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4 minutos de lectura

Volver a empezar

Es raro pensar en empezar de nuevo y permanecer en el mismo sitio, con los mismos síntomas, siguiendo la misma rutina y siendo la misma persona.
28 de abril, 2023
Por: Bárbara Hoyo

Todavía le tengo miedo al dolor. Sabe a metal, huele a materiales esterilizados, quirúrgicos. Lo siento punzante, helado, invasivo y solitario. Necesito abandonar la idea de que un día amaneceré y él ya no estará aquí.

Retomar la vida me está costando más trabajo del que pensaba. Pronto cumplo dos años de sentir que no me adapto a mi cuerpo. Abro los ojos, lo recorro y lo primero que pienso es que quiero volver a dormir para atraparme en el paréntesis donde no siento nada.

Cuando hablamos de empezar de nuevo, generalmente nos referimos a un cambio de casa o de trabajo, a haberlo perdido todo, a haber terminado una relación o salido de una situación que nos consumía. Es raro pensar en empezar de nuevo y permanecer en el mismo sitio, con los mismos síntomas, siguiendo la misma rutina y siendo la misma persona.

Necesito volver a empezar.

Hace un año, convencida del camino que tenía por delante, renuncié a un neuroestimulador que me colocaron en la columna para hacer de mi dolor algo menos doloroso, pero que tenía implicaciones severas en mi estilo de vida. Durante mi estancia hospitalaria, valoré mi capacidad de movimiento y la fortaleza de mis piernas, mis brazos, mis músculos. Valoré la libertad.

Después de nueve días de hospitalización, sedantes, intervenciones quirúrgicas, mucho llanto y poca compañía, porque no sé sanarme si no es en soledad, detecté mis malos hábitos, mi manera de evadir lo que me duele, mi anhelo repetido de esconderme, de desaparecer, de no vivir.

Me di cuenta, también, que Nicolás es el estímulo más grande que tengo, del que he aprendido a amar la vida. Salí heroica y decidida a tener una nueva vida que me permitiera rehabilitarme y hacerme amiga del dolor crónico que me acompañaría todos los días, cada minuto, cada segundo. El dolor parecía irrelevante comparado con la luz que tenía mi futuro. Un futuro junto a mi hijo, junto a mi madre, conmigo.

Comencé a nadar, a hacer yoga, a disfrutar mi sexualidad, a enfocarme en mi trabajo y, sobre todo, a disfrutar a mi hijo tanto como podía. Y, sin que me diera cuenta, el motor se fue apagando. El dolor me venció, dejé de nadar, abracé los analgésicos como si tuviesen el poder de sanarme. Los médicos fueron claros conmigo cuando tomé la decisión de salir adelante: no se va a ir. Tal vez sigo en negación.

Estos días he volteado a ver a mi yo de hace un año y me parece una desconocida. La valentía y la determinación con la que salí del hospital parece un oasis al que no logro llegar. A veces lo veo, pero en un instante desaparece.

Aceptar lo que la vida nos da y nos quita es una decisión que se toma todos los días. No hay ninguna revelación que con solo mirarla nos cambie. Pensé que sí. Pensé que sería más fácil vivir con una sensación que me recuerda que no todo está bien, que me tengo que mover, que si me rindo duele más. Pero la verdad es que estoy rendida.

Escribo con un síndrome de abstinencia después de semanas de consumir opioides y de haberme dado una pausa del dolor. Sentía que lo merecía. Retomo la natación y vuelvo, como hace un año, a asumir que el dolor es parte de mí, pero que también es ajeno: el dolor no soy yo.

Cómo me gustaría un exorcismo de lo que he vivido. En este momento, en el que no soy la mujer valiente que canta victoria, ni la heroína de su propia historia, vuelvo a empezar porque no me queda de otra. Porque lo que no quiero es que la debilidad se me escurra tanto que toque a las personas que amo. No quiero que el dolor determine mi vida. Me siento perdida. El único deseo que tengo es el de encontrar la fórmula en la que pueda rendirme sin darme por vencida, en la que pueda dolerme sin frenar el autocuidado.

