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Hasta que el cuerpo... Continuar Leyendo
3 minutos de lectura

Identidad

He aprendido a no rendirme. A aguantarme, como lo hacía mi abuela Emma. Defiendo el derecho a la queja, como un derecho humano.
25 de noviembre, 2022
Por: Bárbara Hoyo

He vivido 37 años, una pandemia y tres abortos. Tengo un hijo de cuatro años, padre y madre vivos y amorosos, seis cirugías, un nervio femoral destrozado, más de veinte mudanzas, una abuela y un abuelo incondicionales, una abuela y un abuelo muertos, una gata blanca.

A los quince años recibí mi primera carta de amor. No me acuerdo cuándo recibí la última. Me he enamorado cinco veces, tal vez seis, tal vez nueve. A los catorce me bajó. A los diez dejé de creer en Santa Claus. Nunca creí en dios.

Tengo un diminuto pez rosa que no tiene nombre, treinta y cinco plantas vivas y frondosas, un departamento cálido e iluminado, una separación con un duelo concluido después de dos años, una carrera no ejercida, más amigas que amigos, más madre que padre, más suerte que ambición, más curiosidad que estabilidad.

Tuve dos perros, los perdí hace tres años: Simon tuvo cáncer, Sofi murió de vieja. Tuve una casa en familia. Tengo una nueva familia. Tengo una familia más extensa. Tengo resistencia a mis familias materna y paterna. Tengo una historia familiar de rechazo. Me gusta escribir cuando sé qué escribir. Odio escribir cuando no tengo nada que decir. Soy irrelevante. Me gusta ser irrelevante. La irrelevancia libera. Me gustaría ser menos contradictoria. Quizá hasta congruente. Con menos términos y condiciones. Ser más yo y menos yo al mismo tiempo.

Tuve seis peces, cinco murieron. El pez color azul se llamaba Rojo. Necesitaba rodearme de seres vivos cuando me mudé a mi casa. Mi primera casa. Nunca antes viví en una casa propia. No sé si tengo la capacidad de sentirme en casa. No sé ser casa, mucho menos sé ser hogar. Mi nombre, Bárbara, significa extranjera. Yo agregaría intrusa e impostora. Soy una farsa. Nunca me gustaron los cumplidos, me parecen incómodos e innecesarios.

No sé qué clase de acuerdos tengo conmigo. Soy mis propias letras chiquitas. Enormes, aplastantes. Llevo el dolor conmigo. Lo cargo todo el tiempo. A veces él me lleva a mí. Somos prisioneros uno del otro desde hace más de un año. Cuando me rindo, duele más. He aprendido a no rendirme. A aguantarme, como lo hacía mi abuela Emma, nunca se quejaba. Yo todavía encuentro goce en la queja. Defiendo el derecho a la queja, como un derecho humano.

Tengo un hijo. ¿Ya lo dije? Se llama Nicolás. Nicolás es un regalo inmerecido que me dio la vida. Tengo mucha suerte, ya lo dije también. Mis números son el 4 y el 7. Una vez gané veinte mil pesos en el bingo. Se dividió en cuatro el premio. Menos mal que no fue en siete.

Nicolás es la prueba de que tarde o temprano todo se acomoda. Creo que estoy bien ahora. Ahora que escribo, aunque comencé odiándolo. Nunca tengo realmente algo que decir. Soy irrelevante, aunque no tanto como quisiera. A veces me doy mucha importancia. Nicolás me enseñó a no ser el centro de mi universo, de mi pequeño mundo. A ser más fugaz que estrella. Él es una constelación. Una guía, pero espero que nunca lo sepa.

Tengo 37 años y siento que he vivido la vida entera.

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Imagen BBC
Cómo es la cárcel-rascacielos de Chicago en la que está preso el hijo del Chapo
4 minutos de lectura

Fue concebida como parte de un programa del gobierno para construir nuevas prisiones entre 1968 y 1978.

25 de septiembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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Ovidio Guzmán, uno de los hijos del narcotraficante mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán, fue extraditado el 18 de septiembre a Estados Unidos y desde entonces está arrestado en una cárcel de Chicago.

Apodado el “Triángulo de Hierro”, el Centro Correccional Metropolitano es un rascacielos de 28 pisos ubicado en el centro de la ciudad estadounidense, un imponente edificio triangular de hormigón diseñado por el arquitecto Harry Weese e inaugurado en 1975.

