En el contexto de la reducción reciente de la pobreza en México según lo reportó CONEVAL el pasado 10 de agosto, soy de la idea que uno de los factores que podría contribuir a explicarla es el incremento del salario mínimo a partir de 2019. Insisto que es UNO de los factores, pero no el único pues hubo otras cosas que elevaron el ingreso de las familias: mayor monto de programas sociales, mayores remesas (aunque el peso en el ingreso agregado de las familias es bajo) y, por supuesto, la recuperación de los empleos después del desastre que nos dejó 2020. Así que por aquí les vengo a contar mi visión de lo que veo que ha sido el proceso del salario mínimo (SM) desde hace varias décadas en el país. Lo cuento desde lo que a mí me ha tocado ver a nivel de cancha, aunque seguramente sobre el SM hay muchas más visiones.
Desde mi punto de vista, el incremento del salario mínimo pudiera ser una de las razones para observar una reducción de pobreza entre 2018 y 2022, especialmente entre 2020 y 2022. Los incrementos del salario mínimo pudieron haber ayudado a incrementar los ingresos laborales, la masa salarial y por tanto los ingresos de los hogares, contribuyendo así a reducir la pobreza.
Los aumentos del salario mínimo han sido debatidos en todos lados, mostrando a veces resultados mixtos. Ese debate se ha tenido en México desde hace mucho, con posiciones encontradas, pero claramente las autoridades a inicios de los 80 tomaron la postura de que no habría que subir el salario mínimo en términos reales, pues era mejor favorecer la estabilidad macroeconómica, especialmente mantener una inflación baja, pues ésta había sido un problema grave en ese periodo. Es más, la postura explícita fue reducir el salario en términos reales, cosa que sucedió incluso desde finales de los 70.
En ese contexto, es interesante observar la evolución de la postura gubernamental sobre incrementar o no el salario mínimo, así como la influencia de otros actores de la sociedad sobre el cambio de percepción.
Por ejemplo, el SM vino cayendo desde finales de los 70 hasta finales de los 90 y cuando Carlos Abascal fue secretario del Trabajo en 2000 le insistió mucho a la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (CONASAMI) que se debería detener esa caída, bajo su visión de una Nueva Cultura Laboral. Lo recuerdo porque yo, siendo entonces asesor de la CONASAMI, estaba en mi etapa de economista más ortodoxo. Yo argumentaba inicialmente que había que tener cuidado con la inflación, el desempleo y todo eso que nos decía la teoría, pero al final Abascal nos acabó convenciendo. El salario mínimo empezó con aumentos para al menos mantenerlo constante en términos reales. En buena parte por eso, el salario mínimo real dejó de caer a inicios de los 2000. Entre 1999 y 2005 creció 4.3 %; entre 2005 y 2007, ya sin Abascal en la Secretaría y antes de la crisis financiara mundial, el salario mínimo creció sólo 0.1 % en términos reales. De hecho, hay que reconocer que la COPARMEX, organismo que dirigió Abascal, ha estado argumentando a favor de incrementos de los salarios y ha sido una voz relevante en estos procesos.
Pero el salario mínimo no subió en términos reales durante casi 16 años. Recuerdo que ya estando como Secretario Ejecutivo del CONEVAL (2005-2019), argumentábamos con funcionarios federales que habría que elevar el salario mínimo para darle un empujón no sólo a los ingresos de los trabajadores con menor ingreso, sino a los salarios en general. Había que tener acuerdos para que ningún empleado ganara ingresos ínfimos. Muchas más personas desde la academia hasta la sociedad civil habían venido argumentando lo mismo por mucho tiempo, pero a nuestros amigos un poco más ortodoxos de Hacienda y Banxico les parecía que podría alentar la inflación y el desempleo, así que esas sugerencias no fueron muy prósperas. Esto retrasó la decisión gubernamental de incrementar el salario mínimo como herramienta de mejora de los salarios en general.
A partir de 2014 se inició un movimiento más organizado para aumentar el salario mínimo. La figura pública más visible fue el jefe de Gobierno del todavía Distrito Federal, Miguel Mancera, así como miembros de su gabinete como Salomón Chertorivsky y Patricia Mercado. El 1º de mayo de 2014 Mancera lanzó su primer llamado público para que el país pudiera incrementar el salario mínimo, uno de los más bajos del mundo. Durante todo ese año Mancera, su equipo y varios expertos académicos fueron muy activos para poner en la discusión pública la urgencia de subir el SM más allá de la inflación.
