A propósito del escándalo del fentanilo, es necesario recurrir a los antecedentes de la agresiva comercialización de los opioides. A continuación, un recuento de los hilos negros que mueven a la industria farmacéutica en Estados Unidos y que a lo largo de los últimos 50 años ha permeado el mundo dando origen a la sociedad medicalizada y al escándalo con la Oxicodona.
Todo comienza con el clan Sackler, psiquiatras, hijos de migrantes judíos, pioneros en el abordaje de enfermedades mentales con la hormona histamina, en lugar de administrar electrochoques. También fueron los artífices de la campaña del Valium y del Librium, ambos tranquilizantes del laboratorio Roche que batieron ventas y causaron miles de casos de adicción. Estos medicamentos llegaron a la cima de ventas gracias a la compañía de publicidad Mc Adams —propiedad de los Sackler— que en los años sesenta fue pionera en el marketing médico. Para difundir publicidad engañosa utilizaban las visitas de los representantes médicos, los artículos científicos y los anuncios pagados en prestigiosas publicaciones médicas, los productos patrocinados por los laboratorios, las altas comisiones para los vendedores —sin escrúpulos—, el falseamiento de los datos de los ensayos clínicos ante la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (fda, por sus siglas en inglés), los sobornos a sus funcionarios —a quienes también les dieron altos cargos en la industria—, conferencias y congresos pagados. Dicha difusión de publicidad engañosa sobre medicamentos altamente adictivos son obra de Arthur Sackler, el patriarca de la familia quien, en los años cincuenta, compró la farmacéutica Purdue Pharma para sus hermanos.
A la muerte de Arthur, sus hermanos Montimer y Raymond se quedaron con la farmacéutica, cuyo primer producto estrella fue el laxante Senokot, y más adelante comercializaron el desinfectante Betadine, usado por la nasa para desinfectar a los astronautas cuando llegaban del espacio. Pero en 1980 la compañía Napp, reciente adquisición de Purdue Pharma en Inglaterra, inventó un recubrimiento para administrar de manera controlada las dosis de morfina en el torrente sanguíneo; el medicamento se llamó MS Contin, y garantizaba que los enfermos terminales pasaran sus últimos días en casa y no en el hospital.
El MS Contin fue un gran logro porque liberó a los enfermos terminales de acudir al hospital. Con esto, Purdue Pharma alcanzó la cima al patentar un medicamento tan innovador. Para garantizar su éxito desplegó las mismas tácticas arteras que la compañía Mc Adams había utilizado para posicionar el Valium y el Librium, después de años de cuantiosas cosechas por virtud de la patente que estaba a punto de expirar. Los Sackler deseaban el monopolio de los opiáceos, por lo que se propusieron inventar un nuevo medicamento.
En 1993 entró en escena el OxyContin, hecho a base de oxicodona, dos veces más potente que la morfina y, por ende, con una mayor capacidad de adicción. Varios de los miembros del clan Sackler eran médicos, y sabían el riesgo del medicamento; además, a través de ensayos clínicos se percataron de que el medicamento no funcionaba 12 horas seguidas como lo habían pregonado en la FDA y en las etiquetas del medicamento. Por lo tanto, la FDA avaló el medicamento con información falsa y se dejó engañar, pues muchos de los exfuncionarios consiguieron empleo en la farmacéutica después de dar luz verde al medicamento. Es importante resaltar que en los ensayos clínicos las pruebas demostraron que los sujetos de investigación necesitaban incrementar la dosis para paliar el dolor, lo que desencadenaba tolerancia y mayor dependencia o adicción.
No obstante, la compañía lanzó una agresiva campaña publicitaria, dando rienda suelta a abusos y ejercicios perniciosos de libre comercio. El OxyContin fue indicado como tratamiento analgésico para cualquier dolor desde el más pequeño al más intenso; incluso fue utilizado en niños menores de 14 años, y pronto surgieron clínicas cuyo negocio era vender recetas de OxyContin.
Muchos médicos terminaban enganchados al medicamento, perdieron sus licencias o fueron suspendidas, por lo que ya no pudieron ejercer su profesión. Las farmacias sufrían asaltos cuya única demanda era el OxyContin. Los traficantes llevaban a indigentes a las clínicas para que les expidieran las recetas, luego los llevaban a las farmacias para surtirlas y, finalmente, comercializaban cada pastilla obtenida en el mercado negro.
Purdue Pharma sobornó y llevó a cabo tráfico de influencias para no llegar a juicio. Infinidad de veces pararon investigaciones locales y federales, dieron declaraciones falsas e, incluso al final del imperio, los Sackler vaciaron a Purdue Pharma para que se declarara en quiebra. En ese momento la farmacéutica tenía encima 1,500 demandas de particulares, estados y del ámbito federal.