Centro Correccional Metropolitano de Chicago
Getty Images
El edificio fue diseñado por el arquitecto Harry Weese y se terminó de construir en 1975.

El edificio tiene pequeñas rendijas verticales de 13 de ancho por 2,30 metros de alto que funcionan como ventanas irregulares hacia el exterior y que conforman una especie de monolito perforado.

Las ventanas, así diseñadas para evitar fugas, no tienen rejas, como es habitual en las cárceles.

En su momento costó US$10,2 millones, según el periódico local Chicago Tribune, cifra que hoy equivaldría a casi US$60 millones.

Centro Correccional Metropolitano de Chicago
Getty Images
Su particular forma triangular se destaca en la arquitectura de la ciudad.

“Lujoso”

Esta cárcel fue concebida como parte de un programa del gobierno para construir nuevas prisiones entre 1968 y 1978, y suponía un modelo de centro de detención diferente para aquellos que están aguardando su juicio o que han recibido una condena breve.

Cuando se inauguró, William Nelson, su primer director, dijo: “Este edificio es completamente seguro, pero fue construido de manera eficiente y teniendo en cuenta la dignidad humana“.

El entonces juez James B. Parsons del Tribunal de Distrito de Estados Unidos lo describió como “lujoso”.

“No hay rejas”, dijo. “Las puertas se abren y cierran libremente. Los pisos están alfombrados. La comida es muy buena y las instalaciones recreativas son excelentes”, afirmó, según recogió el Chicago Tribune en un artículo publicado en 1995.

Centro Correccional Metropolitano de Chicago
Getty Images
En la azotea está el patio donde los reclusos pueden hacer ejercicio o simplemente estar al aire libre.

Al menos en aquel momento, los presos podían ir al patio -ubicado en la azotea- solo dos veces a la semana porque permitían estar 20 personas al mismo tiempo como máximo.

El patio está totalmente cubierto por un alambrado, para evitar que lleguen helicópteros a llevarse a alguno de los presos.

Allí se puede jugar al baloncesto, vóleibol o hacer ejercicio.

Centro Correccional Metropolitano de Chicago
Getty Images
Tras diferentes episodios de fugas, se han añadido medidas de seguridad en esta cárcel federal.

También podían visitar la biblioteca, la videoteca y la capilla tres veces por semana.

Algunas medidas de seguridad se han añadido después de su inauguración, ya que hubo episodios de fuga.

Por ejemplo, en diciembre de 2012 dos presos se escaparon desde el piso 17 haciendo un boquete en la pared y arrojando una cuerda tejida a partir de sábanas e hilo dental y sujetada de las literas de la celda.

Centro Correccional Metropolitano de Chicago
Getty Images
El Centro Correccional Metropolitano está pensado para estadías cortas.

“Los Chapitos”

De acuerdo al registro público de la Oficina Federal de Prisiones, que administra este centro, Ovidio Guzmán López, de 33 años, es uno de los 486 hombres y mujeres allí recluidos.

Originalmente había sido construido para albergar a 400 presos.

Ovidio Guzmán siendo trasladado a Estados Unidos.
X/@DEREKMALTZ_SR
Ovidio Guzmán en el avión que lo llevó a Estados Unidos.

Desde el arresto de “El Chapo” Guzmán en 2016 y su posterior extradición a Estados Unidos, cuatro de sus hijos, conocidos como Los Chapitos, supuestamente asumieron roles protagónicos en el cartel.

Los agentes de la Agencia Antidrogas de EE.UU. (DEA) dicen que el cártel de Sinaloa es la fuente de gran parte del fentanilo ilícito que se introduce de contrabando en Estados Unidos.

Según la jefa de la DEA, Anne Milgram, “Los Chapitos fueron pioneros en la fabricación y el tráfico de la droga más mortífera que nuestro país haya enfrentado jamás”.

Después de que su padre fuera condenado en EE.UU. a cadena perpetua en 2019, Ovidio Guzmán, alias el Ratón, era considerado uno de los líderes del cartel de Sinaloa y fue acusado por Washington de conspiración para distribuir drogas para ser importadas a EE.UU.

En su primera comparecencia ante un juez en Chicago el 5 de septiembre, Guzmán se declaró no culpable de los cargos que enfrenta por narcotráfico.

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BBC

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