Se hicieron documentos, eventos y hasta foros internacionales. Gerardo Esquivel, Graciela Bensusán, Antonio Azuela, Juan Carlos Moreno Brid, Ariel Rodríguez Kuri, Enrique Provencio, Jaime Ross, Pablo Yanes, Raymundo Campos, Ricardo Becerra y el propio Chertorivsky, entre otros, se encargaron de elaborar un primer documento que se presentó en agosto de 2014. Un segundo documento, Del Salario Mínimo al Salario Digno, se presentó en 2015.
Para 2015 surgieron grupos organizados de la sociedad civil, tales como Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, encabezados por Rogelio Gómez Hermosillo, cuyo argumento principal fue que la pobreza debía empezar por tener salarios que no empobrecieran. Todo este proceso político empezó a dar buenos frutos, pues el gobierno federal finalmente aceptó que se pudiera explorar esa posibilidad. El gobierno y el Congreso iniciaron cambios normativos necesarios para eventualmente poder elevar el salario mínimo y efectivamente evitar que otros precios subieran y se tradujera en inflación. Estos cambios normativos eran indispensables porque el salario mínimo era la unidad para modificar otros precios. Por ejemplo, multas, límites de crédito, tarifas, pensiones, sanciones, financiamiento de partidos políticos y muchos otros precios estaban ligados al SM, por lo tanto, aumentos altos del SM podrían tener un efecto inflacionario. Alrededor de 280 normas federales y otras tantas en los estados ligaban precios a los incrementos del SM. En parte por ello, la insistencia de Banxico en esos años en ser cautos con los incrementos del SM.
En diciembre de 2014 el presidente Enrique Peña Nieto presentó ante el Congreso un decreto para desindexar (así se dice) el salario mínimo, es decir, dejar de ligarlo con otros precios, y en enero de 2016 el Congreso aprobó dicha reforma. Con esa reforma se crea la Unidad de Medida y Actualización (UMA) que todavía hoy se usa para incrementar otros precios, pero ya no está ligada al SM. Este cambio fue crucial para darle mayor libertad al gobierno y un poco de tranquilidad a Banxico para elevar los SM más allá de la inflación.
Hago aquí un intermedio para incluir el momento “no me lo vas a creer, Yordi” en torno a las decisiones de modificar el SM (aunque esta anécdota sí fue neta):
El 5 de marzo de 2014 se organizó un evento entre el CONEVAL (ahí trabajaba yo) y el jefe de Gobierno del todavía Distrito Federal en el Palacio del Ayuntamiento. El evento era para resaltar la importancia de la evaluación en la política pública y lo que estaba haciendo en esa materia el Gobierno del Distrito Federal. Media hora antes del evento llegué a la oficina de Mancera y me recibió mi amigo y exalumno Salomón Chertorivsky, quien en ese momento era el secretario de Desarrollo Económico del Gobierno del DF. Salomón y yo habíamos hablado en otras ocasiones sobre la necesidad de incrementar el salario mínimo, pues creíamos que era tan bajo que valía la pena arriesgarse pues traería efectos netos positivos. Así que mientras esperábamos a Mancera le dije a Salomón, “pues hablémosle a Mancera de aumentar el SM, es algo que nadie trae en el radar públicamente y es una buena bandera”. Cuando Mancera salió de su oficina hicimos los saludos de ley y empezamos a caminar al foro por las escaleras, tres pisos abajo. Así que mientras platicábamos le sugiero que proponga incrementos reales del salario mínimo. Le hablo de su importancia, de que el nivel era tan bajo que sus efectos secundarios sobre la inflación y desempleo podían ser muy bajos; le recordé que la pobreza en el país y en el DF había subido entre 2012 y 2014 (él tomó posesión en 2012) en buena parte porque los ingresos laborales habían estado muy poco dinámicos y que programas sociales como Prospera nunca podrían suplir al ingreso laboral; que si queríamos reducir la pobreza era vía el mercado laboral.
Llegamos al evento y yo hablé primero sobre la importancia de la evaluación de la política pública y las mediciones de la pobreza y todo eso. Cuando le tocó a él pararse a hablar al estrado, le acercan su discurso, pero él dice “no gracias, no lo voy a usar esta vez”. Inicia sus palabras, agradece y se arranca a hablar…. ¡del salario mínimo! No hizo otra cosa más que hablar de por qué era importante voltear a darnos cuenta de lo precario de los salarios mínimos, del aumento en la pobreza, de la relevancia de los salarios para reducir la pobreza… Dijo que era la política más relevante en esos momentos y que en breve el Gobierno del DF haría un llamado nacional para recuperar el poder adquisitivo del SM, al menos para que coincidiera con la línea de bienestar del CONEVAL… Salomón y yo nomás nos volteábamos a ver.
