La escocesa presidió el primer equipo británico de balompié integrado exclusivamente por mujeres, en una época en la que se consideraba que el ejercicio físico era peligroso para ellas.
Casarse, tener hijos y encargarse de su crianza y del cuidado del hogar. A esto era a lo que podían aspirar las mujeres británicas de finales del siglo XIX.
El hecho de que una de ellas, Victoria, ocupara el trono no supuso grandes avances para la otra mitad de la población. Así las mujeres no tenían derecho a votar, a demandar y si estaban casadas no podían poseer propiedades.
En el caso de las que pertenecían a las clases menos desfavorecidas, la educación era un lujo y aunque se fueron incorporando al mercado laboral, sobre todo a las fábricas textiles, sus salarios eran menores al de los hombres, pese a que muchas veces enfrentaron condiciones más duras que ellos.
Por su parte, las mujeres de las clases altas podían recibir educación, pero solo en determinadas áreas y la posibilidad de trabajar y de hacer una carrera profesional no era algo bien visto. Y como si lo anterior no fuera suficiente tampoco se les permitía realizar ejercicio físico, porque se consideraba que era un peligro para su capacidad reproductiva.
Sin embargo, esto comenzó a cambiar gracias a la actitud de mujeres como Florence Caroline Dixie, una aristócrata escocesa que en 1894 encabezó el British Ladies´ Football Club (BLFC), el cual hoy es considerado como el primer equipo de futbol de mujeres de Reino Unido.
Dixie, cuyo apellido de soltera era Douglas, nació el 24 de mayo de 1855 en la localidad escocesa de Cummertrees y era la menor de los seis hijos del marqués de Queensberry, Archibald William Douglas, reseña el Diccionario Oxford de Biografías.
Pese a su privilegiada posición tuvo una vida cargada de tragedias. Así perdió a su padre al poco tiempo de nacer, mientras que uno de sus hermanos murió mientras escalaba el monte Cervino (Suiza) y su gemelo, James, con quien era muy apegada, se suicidó en 1891.
La estricta educación que recibió en un convento de monjas católicas lejos de amoldarla para la vida victoriana la hizo cuestionarla, en particular en lo referido al trato hacia las mujeres.
“Está muy bien declarar que es asunto de la mujer tener hijos, criarlos, atender asuntos domésticos y dejar el resto a los hombres, pero algunas mujeres buscan un tipo de vida diferente”, afirmó.
A los 19 años de edad Dixie se casó con el barón Alexander Beaumont Churchill Dixie, con quien compartía el amor por la aventura y el aire libre.
Los problemas con la bebida y el juego de su esposo no solo estuvieron cerca de llevarla a la ruina, sino que le permitieron poner en marcha empresas escandalosas para la época, según sus biógrafos.
En 1878, tras el nacimiento de su segundo hijo, la pareja viajó a la Patagonia y la recorrió durante seis meses. La aristócrata se convirtió así en la primera mujer en explorar la región.
Lo visto y vivido, incluso un peligroso encuentro con una familia de jaguares, lo narró en su libro Across Patagonia (A través de la Patagonia), publicado en 1880 y que se convirtió en un éxito de ventas.
En la ciudad chilena de Puerto Natales incluso hay un hotel que lleva el nombre de la aventurera escocesa.
La popularidad que Dixie ganó tras la expedición le sirvió para intercambiar cartas con el entonces ya célebre naturalista Charles Darwin, a quien le hizo observaciones -por no decir correcciones- a algunos de sus escritos, según consta en los registros del Proyecto de Correspondencia de Darwin que gestiona la Universidad inglesa de Cambridge.
Al poco de tiempo de volver de América del Sur, Dixie se convirtió en la primera mujer nombrada corresponsal en el extranjero para un diario británico: el Morning Post (hoy Daily Telegraph).
El rotativo envió a su nueva estrella a África del Sur para reportar sobre las guerras entre las tropas británicas y los afrikáners (descendientes de holandeses o boérs) y también contra los nativos Zulú.
De vuelta en Reino Unido, Dixie se inmiscuyó en la política y sobre todo en la lucha por los derechos de las mujeres, respaldando las campañas a favor del voto femenino, de la igualdad en el matrimonio y sobre el uso de ropas cómodas.
Y para impulsar estos objetivos se embarcó en otra arriesgada aventura: En 1894 aceptó la oferta que le hizo Nettie Honeyball, considerada como una de las primeras jugadoras de futbol inglesas, para asumir la Presidencia del recién fundado British Ladies’s Football Club (BLFC), el primer equipo de balompié organizado de mujeres del país.
“(Me uní al equipo) con la firme determinación de demostrarle al mundo que las mujeres no son las criaturas ‘ornamentales e inútiles’ que los hombres han imaginado”, declaró Dixie a la prensa.
