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Arturo Franco es un economista, escritor y emprendedor social lagunero. Actualmente es vicepresidente senior del... Continuar Leyendo
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Todos los bueyes del Presidente

Nuestro Presidente es un culturalista de conveniencia. Es alguien que cree en la “cultura” cuando se refiere a un resultado negativo, y que cree en el contexto cuando se refiere a un resultado positivo. Y además, piensa que el gobierno, que sus reformas, que las mejoras en las condiciones derivadas de su grandes pactos nacionales y ceremoniosos actos, pueden asegurar el éxito individual. ¿Pero puede combatirse la corrupción con mejoras en la Ley de Transparencia, o con un buen sistema anti-corrupción? En su opinión, no.
08 de mayo, 2015
Por: Arturo Franco

— “Quiero dedicar este premio a mis compatriotas mexicanos; a los que viven en México. Y pido porque podamos construir el gobierno que merecemos”, dijo hace unos meses, en inglés y ante millones de espectadores alrededor del mundo, el reconocido cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu.

El presidente Enrique Peña Nieto, que seguramente escuchó el discurso de Iñárritu en los premios Oscar, se tomó unos días en responder.

— “¿Que debo decir?” se preguntaba @EPN. “¿Cómo responder ante un mexicano exitoso, que ha triunfado globalmente en base a sus méritos, y que pone en evidencia las fallas de nuestro gobierno?”

— “Como país nos enorgullece saber que mexicanos pueden triunfar, descollar, tener éxito, aquí y fuera de México”, dijo Peña Nieto durante la entrega del Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria. “Como gobierno, hoy nos ocupa precisamente sembrar las mejores condiciones, trabajar porque nuestro país tenga los mejores espacios y para que cada individuo pueda escribir sus historias personales de éxito”.

Curiosamente, su respuesta no fue atribuir el éxito de Iñárritu al orden cultural, sino al orden contextual. En otras palabras, el Presidente no intentó explicar el triunfo del cineasta mexicano como un asunto de mentalidad, de valores generalizables, o de comportamientos de aquellos “mexicanos que tienen éxito”, sino que puso énfasis en las condiciones y los espacios. Como se puede entrever en el discurso del Presidente, la idea es que si nuestro país siembra mejores condiciones, los individuos tendrán más éxito.

No es la cultura, pues, es el contexto lo que determina el comportamiento.

Bien. ¿Pero que pasa si le pedimos al Presidente que explique, ya no un buen resultado –como el de nuestro galardonado cineasta–, sino uno malo? Por ejemplo, ¿que diría Peña Nieto acerca de aquellas personas involucradas en un supuesto fraude multimillonario de la empresa OHL en una autopista que su gobierno construyó? ¿Qué llevo a estos individuos, que en su Consejo de Administración han tenido a tres directores de @Pemex, a robarse dinero público?

Como lo ha hecho ya varias veces, la última de ellas el día de ayer en #WEFLA, Enrique Peña Nieto diría que estos comportamientos, prácticas y mentalidades, son un asunto, de orden, a veces, cultural. (Nótese el a veces)

Y es aquí que me surge una enorme confusión. Resulta que, de acuerdo al Presidente, para asegurar el éxito y el triunfo de los mexicanos solo haría falta que el gobierno siembre esas mejores condiciones, que el gobierno construya esos mejores espacios para nuestro país (aplaudan, porque luego dice que no aplauden). Pero, para explicar el fracaso, el comportamiento inmoral, anti-social, criminal de estos grandes empresarios, o de funcionarios corruptos, o de sus propios allegados, nos dice que el asunto no lo puede resolver el gobierno, pues es cultural. 

Determinismo… cultural… ¿selectivo?

Lamentablemente, el Presidente no es el único mexicano influyente que se confunde entre cultura y contexto. Lo mismo hace @JorgeGCastaneda, en una especie de radiografía de nuestro México llamada Mañana o pasado: El misterio de los mexicanos. Al describir algunos rasgos que nos definen como país, Castañeda elige tres características que resumen, según él, nuestra cultura. Dice que los mexicanos mostramos un ferviente rechazo a la confrontación, que somos adversos a la competencia y que no nos gusta la controversia. Esto, asegura, hace que nuestra cultura, particularmente la cultura política, esté no solamente poco preparada para la democracia, sino que sea “completamente incompatible con una democracia eficaz, socialmente aceptada y plenamente libre”.

Pocos meses después de publicar su tesis sobre nuestra mexicanidad, en una entrevista con @oppenheimera, Castañeda dijo:

— “En un momento dado, la cultura, o el carácter nacional, o la identidad nacional, aunque a mí no me gusta ese término, existe e incide enormemente en cómo funciona la gente, pero yo sostengo que eso puede cambiar, y que debe cambiar, porque México sólo va a poder salir adelante si cambia eso.

