Hace unas semanas conocí a una emprendedora social mexicana. Gabriela Enrigue es fundadora de Prospera, una organización social financiada por el Banco Mundial, incubada en la Universidad de California en Berkeley.
Con sede en Guadalajara, la organización busca que personas en situación de vulnerabilidad económica (en particular mujeres y madres solteras) desarrollen productos acordes a las demandas de los consumidores globales, y para ello capacitan empresarios y empresarias nacientes para obtener herramientas y transformar el negocio en una empresa de alto rendimiento.
En los más de 15 años que lleva operando, Prospera ha respaldado a más de 4,000 personas y ha sido galardonada con Mención Especial de Iniciativa México, el Premio UBS al Emprendedor Social y con apoyo de la Fundación Gates.
—“¿Que opinas del cambio de nombre que le dio el gobierno federal al programa Oportunidades, que desde 2013 le llama programa PROSPERA, como tu organización?” —fue una de las preguntas que le hice a Gabriela.
Me miró sin asombro alguno, con un gesto más bien de indiferencia. Y rápidamente me hizo entender que no le preocupaba mucho el tema.
—“Pero según ellos están ampliando el alcance del programa”, le dije, “se están metiendo a temas de inclusión financiera, y de la vida productiva y laboral de las beneficiarias. ¿No se te hace mucha coincidencia?”
De nuevo despachó rápidamente mi pregunta y siguió platicando de los planes y proyectos de su creciente organización. “Tiene razón, no hay de que preocuparse”, me acuerdo haber pensado.
Eso, hasta la semana pasada, cuando en su página de Facebook, Enrigue compartió el siguiente mensaje y fotografía:
“Plagio del gobierno hasta para tratar de combatir la pobreza. Mi trabajo, y el de mi equipo, en la foto de arriba. Abajo, el de la titular del programa federal. ¡Los reto a encontrar el parecido! Mejor que me den su puesto y nos dejamos de simulaciones. Lo que no haríamos para dignificar la vida de esos 6 millones de beneficiarios. ¡Y sus familias!”
La similitud entre la “cajita” de la organización social Prospera (desarrollada por Enrigue en 2010) y la que en 2016 ha estado repartiendo la Coordinadora Nacional del programa PROSPERA, Paula Hernández Olmos (aquí su mensaje Navideño) está muy lejos de ser una posible casualidad.
Es un plagio, un robo, de un servidora pública de poca preparación e imaginación, a una emprendedora social con mucho prestigio y capacidad.
Y lo peor es que no solamente se plagiaron la “cajita”, sino que con ello se intentan apoderar del concepto, de la confianza y de los resultados de un grupo de mexicanos que han estado apoyando el desarrollo de nuestras comunidades por muchos años.
La ignorancia como virtud política
Todo este cuento de la Prospera de Enrigue vs. la PROSPERA de Hernández Olmos me hizo recordar algo que dijo recientemente el presidente Obama en un discurso de graduación.
—“Es interesante que, cuando nos enfermamos, nos aseguramos de ir a ver a un médico, a una persona que haya ido a la escuela de medicina, que sabe de lo que está hablando. Si nos subimos a un avión, realmente queremos saber que el piloto es una persona capacitada para pilotar el avión”.
—“Y, sin embargo, en nuestra vida pública, al elegir a nuestros servidores públicos y políticos, a veces caemos en la tentación de decir: “No quiero a alguien que lo haya hecho antes”, dijo el presidente norteamericano.
—“En la política y en la vida, la ignorancia no es una virtud”, añadió Obama.”No se trata de ser cool, ni de decir las cosas como son, ni de ser políticamente incorrecto. Se trata de saber de lo que estas hablando“, dijo el presidente cuya administración entra a su último año. “Y, sin embargo, parecemos estar confundidos acerca de esto“.
Y en México, ¿tenemos gobernantes y políticos que realmente “saben lo que están haciendo”? ¿O también enaltecemos la ignorancia como una especie de virtud?
Con el ejemplo anterior queda claro que la ignorancia de la coordinadora Hernández Olmos —y de cualquiera de sus asesores que le ayudó a piratearse el nombre de la organización tapatía— se ha convertido en un activo político sin mayores consecuencias.
Escuela de simuladores
Y todo esto apunta a algo que en este mismo espacio he tocado anteriormente. Uno de los mayores problemas que enfrenta nuestro país es que nuestra clase política se ha convertido en un verdadero “virtuoso” del arte de la simulación.
Para el historiador Lorenzo Meyer, la simulación política que estamos viviendo era más que evidente desde el año pasado.
Meyer nos advirtió así de un posible regreso al autoritarismo, al presidencialismo:
“La reforma educativa no cambió el contenido de la educación pero ayudó a eliminar a una lideresa magisterial insubordinada y devolver el control del SNTE al presidente”, dice el profesor emérito de El Colegio de México. “Un Congreso ya obediente al Ejecutivo permitió colocar en la Suprema Corte a un funcionario sin carrera judicial o académica pero miembro del grupo peñista y que habrá de permanecer ahí 15 años. Esa operación se volverá a repetir con los dos próximos reemplazos de ministros para asegurar así la subordinación de la Corte. Un mecanismo similar, más el desgaste de Jesús Murillo Karam, permitieron a Peña Nieto colocar en la Procuraduría -en teoría una institución fundamental- a una ex senadora priista sin experiencia como penalista pero afín al Presidente y que, además, está en posibilidad de ser la primera fiscal general por nueve años. La meta, pues, no es “Mover a México” sino amarrarlo para que ya no se mueva de la dirección en que va“.
También para Joel Ortega Juárez, uno de los peores daños que la élite política le han inflingido al país, y a nuestra débil democracia, es precisamente esta simulación. “La política mexicana es muy semejante a la lucha libre. La destreza de los actores aparenta un nivel de confrontación que es en realidad una simple actuación ante “el público” que esconde la complicidad derivada del control del poder de esa partidocracia”, escribió Ortega hace unos meses.
Carlos Bravo Regidor fue un paso más allá, pues colocó este “arte de la simulación política” como el centro del peñanietismo: “no es que las reformas se legislaran bien pero su implementación esté fallando, es que su implementación está fallando porque las reformas no se legislaron bien. No es que el gobierno de Peña Nieto acertara al restarle importancia a la violencia aún y cuando ésta estuviera fuera de control, es que la violencia sigue fuera de control porque el gobierno de Peña Nieto le restó importancia. Y no es que el Pacto por México lograra su propósito aunque después la oposición y los contrapesos se desdibujaran, es que la oposición y los contrapesos se desdibujaron precisamente porque el Pacto por México logró su propósito”.
Así nos tocó vivir. Con partidos políticos, servidores públicos y personajes que además de no “saber lo que están haciendo” tienen incentivos para “simular” que lo están haciendo, y que si no pueden “simular” entonces se aseguran de “plagiar” las mejores ideas de otros…
La ignorancia no es una virtud, dice Obama. En México parecería que sí.