Un par de meses más tarde, el Gobierno del DF armó su estrategia política con el tema del salario mínimo. Antes de que me critiquen mi momento “Martha Higareda”, tengo que decir que es evidente que muchas otras voces adentro y fuera del PRD, afuera y adentro del gobierno incluyendo las voces de Salomón y Ricardo Becerra, las de académicos y gente de izquierda, le habían hablado sobre el salario mínimo a Miguel Mancera y el tema ya la tenía en mente. Pero así lo viví yo ese día.
Pero regresemos a lo relevante. Ya que en 2016 el SM estaba desindexado de otras cuotas y obligaciones, era más fácil proponer aumentos del SM. Entre 2016 y 2018 los incrementos del salario mínimo fueron por primera vez en muchos años positivos y rondaron 4.2-4.5 % anuales en términos reales. El incremento del SM fue todavía modesto, pues aún había preocupación en Hacienda y Banxico para no excederse, pero el efecto sobre la inflación fue prácticamente nulo.
¿Qué le preocupaba a Hacienda y a Banxico? Pues que debido a que el incremento del SM se publica al final del año para el próximo, sirve como base para las negociaciones salariales en todo el país hacia el futuro. Aún si sólo se busca recuperar la pérdida histórica del SM y se anuncia un incremento del 20 % de los salarios mínimos (ante una inflación esperada de 3 %) el temor es que todos los trabajadores busquen negociar ese aumento en el salario. La buena noticia de esto sería que ese porcentaje les da a los trabajadores mayor poder de negociación salarial, pero al mismo tiempo aumenta el riesgo de efectos inflacionarios. A esto se le conoce como efecto faro del SM.
Un elemento importante que ayudó a que la inflación no subiera entonces y que las autoridades monetarias tuvieran más tranquilidad fue la forma en que se hicieron y se anunciaron los aumentos del SM a partir de 2016 (con efecto en 2017).
Para convencer a Hacienda de que era importante subir el SM pero minimizar los posibles efectos inflacionarios, los anuncios del incremento salarial anual a partir de 2016 (y hasta ahora) se parten en dos: un incremento porcentual más un incremento en pesos. Con ello, el anuncio porcentual no es tan grande, pero se compensa con un incremento en pesos absolutos que se le conoce como Monto Independiente de Recuperación (MIR), y que no forma parte de las presiones de otros grupos salariales al momento de su negociación.
Por ejemplo, a finales de 2016 se decidió dar un incremento al SM de 4 pesos (correspondiente al MIR) sólo a quienes ganaban un salario mínimo, más un incremento salarial de 3.9 % anual. El SM diario pasó entonces de 73.04 pesos en 2016 a 80.04 pesos en 2017. En los hechos, estaba incrementando el SM en 9.6 % anual, pero se publicó un incremento de 3.9 % anual, más 4 pesos para quienes ganaban un SM. Con esta idea, los economistas del Banxico parecían más tranquilos sobre el efecto inflacionario, pero el incremento del salario mínimo es realmente mayor al incremento porcentual anunciado -sin embargo, el efecto faro disminuye.
Mi segunda anécdota “Martha Higareda” es que desde 2014 le insistíamos a la CONASAMI y a la Secretaría del Trabajo desde el CONEVAL que, si parte del incremento al SM se anunciaba en pesos absolutos y no en %, sería más fácil convencer a Hacienda de aumentar el SM más allá de lo histórico. Otra vez, seguramente la CONASAMI tomó esa decisión por otras fuentes y no por CONEVAL, pero de todos modos aquí la cuento.
En el momento que llegó el presidente Andrés Manuel López Obrador al poder en 2018, era claro que le daría un mucho mayor impulso al SM. A partir de 2019, los incrementos al salario mínimo han sido de más de 15% anual en términos reales para todo el país para todos los años. Para las zonas fronterizas han sido mayores. La modalidad del MIR sigue vigente, pero es obvio que el presidente López Obrador no habla de ella y se refiere al incremento porcentual total que se oye mucho mayor y que por tanto tiene un efecto faro mayor y que le puede dar mayor poder de negociación al trabajador. Los incrementos al SM de estos años han sido los mayores en casi 40 años. Es posible que haya sido la decisión correcta en esta ocasión.