Quiero volver a encontrar dicha en un rayito de sol, en una plática casual, en la comida y en el amor. Quiero que el dolor no me gane. Quiero volver a empezar.

Ilustración del blog de Bárbara Hoyo

 

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Imagen BBC
Las puertorriqueñas que fueron usadas como “conejillos de indias” por EE.UU. para probar la píldora anticonceptiva
8 minutos de lectura

En la década de 1950, en la isla se realizó un ensayo a gran escala para probar la píldora anticonceptiva entre mujeres pobres.

07 de septiembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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Dos mujeres, de pie en un complejo de vivienda pública en San Juan, Puerto Rico, miran perplejas. Una de ellas, tímida, describe unos síntomas: “Se me fue el mundo, se me nubló la vista. Lo único que dije fue: ‘Virgen del Carmen, cuídame a mis hijos‘”.

Luego, diciendo que no con la cabeza, la otra comenta: “Se estaba experimentando con nosotras sin saberlo”.

La escena es parte del documental “La Operación” (1982). Las mujeres, cuyos nombres no son mencionados, describían cómo fue su participación en el primer ensayo clínico a gran escala en el que se probó la efectividad de la píldora anticonceptiva en los años 50 del siglo pasado.

En el filme ambas afirman que desconocían ser parte de una investigación.

Como ellas, otras cientos de mujeres boricuas de origen humilde, sin saberlo, fueron pacientes del estudio dirigido por dos académicos estadounidenses.

El medicamento, que desde su comercialización en 1960 permitió que las mujeres tuviesen mayor control sobre sus cuerpos, porque no dependían del hombre para planificar la maternidad, fue probado en Puerto Rico gracias a una peculiar política pública de control de la sobrepoblación impulsada por el gobierno local de la isla y EE.UU.

En medio de un boom de nacimientos durante la primera mitad del siglo XX, con muchos ciudadanos en situación de extrema pobreza, la solución de los políticos de turno nombrados por EE.UU. fue fomentar que los puertorriqueños no tuvieran hijos.

Y sus iniciativas, explica la profesora de la Universidad de Puerto Rico Ana María García, directora de “La Operación”, estaban diseñadas específicamente para que esa reducción de la población se diera entre las comunidades más pobres.

imagen de las píldoras anticonceptivas
Getty Images
La píldora anticonceptiva, que ayudó a que las mujeres tuviesen mayor libertad, fue aprobada por las autoridades de EE.UU. en 1960.

“Fueron dirigidas a las mujeres más pobres, más racializadas y menos escolarizadas del país”, dice, por su parte, Lourdes Inoa, de la ONG feminista puertorriqueña Taller Salud.

“Porque eran quienes menos oportunidad tenían de conocer las repercusiones de participar de este tipo de procedimientos. El consentimiento, en este contexto, es altamente cuestionable”, añade.

Con financiación privada, pero también del Estado, la isla fue “un gran laboratorio de control de natalidad”, sostiene García.

Y las mujeres, añade Inoa, se convirtieron “en conejillos de indias”.

Dos científicos y dos activistas

El origen de la píldora, que según Naciones Unidas actualmente es usada por 150 millones de mujeres en todo el mundo, tuvo lugar lejos de Puerto Rico, entre las paredes de la prestigiosa Universidad de Harvard, en Massachusetts.

Quienes desarrollaron el fármaco fueron dos reconocidos profesores de la institución: John Rock y Gregory Pincus.

El primero, cuenta la historiadora Margaret Marsh, profesora en la Universidad de Rutgers en New Jersey, era uno de los expertos en fertilidad más importantes de Norteamérica, paradojalmente católico, y que pensaba que los matrimonios debían tener el derecho a decidir cuándo tener hijos.

El segundo era un biólogo que en más de una ocasión catalogó la sobrepoblación como “el mayor problema para los países en desarrollo”.

