al estar demasiado tiempo de pie?
Aquí lo que dicen las investigaciones sobre los riesgos de permanecer demasiado tiempo de pie o sentado, y si realmente vale la pena invertir en -o deshacerse de- un escritorio ajustable.
Estudios reciente sugieren limitar los periodos de pie a 40 minutos sin descanso. Esto reduciría las posibilidades de desarrollar los dolores musculares y de articulaciones asociados a estar de pie. Aplica a las personas que hayan tenido síntomas anteriormente y a las que no.
No todos los que permanecen de pie por periodos extendidos van a experimentar síntomas musculoesqueléticos, y habrá personas que son más resistentes a los efectos de permanecer de pie que otras.
Sin embargo, así te tomes un periodo de pausa de estar de pie, si has desarrollado problemas relacionados a estar parado, es probable que los vuelvas a experimentar cuando te vuelvas a parar.
El reducir o interrumpir el tiempo sentado parándote o moviéndote puede mejorar tu circulación sanguínea, metabolismo, salud cardíaca, salud mental y expectativa de vida.
Estudios modelo muestran que solo cambiar una hora de estar sentado al día por una hora parado lleva a mejoras en circunferencia de la cintura, niveles de grasa y colesterol.
Los beneficios son incluso más grandes cuando el sentarse se reemplaza con caminar o actividad moderada o vigorosa.
El interrumpir los periodos de tiempo prolongados en los que se permanece sentado con sesiones de 2 minutos cada 20 minutos, o 5 minutos cada 30, puede mejorar los niveles de glucosa, grasa y colesterol.
Otros estudios muestran que dividir los periodos de tiempo con tres minutos de caminar ligero o ejercicios simples de resistencia como las sentadillas cada 30 minutos también son efectivos.
Los escritorios ajustables pueden reducir de manera efectiva el tiempo en el que los empleados de mesa permanecen sentados en el día.
Los usuarios de escritorios ajustables tienden a alternar entre posiciones de pie y sentados, en vez de permanecer de pie por periodos extendidos.
Sin embargo, no todos forman un nuevo hábito de trabajar mientras se está de pie, y muchos de los empleados vuelven a su manera anterior de permanecer sentados.
Los escritorios ajustables por sí solos no son suficiente para reducir el tiempo que los trabajadores permanecen sentados.
Los empleados y organizaciones deben tener en cuenta esto a la hora de formular políticas laborales, ambientales y culturales, para asegurar que iniciativas de “siéntense menos y muévanse más” se implementan y se mantienen.
Si eres de los que ya tiene un escritorio ajustable, dependerá de varios factores si te lo deberías quedar o no.
Piensa en tus factores de uso. ¿Usas el escritorio mayoritariamente en una posición de pie, o más bien lo usas cuando estás sentado?
Si tienes una condición existente o síntomas músculo esqueléticos, busca consejos de un profesional de la salud o pregúntale a tu empleador sobre organizar una asesoría con un ergonomista. La guía de un experto puede ayudarte a tomar una decisión informada sobre tu escritorio.
Finalmente, considera el costo y los requerimientos de espacio para tu escritorio ajustable. Si no estás usándolo mucho parado, ¿a lo mejor te está quitando espacio y no te está devolviendo la inversión?
Al final, la decisión de si te quedas o te deshaces de tu escritorio ajustable dependerá de un balance de todas estas consideraciones.
Gobiernos como el de Australia o agencias de la salud como la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan que los adultos limiten la cantidad de horas que pasan sentados. Interrumpir y reemplazar el tiempo sentado con actividad física de cualquier intensidad, incluso leve, tiene beneficios para la salud.
La OMS además, sugiere que los adultos “busquen hacer más allá de los niveles recomendados de actividad moderada a vigorosa”, para reducir los efectos dañinos del estar sentado.
En otras palabras, el solo pararse no es suficiente para reducir los daños de estar sentado por periodos prolongados. Tenemos que sentarnos menos y movernos más.
* Josephine Chau es catedrática de Salud Pública en la Universidad de Macquarie, Australia. Esta nota se publicó en The Conversation y fue reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original en inglés.
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