Por ley, en Estados Unidos, cuando una compañía se ampara en la ley de quiebras todos los procesos legales se detienen y, además, la compañía en concurso mercantil puede elegir al juez que llevará el procedimiento; por ello, desde el comienzo, la farmacéutica tuvo todo a su favor. Lo poco que quedó en las arcas de Purdue Pharma fue destinado, a regañadientes, a un fideicomiso público para pagar los gastos derivados de la epidemia de opioides.
Los Sackler nunca asumieron la responsabilidad de sus actos; la única consecuencia que tuvieron fue el desprecio social. Los otrora filántropos fueron castigados cuando sus onerosas donaciones fueron rechazadas y sus nombres fueron retirados de las salas de hospitales y de museos.
La invención del OxyContin es un ejemplo de marketing médico carente de ética, con un nulo desarrollo en el área de investigación —pues las ganancias iban a los bolsillos del clan y no se invertían en investigación. Purdue Pharma era todo menos una farmacéutica y las leyes solaparon esta perversión; el marco legal aplicable era un traje a la medida para las empresas. Estamos hablando de la aborrecible unión entre la medicina y el comercio, auspiciada por el marco legal: “que desregulariza: dejar hacer, dejar pasar” y el uso abusivo del principio de autonomía de la voluntad, que permite pactar transacciones que implican derechos humanos como la salud, la integridad física y psíquica, y el acceso a la justicia. El comercio desmedido de pastillas deterioró el cuerpo y la salud de miles de personas, en una sociedad que quiere escapar del dolor a cualquier precio, porque cuadros patológicos simples de dolor se convirtieron en un foco que sólo podía ser tratado con opioides, lo que derivó en dependencia. En la sociedad medicalizada la salud es un objeto de consumo; las personas pierden interés en cuidar su cuerpo y atender las manifestaciones somáticas causadas por enfermedades mentales, puesto que pretende resolver sus problemas con medicamentos, en detrimento del autocuidado, la falta de compromisos para modificar hábitos perniciosos y la ausencia de la reflexión bioética, no sólo por parte del personal de salud, sino también de las industrias y la sociedad.
* Aida del Carmen San Vicente Parada es doctora en Derecho por la UNAM con mención honorífica; autora de voces jurídicas para la RAE y del libro Manual de derecho civil. Personas, acto y negocio jurídico; maestra fundadora de la especialización en derecho sanitario de la Facultad de Derecho de la UNAM y de la maestría en inclusión de la Universidad Westhill; es recipiendaria de la Medalla Alfonso Caso.
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Referencias:
Radden Keefe, Patrick (2022). El imperio del dolor: la historia secreta de la dinastía que reinó en la industria farmacéutica, Estados Unidos: Reservoir books.
Fitzerman-Blue, M. &. (dir.). (2023). Pain Killer [Película].
Jenner Furst, J. &. (dir.). (2020). El farmacéutico [Película].
Los daños hasta el momento son incalculables.
Las imágenes satelitales muestran la escala de la destrucción en la ciudad portuaria de Derna, en Libia, después de que aguas torrenciales arrasaran puentes, calles y comunidades enteras, dejando miles de fallecidos y desaparecidos en el camino.
Las fuertes lluvias que trajo consigo la tormenta Daniel durante el fin de semana ocasionaron el colapso de dos represas sobre el río Wadi Derna, que recorre la ciudad y que, por lo general, tiene un caudal muy reducido. Los torrentes de agua y escombros dejaron una estela de devastación.
Una serie de puentes cruzaban el Wadi, conectando un área del puerto con la parte occidental de la ciudad.
Las aguas – descritas por un oficial como “un tsunami”- arrasaron los puentes al igual que bloques de edificios residenciales enteros (incluyendo complejos de varios pisos), edificios gubernamentales y una mezquita de gran tamaño.
En el barrio de Al-Eilwa, se reportaron inundaciones en el 96% de las casas.
Muchas de las propiedades construidas en las cercanías al río desaparecieron, solamente dejando visibles los cimientos de las construcciones.
Una carretera costera cercana al puerto cayó al mar.
La población de Derna contaba con una población de 200.000 personas antes de la tormenta.
El alcalde de la ciudad dijo que dado el número de barrios que resultaron completamente destruidos, pudieron haber muerto entre 18.000 y 20.000 personas.
Miles más están heridas o desaparecidas, mientras muchas quedaron sin dónde vivir.
Un análisis de Naciones Unidas muestra que más de 2.200 estructuras fueron expuestas a las aguas y que al menos seis puentes y el área del puerto habían sufrido graves daños.
Barrios afectados severamente como Al-Bilad y Al-Maghar a ambos lados del río, también albergaban los centros de salud que la gente de la ciudad usaba, según los analistas de desastres de Reach.
Los hogares que fueron construidos sobre el lecho seco del río en el lado de la represa que daba hacia el mar fueron los que recibieron la mayor fuerza del impacto del agua.
Hamad Shalawi, miembro del comité de desastres local, dijo que la ciudad había sido destruida en segundos y que familias enteras habían muerto.
“La geografía de la ciudad cambió completamente con la mitad de la ciudad barrida hacia el mar”, le dijo al servicio árabe de la BBC.
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