Una de las cosas que siempre me ha apasionado más de haber estudiado economía es que uno aprende a entender que hay cosas que son menos obvias y más complejas de lo que parecen a primera vista. Al estudiar economía uno aprende, por ejemplo, que hay cosas o situaciones indeseables (como la inflación), pero que su opuesto tampoco es necesariamente deseable (en este caso, la deflación). Para muchas personas esto es un sinsentido, pero no lo es para un economista que haya aprendido bien sus lecciones de macroeconomía. Me explico.
Para todos es evidente que una alta inflación es algo indeseable. Todos los que crecimos en México durante los años setenta, ochenta, o incluso noventa, conocemos de primera mano los efectos perniciosos de una inflación alta. El dinero pierde poder de compra rápidamente y los continuos aumentos de precios distorsionan muchas decisiones económicas de consumo, ahorro e inversión. No es casualidad que fue precisamente en los años noventa cuando se decidió otorgar autonomía al Banco de México y se le encomendó la tarea principal de combatir la inflación. Sin embargo, contrario a lo que muchos pensarían, el objetivo del banco central no es acabar con la inflación. Es decir, no busca lograr una inflación de cero por ciento. Uno estaría tentado a pensar que si la inflación es indeseable deberíamos tratar de que esta fuera la menor posible, cero inclusive. Otros podrían sugerir ir más allá: si la inflación es indeseable, ¿por qué no tratar de lograr una deflación, es decir, que los precios bajen? Finalmente, esto suena lógico: si nos molesta que los precios suban, ¿por qué no habríamos de querer que los precios bajen? Parece natural querer esto. O al menos plantearlo como alguna posibilidad.
Sin embargo, los economistas bien saben que la deflación es algo también indeseable. Es algo a lo que las autoridades económicas de todo el mundo temen. Hay países, como Japón, que han luchado por años para evitar una deflación. ¿La razón? Si estamos en una situación con deflación, esto también afecta las decisiones de consumo y ahorro de las personas. Es natural suponer que los agentes económicos podrían posponer su consumo de todo tipo de bienes si anticipan que los precios van a bajar en el futuro. Si todos los agentes se comportaran de esa manera, el consumo agregado caería y provocaría una caída en la demanda agregada; la producción se contraería y el desempleo aumentaría; el ingreso caería por la pérdida de empleo y el consumo se reduciría aún más derivado de la pérdida de ingresos, lo que acentuaría el círculo vicioso y provocaría una recesión económica. Por esta razón es que una deflación es algo tan indeseable como su opuesto, la inflación. Hay otras razones que explican por qué tampoco es deseable buscar una inflación de cero por ciento, ya que esto podría impedir el ajuste de precios relativos que en muchas ocasiones es deseable para acomodar los ajustes inevitables que hay en la oferta o demanda de algunos bienes.
Por todo ello es que los bancos centrales nunca buscan tener como objetivo ni el 0% ni mucho menos una deflación. La mayor parte de los bancos centrales concentran sus objetivos en alcanzar una inflación baja y estable, la cual normalmente fluctúa en un rango que va de 2% a 4%. En el caso de México, el objetivo del Banco de México es de 3% anual.
Todo el ejemplo anterior fue para ilustrar, con un caso que es relativamente fácil de comprender, aunque no es inmediatamente obvio, por qué en economía el opuesto de algo indeseable no es necesariamente deseable. Uno debe tratar de entender las ventajas y desventajas de las diferentes alternativas. Bueno, pues algo parecido ocurre con los movimientos del tipo de cambio. Si bien casi todos estaríamos de acuerdo en que un aumento significativo en el tipo de cambio es algo indeseable, no es del todo evidente cómo debemos valorar su contrario, es decir, cómo debemos valorar una reducción significativa del tipo de cambio (a lo que los economistas llaman una apreciación). De nuevo, los que vivimos en los años de alta inflación en México, nos acostumbramos a ver episodios de movimientos bruscos al alza en el tipo de cambio. Estos episodios, conocidos como depreciaciones (cuando el régimen cambiario era flexible) o devaluaciones (cuando el régimen cambiario era de tipo de cambio fijo o semifijo), producían un enorme malestar entre la población y se asociaban a mayores costos de importación, a inflación adicional y, en general, a crisis económicas constantes. Por todo ello, a buena parte de los mexicanos les queda clara que una depreciación importante es algo indeseable. Durante décadas, los mexicanos asociamos las depreciaciones cambiarias con crisis económicas. Y no es para menos, las devaluaciones importantes de 1976, 1981-82, 1985-87 y 1994-95 estuvieron todas ellas asociadas con fuertes crisis económicas.
