«Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad».
Winston Churchill
El virus rompió la inercia y acabó con la que alguna vez llamamos “normalidad”. El virus nos cayó como un meteorito que está acabando con vidas, empleos, empresas y certezas. Está acabando con planes, con proyectos, con sueños.
Estamos rodeados de muerte, enfermedad, dolor, frustración, angustia y ansiedad. No estamos viviendo un tiempo reconfortante, ni divertido, ni muy alentador. Pero ¡cuidado! es fácil y comprensible dejarse ir en una espiral descendente hacia el abismo. Debemos revertir esta trayectoria y tratar de aprovechar las enseñanzas que nos arroja esta crisis.
«Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa», decía Churchill, palabras totalmente ciertas por lo que es conveniente adoptar una visión y actitud pragmática. Asumir el optimismo como fuerza creadora.
Necesitamos optimismo y participación responsable para levantar a México, a nuestra sociedad, a nuestra economía del precipicio por el que nos desbocamos. Para levantarnos es esencial que asumamos los siguientes aprendizajes:
El virus no se va a ir solo, las cosas no mejoran ocultándolas o minimizándolas, los problemas para resolverse se necesitan enfrentar con transparencia y verdad.
El virus es inmune a falsas salidas, ocurrencias religiosas, distracciones demagógicas, ocultamientos o remedios mágicos. Sólo la ciencia nos permitirá combatirlo con la tan esperada vacuna y con la mejora en los tratamientos. Entendamos que no existe ni ciencia “neoliberal” ni “guadalupana”, ni “mexicana”. La ciencia es universal y de la misma manera que el virus, no reconoce fronteras, dogmas o etiquetas propagandísticas.
El virus puede ser rastreado y contendido si se cuenta con información oportuna y precisa. Aquí ya no la ciencia biológica sino la estadística y los modelos matemáticos nos ofrecen mejores perspectivas para disminuir los daños. Aquí no hay espacio para “otros datos”, “hechos alternos” o “rollos mañaneros”. Usemos a nuestro favor la ciencia de datos. Hacer miles y miles de pruebas más es una condición sine qua non.
Echar culpas, señalar con el dedo, buscar sacrificios con piedra de obsidiana en medio del estadio Azteca no resuelve nada y el virus continúa su marcha inexorable. Echarse la bolita solo sirve para proteger, momentáneamente, el pellejo de los responsables actuales, pero no salva una sola vida ni evita un solo contagio. Emplear la mayor parte del tiempo en esto es profundamente improductivo y, de cara a los terribles efectos, equivale a negligencia criminal. Menos culpas y más soluciones.
El Estado sí importa, debilitarlo tiene implicaciones mortales -literalmente-. Los países que mejor han enfrentado la pandemia son aquellos que cuentan con servicios públicos de salud bien financiados, bien preparados y efectivos. Queda claro lo absolutamente prioritario que es reconstruir nuestro sistema público de salud, hoy desangrado y asfixiado por ocurrencias destructivas y austeridad debilitante.
Nuestro país tiene hoy muchos héroes en las enfermeras, los médicos y el personal de salud que están en el frente de batalla para atender los estragos de la pandemia. Miles, ¡sí, miles! ya han pagado con su vida. Verdaderos trabajadores esenciales que merecen ser equipados, recompensados, reconocidos y valorados. No podemos esperar más a que trabajadores del sector público tan valiosos como ellos (no olvidemos tampoco a maestros, policías, soldados, etc.) sigan siendo menospreciados con medidas que solo los envilecen y degradan.
Abandonar a las empresas es igual a abandonar a los trabajadores; equivale a destruir la capacidad de desarrollo económico del aparato productivo. En México no solo estamos dejando morir sola a la gente, también estamos dejando morir solas a centenares de miles de empresas, lo cual nos estará condenando a una recuperación económica escabrosa y cuesta arriba. Este brutal abandono obliga a empresarios y trabajadores a reinventar modelos de negocio e innovar para poder sobrevivir primero y prosperar después. La necesidad es la madre de la invención.
No debe ser excusa para nadie el que nuestros líderes sean obtusos, ambiguos, distractores o en ocasiones severamente irresponsables. No podemos abdicar de la responsabilidad individual para actuar correctamente y tomar medidas de prevención tan elementales como el tapabocas y la sana distancia. Cuidarnos es responsabilidad de todos.
Ante este panorama, vale preguntarse ¿dónde queda el espacio para el optimismo?, Queda en nosotros mismos, la actitud optimista que nos sacará adelante requiere funcionar como una fuerza constructiva que eche mano de las verdaderas palancas que nos sacarán del hoyo: la verdad, la transparencia, la ciencia, la organización, un estado fuerte, empresas y trabajadores creativos y sobre todo ciudadanos dispuestos a construir y levantar a México.
El optimismo necesario avanzará si le apagamos al circo mediático, rompemos el hechizo catatónico, abandonamos la adicción a la confrontación y nos ponemos a trabajar hombro con hombro con nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra escuela o centro de trabajo para crear soluciones en lugar de empantanarnos en reclamos y echada de culpas. El optimismo sólo rendirá frutos si se acompaña de la acción personal y colectiva. Cada uno de nosotros decide de qué lado nos colocamos ¿pesimismo u optimismo?