“No hay ninguna razón por el que las mujeres no puedan jugar fútbol y jugarlo bien, siempre que se vistan racionalmente y releguen al limbo el atuendo de camisa de fuerza con el que la moda se complace en vestirlas”, agregó.
La participación de la aristócrata atrajo la atención de prensa, pero no solo por sus revolucionarias ideas y su aventurero pasado, sino por su apellido. Su fallecido padre, el marqués de Queensberry, acusó al escritor Oscar Wilde de mantener una relación homosexual con su hijo, un delito en aquella época; y el escándalo no sólo terminó en los tribunales, sino que dio muchos titulares.
Para ese momento el deporte femenino era objeto de burlas y desprecio, debido a los atuendos y las preocupaciones para la salud reproductiva de las mujeres.
“El futbol es peligroso para los órganos reproductivos (de las mujeres) y para los senos, debido a sacudidas, giros y golpes repentinos”, afirmó una publicación científica en la época. Así lo destacó un artículo publicado en Mujeres Peligrosas, un proyecto de la Universidad de Edimburgo que busca resaltar a mujeres que tuvieron ideas adelantadas para su época y que por eso eran consideradas como “peligrosas”.
“Sería mejor que se contentaran con el té de las tardes y con coser”, apostilló una revista satírica al enterarse de la fundación del club.
Pese a que el primer partido del BLFC, celebrado el 23 de marzo de 1895, en el sur de Londres, atrajo a una multitud de 10 mil personas, según datos de la Asociación Inglesa de Fútbol (FA), la prensa continuó con sus ataques.
Así quedó plasmado en el libro “Las mujeres futbolistas y la prensa británica“, del historiador estadounidense James F. Lee, en el que se recopilan decenas de mordaces cuestionamientos contra el equipo.
“Los espectadores fueron solo por curiosidad, la misma que genera un perro que camina sobre sus patas delanteras”, reseñó el Penny Illustrated Paper.
Por su parte, la hoy desparecida revista Sketch publicó: “Las mujeres no están aptas para el rudo fútbol. Como un ejercicio en el jardín trasero no puede ser condenado, pero como espectáculo público es deplorable“.
Para Lee esas afirmaciones “reflejan los prejuicios clasistas de la época”. “El fútbol era un deporte practicado casi exclusivamente por obreros, mientras que las jugadoras del BLFC eran, en su mayoría, mujeres de clase media y que de paso estaban cobrando por ello“, apuntó.
El equipo, sin embargo, no tuvo un largo recorrido y a los dos años desapareció ahogado por problemas económicos.
Y pese a que durante la Primera Guerra Mundial hubo un auge del futbol femenino, en 1921 su práctica fue prohibida en Reino Unido por la FA, aunque clandestinamente siguieron operando al menos tres clubes. ¿Por qué este retroceso?
“El hecho es que era considerado un juego solo para hombres”, declaró Richard McBrearty, curador del Museo Escocés del Futbol en un documental.
No obstante, la participación de las mujeres en este deporte viene de muy atrás. En en 1881 se celebraron en Escocia varios partidos y existe la creencia de que la reina María Estuardo, la primera de Isabel I de Inglaterra, tenía un balón para jugar.
“A finales de la era victoriana, las mujeres se enfrentaban a dos desventajas fundamentales en relación con la práctica del fútbol”, explicó John Dewhirst, quien ha estudiado la historia de algunos equipos ingleses.
“La primera fue que el juego masculino estaba bien establecido en ese momento con un monopolio de los recursos: los campos de juego y la infraestructura organizativa (clubes y organismos reguladores para organizar competiciones). Y la segunda fue que las mujeres tenían mucho menos tiempo para practicar deporte e incluso se las disuadía de hacerlo”, agregó.
Por su parte, la profesora en Historia del Deporte de la Universidad de Wolverhampton, Jean Williams, cree que la contribución de Dixie no se limitó a derribar la barrera deportiva entre hombres y mujeres.
“Una de las cosas más interesantes sobre el British Ladies’ Football Club es la forma la que una mujer a la clase media (Nettie Honeyball) cooperó con una aristócrata (Florence Dixie)”, explicó a BBC en 2013.
La catedrática, quien es autora del libro “La historia del Fútbol Femenino“, no dudó en calificar de “significativo” el rol de Dixie para que las mujeres pudieran jugar el balompié, aunque descartó que ella misma lo haya jugado alguna vez.
“A Dixie le gustaba mucho la caza, el tiro y la pesca y era una gran exploradora”, remató.
Además de promover la igualdad, la recreación y la salud, la aristócrata buscaba acabar con los corsé y con los largos ropajes que tenían que llevar las mujeres en su época y creía que el fútbol ayudaría a esto.
“El futbol es el pasatiempo de todos que garantizará la salud y ayudará a destruir ese monstruo de cabeza de hidra que es el vestido actual de la mujer”, afirmó Dixie en una ocasión.
Sin embargo, en 1905 la difteria se la llevó antes de poder ver algunos de los cambios por los que batalló.
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