Ambos estuvieron financiados y supervisados muy de cerca por Margaret Sanger, enfermera y experta en salud fundadora de la organización Planned Parenthood, y por la acaudalada líder sufragista Katharine McCormick.

Gregory Pincus en un laboratorio sostiene a un conejo
Getty Images
Gregory Pincus, un biólogo de la Universidad de Harvard, fue uno de los directores del ensayo clínico a gran escala que se realizó en Puerto Rico.
Margaret Sanger
Getty Images
Margaret Sanger fue la fundadora de la primera clínica de control de natalidad en EE.UU., que luego se convertiría en la organización Planned Parenthood.

Ellas, afirma Inoa, “buscaban que las mujeres estuvieran insertadas en diversas facetas de la sociedad, para que tuvieran mayor poder”. Controlar la maternidad era esencial para lograrlo.

Pero es conocido que Sanger defendía la eugenesia, la filosofía social que defiende la mejora de la raza humana mediante la selección biológica.

Y por eso permitió que se experimentara en mujeres pobres y en situaciones de vulnerabilidad.

“El movimiento por el control de la natalidad, de alguna manera, tenía dos vertientes. Una buscaba que las mujeres tomaran sus propias decisiones reproductivas y la otra era la idea de que el control de natalidad era bueno porque la gente pobre tendría menos hijos”, agrega Marsh.

Katherine McCormick
Getty Images
Katherine McCormick fue una sufragista y millonaria heredera que financió el proyecto de las píldoras anticonceptivas.

Los primeros estudios

Las primeras investigaciones de la píldora anticonceptiva en EE.UU. se realizaron en ratas y otros animales.

Luego, en una decisión “poco ética”, los científicos administraron el medicamento a un reducido grupo de pacientes en un hospital público para personas con problemas de salud mental de Massachusetts, cuenta Marsh, quien es experta en la historia de la anticoncepción en EE.UU.

“Las familias de las pacientes sí dieron el permiso para que se realizara el estudio, pero ellas en sí, por estar en un hospital psiquiátrico, no consintieron. Aunque en esa época esto era legal”, comenta.

En esta fase, Pincus y Rock descubrieron que los compuestos que habían creado tenían el resultado de detener la ovulación. Así que buscaron un lugar para hacer un ensayo a mayor escala, para que los reguladores estadounidenses aprobaran la píldora.

En Massachussets, explica la profesora García, el control de natalidad era ilegal. Allí también había limitaciones legales para las experimentación con seres humanos.

Fue entonces cuando los científicos tuvieron que identificar un “lugar ideal”.

La isla laboratorio

Decidieron ir a Puerto Rico porque allí la esterilización, y en general la experimentación para lograr la anticoncepción, era legal desde 1937.

“Se aprobó una ley en un momento histórico, cuando en el resto del planeta, incluyendo EE.UU., la esterilización amplia no era legal”, señala García.

La legislación fue firmada por el gobernador Blanton C. Winship, un hombre que también apoyaba la eugenesia públicamente, y quien -según un artículo del New York Times- urgía a que en Puerto Rico se investigara el control poblacional, porque para él era el único “medio confiable para mejorar la raza humana”.

En la década de 1950, cuando los investigadores de la píldora llegaron a la isla, un 41% de las mujeres puertorriqueñas en edad reproductiva ya había probado algún método de anticoncepción, según un estudio de la Universidad de Puerto Rico.

Esto fue posible gracias a que la legislación permitió la creación de decenas de clínicas de planificación familiar alrededor del territorio, incluso en los pueblos más remotos, subvencionadas por el gobierno y que tenían personal que fomentaba el control de natalidad entre las mujeres.

La red de clínicas atrajo también la atención de Pincus y Rock, quienes pensaron que podían usarlas para desarrollar su proyecto.

El equipo, sin embargo, decidió concentrarse primero en un solo barrio de San Juan, la capital.

Recorte de The New York Times que habla del gobernador Blanton C. Winship.
The New York Times
Recorte de The New York Times que habla del gobernador Blanton C. Winship.