Ahora bien, ¿quiere esto decir que una apreciación (es decir, una disminución de la paridad cambiaria) es algo deseable? En general, uno pensaría que sí. Es lo más lógico. Si una depreciación es indeseable, una apreciación parecería ser bienvenida. Sin embargo, una vez más la respuesta es menos obvia de lo que parece. Si bien una depreciación importante perjudica a la inmensa mayoría de la población (por sus efectos en inflación, precios de importación, etc.), una apreciación no necesariamente beneficia al grueso de la población. Beneficia a algunos y perjudica a otros. Beneficia, por ejemplo, a los consumidores de productos importados que, al menos en principio, podrían beneficiarse de menores precios en pesos. También beneficia a las familias que viajan al extranjero y que ahora podrían hacerlo a un menor costo en pesos. En cambio, una apreciación importante del tipo de cambio perjudica a los exportadores, quienes ahora recibirían menos pesos por sus ventas al exterior. También perjudica a todas las familias y negocios que dependen del turismo extranjero, ya que una moneda fuerte desincentiva a los extranjeros a venir a México, ya que el costo de viajar y consumir en el país se encarece para aquellos que tienen sus ingresos en dólares. Noten que esto implica que una apreciación importante afecta también a las y los trabajadores de los sectores exportadores y turísticos, ya que la demanda por sus productos y servicios podría disminuir. Finalmente, también perjudica a las familias receptoras de remesas, ya que ahora los envíos de dólares se traducirían en menos pesos. Una apreciación del peso podría ayudar al gobierno a reducir la carga en pesos de su deuda externa, sin embargo, también lo perjudica porque disminuyen sus ingresos por la venta de petróleo al exterior.
Así pues, el efecto de una apreciación es mucho más complejo de lo que uno pensaría. Por lo mismo, tener una moneda fuerte no es necesariamente algo que deba buscarse y quizá tampoco celebrarse. Aquí, como en otros temas económicos, la respuesta a la pregunta del título es “depende”. Una moneda fuerte ayuda a algunos y perjudica a otros. Si le preguntamos a los primeros, su respuesta seguramente será positiva. Si le preguntamos a los segundos, su respuesta será negativa. En cualquier caso, es importante entender las distintas aristas de este tema y no quedarnos con una visión demasiado simplista de lo que implica tener una moneda “fuerte”. Desde un punto de vista macroeconómico es sin duda un logro el haber mantenido la estabilidad cambiaria en un periodo tan turbulento como el que hemos vivido. Sin embargo, una cosa muy distinta es celebrar una apreciación cambiaria que tiene efectos distributivos importantes y que podría acarrear costos y riesgos no menores hacia adelante.
Nació como un pequeño grupo en un estado venezolano que hoy se dedica a varias actividades criminales y opera en casi toda Sudamérica, según los expertos.
Miles de efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana de Venezuela, policías y soldados participaron este miércoles en un operativo para tomar control de la cárcel de Tocorón y “desarticular y poner fin a las bandas de delincuencia organizada y demás redes criminales” que operaban en esa penitenciaría en el norteño estado Aragua.
Desde años se sospechaba que la cárcel era el centro de operaciones de la temida organización delictiva conocida como el Tren de Aragua, aunque las autoridades no la mencionaron como objetivo directo de su operativo.
En Tocorón estaba recluido Héctor Rusthenford Guerrero Flores, alias “Niño Guerrero”, líder de este grupo de crimen organizado, el mayor de Venezuela y uno de los más importantes de América Latina.
A pesar del allanamiento de la penitenciaría, los analistas no creen que signifique la desaparición del Tren de Aragua, cuya compleja estructura de criminalidad se extiende por toda América Latina.
La periodista e investigadora venezolana Ronna Rísquez, autora del libro “El Tren de Aragua. La banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina”, opina que otros cabecillas de la organización y las células que están fuera de Venezuela pueden seguir operando.
