El olvido, el maltrato, la indiferencia, la explotación, el desprecio, la discriminación y el ninguneo a las grandes mayorías de la sociedad mexicana incubaron un océano de resentimiento social que alimenta hoy el estado de ánimo del país. No podremos sanar si no entendemos que hay que avanzar hacia una sociedad más empática, solidaria, respetuosa e incluyente.
Al mismo tiempo, tras las elecciones del 2018, cuando nos despertamos ahí siguen la corrupción, prepotencia, abuso, agandalle, transas, insensibilidad, inercias colonialistas, cinismo de las elites económicas, políticas, culturales, religiosas, mediáticas. No podremos sanar si nuestras elites no reconocen su responsabilidad en haber creado las condiciones de posibilidad de lo que hoy estamos sufriendo.
El presidente en turno mantiene niveles de aprobación que no se corresponden con la calidad del desempeño gubernamental, pero sí conectan con el diagnóstico esencial de que en México los pobres importan poco o nada y las élites sacan raja y se aprovechan de todo lo que pueden. Con ese mensaje central nos amanecemos a diario.
El desprecio de los pobres y el abuso de las élites son las coartadas de un proyecto político que diagnóstica atinadamente nuestras grandes enfermedades, pero que desafortunadamente nos receta medicinas y tratamientos equivocados, caducos, debilitantes. De hecho, es muy triste ver que el remedio está saliendo peor que la enfermedad.
El lector, la lectora de este texto puede ayudarnos a salir de la trampa. Ya sea dentro de la coalición gobernante o en la atomizada y autorreferente oposición, es urgente romper el círculo vicioso que solo nos lleva a una espiral de degradación. Por un lado, destrucción sistemática de los avances logrados en los últimos años y por el otro, la muy fácil y adictiva tarea de denunciar y criticar las cotidianas aberraciones promovidas desde el poder.
Hemos caído en un juego perverso, donde unos la riegan y los otros se contentan con denunciarlo y así creen que cumplen con su responsabilidad ciudadana.
Impedir el desgaste y la destrucción de las instituciones democráticas y judiciales en ciernes y de las condiciones de creación de riqueza es necesario, pero no suficiente.
No podemos encasillarnos en el papel de porristas de uno u otro bando, ni limitarnos a las descalificaciones de los de la tiendita de enfrente sin analizar y valorar los impactos negativos o positivos de las medidas propuestas.
Imaginemos a dos ciudadanos.
La primera es una joven mujer indígena con poca educación que ha sufrido todas las violencias y exclusiones posibles ¿Qué estamos haciendo como sociedad para brindarle un mejor presente y un mejor horizonte de futuro? ¿De verdad las acciones del actual gobierno le van a ayudar en algo? ¿La recompensa simbólica de ver cómo se friegan a otros y la posibilidad de recibir unas migajas del presupuesto a cambio de convertirla en clientela electoral mejorará su vida?
El segundo es un hombre universitario en edad madura que ha gozado de todos los privilegios que da un sistema donde importa más la familia en que naciste y tus contactos que las aportaciones para construir un mejor país. ¿De qué le sirve quejarse sistemáticamente de un gobierno incompetente y destructor? ¿En serio, aspira a restaurar un mundo donde podía hacer lo que se le daba la gana mientras a su lado las grandes mayorías sufrían hambre, desolación, enfermedad y muerte? ¿Es suficiente engancharse en la fácil tarea de señalar las arbitrariedades y malas ideas del gobierno en turno, sin a la vez reconocer el propio papel en crear esta pesadilla?
Decir que la medicina y el tratamiento son equivocados es solo el primer paso, nos falta a todos reconocer que nos hace falta proponer, exponer, convencer y atraer a los ciudadanos hacia mejores remedios para curar a una sociedad enferma, rota y dividida. Salir de la cámara de ecos de las redes sociales y hablar con la gente que nos rodea, escucharla y crear juntos un mejor país.
El verdadero camino de recuperación implica detener el tratamiento nocivo, pero sobre todo crear alternativas que no olviden que debemos incluir a las grandes mayorías y detener los abusos de la minoría.
La ruta hacia la sanación requiere dejar atrás puertas falsas, tanto del mesianismo, como de la comodina queja de sillón y teclado, para pasar a propuestas basadas en la ciencia, el conocimiento, la técnica, el debate, el diálogo, la creación de riqueza y su justa distribución, la unidad en la diversidad, la ambición por mejorar, la solidaridad con los demás, la educación, el respeto al medio ambiente, el reconocimiento de que mujeres, jóvenes, indígenas, homosexuales y todos los grupos maltratados necesitan que rompamos los pactos que los tienen subordinados y ninguneados.
De cara a las elecciones intermedias, México necesita ir más allá de las medicinas actuales (tanto las del gobierno como las de la oposición). El paciente se está quedando sin oxígeno.