Las mujeres de Río Piedras

En la isla el experimento comenzó en 1955 como un proyecto en el que participaron estudiantes de medicina y enfermería. Pero el estudio era demasiado complicado y doloroso, por lo que muchas no lo terminaban.

Además, la píldora probada en Puerto Rico era una dosis mucho más alta que la actual y causaba fuertes efectos secundarios.

“Era necesario realizarles análisis de orina, biopsias endometriales y otras pruebas para determinar si estaban ovulando o no. Es un procedimiento incómodo. Si tienes a estudiantes que realmente no tienen la necesidad de métodos de anticoncepción, no iban a estar dispuestas a continuar”, comenta Marsh.

El medicamento les causaba nauseas, mareos, vómitos y dolor de cabeza. Pincus, sin embargo, descartó estos efectos secundarios y alegó que eran una consecuencia “psicosomática”.

“Creía tanto en la pastilla, que él se la estaba dando a sus familiares. A sus nietas, sus hijas, las amigas de sus hijos”, dice Marsh, quien escribió una biografía sobre Rock, colega de trabajo de Pincus.

El equipo decidió continuar la experimentación, pero esta vez en Río Piedras, un suburbio del norte de Puerto Rico.

Trabajadores sociales y personal médico visitaba puerta por puerta a las mujeres, ofreciéndoles la píldora anticonceptiva y, a algunas de ellas, les realizaban exámenes para recolectar datos, sin ninguna retribución monetaria.

frasco de pastillas
Getty Images
Las mujeres puertorriqueñas fueron objeto de estudio hasta 1964.

El rechazo por parte diversos sectores de la sociedad puertorriqueña fue inmediato.

“Hubo notas de prensa que catalogaron como ‘maltusianas’ las investigaciones. También por parte de médicos, incluso de los que estuvieron en el proceso de reclutamiento de mujeres, quienes pensaban que los efectos secundarios debían tomarse con seriedad y que era necesario hacer más pruebas y no descartarlos”, dice Inoa, de Taller Salud.

Por los efectos secundarios muchas de estas mujeres, al igual que en los estudios anteriores, decidían dejar el tratamiento. Otras, golpeadas por la pobreza, accedían a tomar la píldora como un método reversible de control de natalidad.

Según Marsh, tres personas del ensayo clínico que se realizó en la isla caribeña murieron. No obstante, nunca se les hizo una autopsia, por lo que se desconoce cuáles fueron las causas precisas de su fallecimiento.

La aprobación

frasco de enovid
Getty Images
Las primeras pastillas anticonceptivas se llamaron Enovid.

Pese a las muertes, al ver que la píldora tenía el efecto de evitar embarazos, los científicos extendieron su proyecto a otros pueblos de Puerto Rico, y más adelante a Haití, México, Nueva York, Seattle y California.

En total participaron unas 900 mujeres, de las que alrededor de 500 eran puertorriqueñas.

En 1960, la Agencia de Drogas y Alimentos de EE.UU. (FDA, en inglés) aprobó el Envoid, como se llamó la primera pastilla, como un método anticonceptivo.

Su expansión fue veloz. En tan solo siete años, 13 millones de mujeres en el mundo la usaban.

Pero luego de ser avalada por la FDA, la píldora continuó causando efectos secundarios fuertes, como coágulos de sangre, lo que provocó demandas. En la isla, pese a las acciones legales en otras partes de EE.UU., los estudios continuaron hasta 1964.

Todavía hoy, afirma Inoa, no hay investigaciones “significativas” que busquen “otro tipo de métodos de anticoncepción que no tengan los efectos secundarios de la píldora que existe ahora”.

Mientras, los estudios para crear un medicamento anticonceptivo oral para hombres tampoco han dado frutos, aunque comenzaron hace 30 años.

“Las mayores experimentaciones siempre han sido en personas gestantes”, concluye.

Línea gris que divide el texto
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