Se sabe que la megabanda nació en el estado Aragua, en el norte de Venezuela, hace más de una década, pero no hay consenso entre los expertos de cómo dirigía las actividades de sus afiliados desde la cárcel ni exactamente la magnitud de los mismos.
Según Luis Izquiel, profesor de Criminología de la Universidad Central de Venezuela, la banda nació hace “unos 12 o 14 años” en un sindicato que controlaba un tramo de tren que atravesaría el estado Aragua.
“Los miembros del sindicato extorsionaban a los contratistas, vendían puestos de trabajo en las obras y se les empezó a conocer como ‘los del tren de Aragua'”. asegura el experto en crimen organizado en entrevista con BBC Mundo.
“Algunos de estos individuos terminaron presos en una prisión local conocida como la cárcel de Tocorón y desde allí comenzaron a tomar fuerza como organización criminal”, prosigue.
Izquiel explica que, desde la prisión, Héctor Rusthenford Guerrero comenzó a agrupar a exmiembros del sindicato y a otros presos comunes y armó poco a poco la organización que conocemos actualmente.
Primero se expandieron afuera de la cárcel hacia otros sectores del estado Aragua.
“Hoy controlan el barrio de San Vicente en el estado Aragua, que ha pasado a ser su epicentro de control fuera de la cárcel de Tocorón”, agrega.
Luego se expandieron al resto del país: “Se sabe que están en el estado Sucre, controlando rutas de narcotráfico, y participan en la minería ilegal en el estado Bolívar”.
De acuerdo a la experta en crimen organizado Ronna Rísquez, la primera vez que se empezó a escuchar del Tren de Aragua como una banda criminal ya establecida fue a partir de 2013, meses después de la fuga de la prisión de Tocorón del “Niño Guerrero”, quien fue recapturado casi un año después.
“Antes de eso había varias organizaciones, algunas asociadas a la prisión de Tocorón y otras que operaban afuera de la prisión en el estado Aragua y a quienes se les vincula con el ferrocarril que estaba en construcción en esa zona”, le dijo la investigadora a BBC Mundo.
“De allí viene el nombre Tren de Aragua”.
Rísquez asegura que Guerrero Flores es el líder oficialmente, pero añade que el grupo podría tener al menos dos líderes más, y que se sospecha que uno podría estar en un estado minero venezolano y el otro en el extranjero.
El profesor de criminología Luis Izquiel explica que el “Niño Guerrero” era capaz de controlar el Tren de Aragua desde prisión porque desde hace varios años algunos presos se habían “adueñado” del control de algunas cárceles de Venezuela a través del liderazgo de pandillas carcelarias.
“Todo lo que ocurre dentro de estas penitenciarias es manejado por estos criminales, que tienen más poder que los directores de las cárceles o los militares que las custodian”, asegura.
A los líderes delictivos en Venezuela se les conoce como los “pranes” y Héctor Guerrero Flores es quizá el más importante de todo el país.
Según Izquiel, esto ocurre con la complicidad de muchos funcionarios del Estado, sea por “acción u omisión”.
Ronna Rísquez afirma que ha identificado la presencia del Tren de Aragua en once estados de Venezuela, pero su actividad actualmente no se limita a las fronteras del país caribeño.
Apunta que si bien la primera evidencia pública de una expansión extranjera del grupo se registró en Perú en 2018, puede que sus operaciones internacionales hayan comenzado antes.
El 3 de agosto de 2022, la División de Investigación de Robos de la policía peruana detuvo a cinco integrantes de una banda que identificaron como “Los Malditos del Tren de Aragua”. Les incautaron tres armas de fuego, una camioneta, una granada tipo piña y pasamontañas.
Uno de los detenidos, el venezolano Edison Agustín Barrera, alias “Catire”, admitió haber cometido seis homicidios en Perú bajo la modalidad de sicariato.
Desde entonces la banda se ha expandido en ese país. El 19 de julio de ese año, la policía local detuvo a cuatro implicados de nacionalidad venezolana en el décimo piso de un edificio en Lima, la capital del país.
En el vecino Brasil, las autoridades han identificado vínculos entre el Tren de Aragua y el El Primer Comando de la Capital (PCC), la organización criminal más importante del país -y que también nació en una penitenciería- en el estado de Roraima, que comparte frontera con Venezuela.
También se han registrado actividades del grupo en Colombia.