Esta es la historia que me tocó vivir del SM del país en las últimas décadas. La polémica sobre si se debe subir mucho o poco el salario mínimo seguirá, pues el tema no sólo sigue siendo debatido en la academia, sino que es de los temas más politizados. En mi opinión, estos incrementos eran necesarios pues dado el nivel tan bajo que había tenido en años el SM, subirlo no implicaría muchos problemas a la inflación ni al desempleo. Tengo la impresión de que los aumentos del SM fueron un factor importante en la reducción de la pobreza entre 2018 y 2022, a pesar de la pandemia. Pero también fueron posiblemente un factor relevante en la explicación de la reducción de la pobreza entre 2014 y 2018. De hecho, la pobreza ha bajado desde 2014 hasta 2022, a excepción del periodo de la pandemia, que es un accidente totalmente exógeno. Haber aumentado el SM 2016-2018 más que la inflación le dio dinamismo a los ingresos laborales y a la masa salarial, como puede observarse en los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). Dado que el ingreso es el ingrediente más relevante de la pobreza y que el ingreso laboral es el factor más relevante dentro de los ingresos de los hogares, desde 2016 hasta ahora el SM quizá ha sido factor relevante de reducción de pobreza, pero aún más relevante desde 2019. Acepto que harán falta evaluaciones rigurosas para probar esta causalidad, pero esas son mis hipótesis por el momento.
Hasta aquí lo que yo me sé de la aventura del SM en el país. Me parecía importante recordar que hubo cambios y acciones en años pasados que facilitaron aumentar el SM de la forma en que se ha hecho desde 2019. México no empezó en 2018 y, si no reconocemos esto, si no reconocemos avances que se hicieron cada sexenio en algo, romperemos al país cada seis años.
Finalmente, unas palabras de cuidado sobre el SM. Si bien los aumentos en el salario mínimo podrían en varias circunstancias mejorar los ingresos de la población, la fórmula para incrementar salarios en largo plazo no puede ser sólo vía aumentos del SM, pues eventualmente esto tiene un límite. Hay quien se pudiera emocionar con los resultados de reducción de la pobreza reciente y quisiera abusar de esta herramienta. Por ejemplo, hoy el SM diario en la mayor parte del país es de 207.44 pesos, es decir, como 6,223 pesos al mes. Si mañana decretamos que el SM en todo el país es de 20,000 pesos al mes (667 pesos diarios), habría problemas importantes de despido de personal y es posible que efectos inflacionarios relevantes. Entonces los aumentos del ingreso y la masa salarial no se darían y probablemente aumentarían la pobreza vía la falta de empleo. Pero también es cierto que ganar 20,000 para muchas personas que hoy ganan el SM sería importante.
Para hacer esto factible, tenemos que buscar también otras estrategias. No podemos usar al SM como la única herramienta para incrementar el salario en el largo plazo. Un factor necesario es que la productividad crezca, pero ésta ha estado estancada al menos desde los 90. Si no se aumenta la productividad a partir de más inversión, educación de calidad, tecnología y especialmente a partir de hacer arreglos importantes en la forma en que brindamos seguridad y protección social a la población, en la forma que cobramos impuestos, tanto en lo federal como lo local, entonces seguirá siendo sólo una ilusión que vaya a existir en el futuro una reducción de pobreza fuerte y sostenida. No hay reducción de pobreza sin incremento de los ingresos laborales (salarios y empleo). El reto para adelante es cómo generar una estrategia amplia de incremento de ingresos laborales que tengan varios componentes, en la cual los incrementos a los SM sean parte de la ecuación, pero no lo único. Así como se han generado acuerdos políticos de muchos años para aumentar el salario mínimo, necesitamos acuerdos políticos para arreglar todo lo demás que afecta directamente a los salarios de todo el país.
Así la historia que me sé, pero tengo otras.
* Gonzalo Hernández Licona (@GHLicona) es director de la Red de Pobreza multidimensional y experto México, ¿cómo vamos?
Mi pasión por el paracaidismo me llevó al límite, pero un accidente que me alejó de él para siempre me reveló mi verdadera misión en la vida.
La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.
Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.
Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.
Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.
Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.
Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.
Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.
Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.
Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.
Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.
Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.
Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.
Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.
Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.
La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.
Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.
Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.
Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.
Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.
Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.
Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.
Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.
“¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.
Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.
Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.
“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.
Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.
La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.
Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.
Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.
Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.
Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.
Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.
Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.
Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.
Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.
Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.
En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.
Un día, en febrero de 1984, todo cambió.
Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.
La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.
Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.
Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.
Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.
Le pedí un beso, y saltamos.
Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.
Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.
Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.
Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.
Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.
Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.
Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.
Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.
La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.
Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.
Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.
Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.
Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.
Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.
Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.
Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.
Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.
Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.
Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.
Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.
Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.
Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.
Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.
Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.
Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.
Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”
Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.
Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.
Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.
Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.
Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.
No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.
Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.
Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.
En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.
Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.
Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.
En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.
Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.
Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.
Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.
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