Al final ambos terminaron concluyendo que más que la cultura del mexicano, lo que determina la prosperidad de un país es su nivel de consenso nacional en torno a temas básicos.

[contextly_sidebar id=”hC5dEdB5xg1iBkYOmDFnTuR5rrutQaVz”]Igual que Castañeda, nuestro Presidente es un culturalista de conveniencia. Es alguien que cree en la “cultura” cuando se refiere a un resultado negativo, y que cree en el contexto cuando se refiere a un resultado positivo. Y además, piensa que el gobierno, que sus reformas, que las mejoras en las condiciones derivadas de su grandes pactos nacionales y ceremoniosos actos, pueden asegurar el éxito individual. ¿Pero puede combatirse la corrupción con mejoras en la Ley de Transparencia, o con un buen sistema anti-corrupción?

— “Si bien estos son medios, instrumentos, no van a funcionar si la sociedad no está resuelta a cambiar, para bien, y para ser parte de una nueva cultura”, dice nuestro demostrablemente inculto presidente. O sea que no.

No es cultura, es el sistema…

En mi nuevo libro, Mérito: construyendo el país de nosotros, presento la idea de que el mayor problema del país no es la cultura de los mexicanos, ni el diseño de nuestras leyes, sino el tipo de liderazgo que domina en nuestras instituciones, particularmente en el sector público.

— “Para mí, la mayor tragedia nacional es ver a personas preparadas y comprometidas para servir a su país quedándose fuera del sistema político por no poder competir con equidad en contra de otro tipo de personas, como políticos sin escrúpulos y sin vocación de servicio“, dije en una entrevista la semana pasada. Claramente, el problema de México es sistémico, no cultural.

Volviendo a González Iñárritu, no es el único cineasta exitoso de México suplica por un mejor gobierno para su país. Unas semanas más tarde, el creador de El laberinto del fauno, Guillermo del Toro, dijo en Guadalajara: “Estamos en un momento excepcional; vivimos un hito de inseguridad, de descomposición, que va a ser histórico”. Y un poco más tarde, en esa rueda de prensa en el marco del Festival Internacional de Cine, agregó que le encantaría sentarse con la clase política y prenderles fuego “para que hubiera voluntad histórica, no nomás voluntad de robar”. “Los gobiernos ya no son parte de la corrupción; el Estado es la corrupción”, fue la frase con la que concluyó.

Ya se lo había dicho el buen @Leon_Krauze en una entrevista, pero vale la pena repetírselo. El origen de la corrupción no es la cultura, es el sistema.

 

Y antes que Del Toro, y mucho antes que León Krauze, el escritor Gabriel Zaid ya había planteado una descripción contundente similar: “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”.

El sistema, además, se ha perpetuado, multiplicado, calcificado. Como nos recuerda Luis Carlos Ugalde, si la corrupción del siglo pasado surgió de la concentración del poder en la Presidencia y de la falta de contrapesos al Ejecutivo, la actual es, en cambio, resultado de la dispersión del poder y de la apertura de muchas ventanillas para hacer negocios.

— “Si antes había que tocar la puerta de Los Pinos, ahora hay muchas otras ventanillas jugosas en los poderes legislativos, en los gobiernos estatales y en los ayuntamientos”, dice quien fuera presidente del IFE durante la elección de 2006. “La democratización ha significado la pulverización de los puntos de acceso para lucrar con la influencia política de muchos jugadores que hoy tienen una palabra o un voto para definir leyes, contratos, permisos y presupuestos”, escribió en Nexos.

Esta pulverización del fenómeno de la corrupción que estaba, hasta finales de los noventa, más o menos centralizado por el autoritarismo, no solo ha explotado de manera vertical, del nivel federal de gobierno a los niveles estatales y municipales, sino también horizontal, del Poder Ejecutivo al Legislativo, Judicial y a otras instituciones de gobierno. Y así, mientras el cáncer de la corrupción invade a todas nuestras instituciones, de manera sistémica, el Presidente sigue diciendo que el problema es cultural.

“Hágase la ley en los bueyes de mi compadre, pero no en los míos,” dijo Peña Nieto ante los líderes de la región y mi ex-jefe, Klaus Schwab, como ejemplo de su teoría cultural. No podría estar más de acuerdo, los bueyes de Peña Nieto merecen que los azoten con todo el peso de la Ley.

Señor Peña Nieto: la cultura no puede ser un factor determinante para explicar conductas individuales (ni comportamientos, ni prácticas, como usted las llama). Por sí misma, la cultura no conduce al éxito personal, y tampoco a la inmoralidad. Es en cambio, su poca integridad, su falta de liderazgo moral, y no su falta de cultura, la que no le permite comenzar a abordar este terrible problema nacional.

(Mi libro MÉRITO: construyendo el país de nosotros, esta disponible aquí).

 

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Imagen BBC