“En Colombia, empezó operando en la zona fronteriza con Venezuela, entre Táchira y el Norte de Santander, donde ahora controlan el paso fronterizo del lado colombiano. Luego se expandió a otras regiones colombianas incluida Bogotá, más recientemente”, asegura Rísquez.
A principios de julio de 2022, un video en el que se puede ver a dos sujetos golpeando, torturando y asfixiando a un migrante hasta quitarle la vida sirvió de prueba para que la policía de Bogotá capturara en la localidad de Kennedy a alias Alfredito y el Capi, dos presuntos miembros del Tren de Aragua.
Según las autoridades colombianas, el grupo delincuencial lucha desde 2021 con otras bandas colombianas por el control del negocio de la droga en la capital colombiana.
Tres semanas antes del operativo policial en Bogotá, mucho más al sur del continente, el jefe de la Prefectura Antinarcóticos y Contra el Crimen Organizado Norte de la policía chilena, Rodrigo Fuentes, ofreció detalles de cómo opera la megabanda en Chile.
“Obedecen a un líder, tienen personas vinculadas al manejo del armamento, otros que se preocupan de la recolección de dinero, conocida como vacunas, como extorsión, y sicarios”, detalló el funcionario a medios chilenos.
“Matan conforme a una orden, aquí no se produce la figura del sicariato normal que nosotros conocemos, donde hay un premio o una promesa remuneratoria. Acá hay una orden de un líder que ordena matar a una persona que no paga la vacuna, cuando es extorsionada”, añadió.
Según Fuentes, gran parte del dinero obtenido de manera ilícita es enviado a Venezuela.
“La organización en sí tiene liderazgos que están en Venezuela y estos liderazgos se transforman en brazos operativos en distintos países”.
Mario Carrera, quien es fiscal regional de Arica y Parinacota, una región cerca de las fronteras de Chile con Perú y Bolivia, la calificó como “una organización bastante brutal en su forma de actuar”.
“Normalmente una organización criminal buscar actuar con sigilo para no despertar mayores sospechas. Esta gente no, su sello es causar temor y para ello ocupan las técnicas que hemos visto, los homicidios y las torturas”, dijo la semana pasada durante una intervención en la Radio Cooperativa de Chile.
El Tren de Aragua también ha sido acusado en Chile y en otros países de trata de mujeres con fines de explotación sexual y de tráfico de migrantes.
Ronna Rísquez explica que si bien su presencia se ha comprobado en países como Colombia y Perú, se presume que el Tren de Aragua opera en muchos otros países.
“Al operar en la frontera entre Chile y Bolivia, se presume que están en Bolivia. Al operar en la frontera de Chile y Argentina, también se presume que operan en Argentina. También se cree que están en Costa Rica y Panamá”, prosigue la experta en crimen organizado.
Por su parte, Luis Izquiel asegura que la banda tiene presencia en Ecuador, controlando a veces el paso fronterizo con Colombia.
Según el sitio especializado Insight Crime, el Tren de Aragua se ha convertido en una “amenaza criminal transnacional”.
“Ha seguido la trayectoria del éxodo de migrantes venezolanos y ha encontrado la manera de establecer operaciones permanentes en varios países”, apunta.
Calcular el número de integrantes del Tren de Aragua es complicado, pero Izquiel calcula que podrían ser entre 2.500 y 3.000 individuos, mientras que la estimación de Ronna Risquez va hasta los 5.000.
Rísquez considera importante destacar que se trata de un grupo que no se dedica a una sola actividad delictiva, lo cual le da una “ventaja” frente a otras bandas.
“El Tren de Aragua tiene una gran capacidad para adaptarse. No es un grupo que se dedica exclusivamente al narcotráfico ni al contrabando ni al secuestro. Busca nichos y brechas donde meterse y justamente uno de los nichos que ha aprovechado es la migración venezolana“, señala.
“Puede que los migrantes venezolanos se hayan convertido en las principales víctimas del Tren. Los extorsionan, los utilizan para el tráfico de migrantes o de personas, para la trata y explotación sexual”.
“No tienen las armas de los carteles mexicanos ni el conocimiento del manejo de negocios ilegales que tienen las disidencias de las FARC o su experiencia, pero saben moverse y adaptarse”.
*Esta es una actualización del artículo de Norberto Paredes publicado en BBC News Mundo el 1 de agosto de 2022.
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