Necesitamos líderes y representantes… una camiseta que diga.
Ya vienen las elecciones intermedias 2021. Serán ¡elecciones! Sí, en plural, porque elegiremos 300 diputados de distrito, 15 gobernadores, casi 2 mil presidencias municipales, más miles de cargos en congresos locales y cabildos.
Estas elecciones son una gran oportunidad para dejar de estar obsesionados con la discusión política a nivel nacional y poner la mirada en el territorio, en las colonias, en las manzanas, en las rancherías, en los barrios.
Solo seremos un país mejor si lo construimos desde abajo, desde las bases, desde lo local.
2021 es el momento clave para identificar liderazgos valiosos, que vayan más allá del interés personal y del hueso, para construir las plataformas de una renovación social, cultural y política que nos urge para detener nuestra caída libre en el abismo.
Crear y construir esta red de protección contra la decadencia es tarea de todos, en comunión con nuestras familias, amigos, vecinos, compañeros, coterráneos y lugareños. Con esas personas que pisan las mismas calles que tú y que asistirán -cuando el COVID lo permita – a las mismas escuelas, centros de trabajo, clínicas, hospitales, parques, transporte público que tú y tu gente.
Es importante romper el hechizo que nos tiene absortos y cuasi catatónicos con el teatro -más bien circo- de la política nacional y ver a nuestro alrededor para identificar, impulsar, apoyar y exigir rendición de cuentas a líderes que aspiren a ocupar puestos de elección popular, quienes tendrán la responsabilidad de representarnos en los congresos federal y local, así como en las alcaldías y gobiernos de los Estados.
Una democracia funciona mal -como la nuestra- cuando los ciudadanos renunciamos a nuestra responsabilidad de entrar al terreno de juego y nos contentamos con gritar desde la tribuna, repartir insultos y regocijarnos en lo divertido que es burlarse y hacer escarnio de los defectos y carencias de otros.
Habremos desperdiciado la gran oportunidad del 2021 si no aprovechamos la posibilidad de encomendar a líderes y representantes la renovación de la vida política a lo largo y ancho del país.
En cada municipio y en cada distrito hay personas con capacidades, con vocación de servicio y con compromiso para trabajar duro para mejorar las condiciones de vida de la gente. Son esas personas las que necesitamos y no una olla de chapulines que saltan de un partido a otro solo para seguir medrando mientras se limitan a ser porristas a favor o en contra de los gobiernos en turno.
Otro elemento inédito de estas elecciones es que por primera vez habrá reelección de diputados y presidentes municipales, lo que debiera obligarnos a hacer un análisis y revisión de las personas que pedirán de nuevo nuestro voto. Esto es más sencillo, tangible y visible en el caso de las presidencias municipales y algo más etéreo en el caso de los congresistas donde es común que casi nadie sepamos el nombre y el partido de la persona que mandamos al congreso.
Si no evaluamos algo tan básico no debiera sorprendernos que los partidos tengan menos presión para seleccionar buenos candidatos a estas posiciones.
No colocaremos a mejores liderazgos y representantes si no hacemos nuestra tarea de saber quiénes son, que han hecho, de que están hechos, que defienden – si es que defienden algo- y que proponen -si es que proponen algo.
Lamentablemente la discusión política nacional se ha centrado en estar a favor o en contra de las decisiones del presidente y en suponer, de manera muy equivocada, que los resultados de las elecciones serán un reflejo de esta dinámica.
Un análisis de las elecciones intermedias que van desde 1991 hasta las de 2015 demuestra que la aprobación o rechazo a la figura presidencial no se refleja directamente en el resultado final. Esto se debe a que cada “elección es un mundo” con sus propias dinámicas donde influyen múltiples variables locales.
La valoración del presidente, la imagen de los partidos, la evaluación de gobernadores y presidentes municipales, las problemáticas económicas, sociales y de seguridad no son uniformes en todos los lugares. A estas variables exógenas hay que añadir las realidades locales, la calidad de los gobiernos, el perfil y trayectoria de los candidatos, el papel de las organizaciones sociales y de la sociedad civil, la implantación de las estructuras partidarias en el territorio, la calidad de sus campañas, porque al final del día las campañas si importan.
Una democracia no funciona sin demócratas, por eso es la hora de asumir nuestra responsabilidad para elegir muy bien a las personas que nos gobernarán y representarán. Para hacerlo y evitar un voto inercial o ciego es importante que conozcamos muy bien a quienes estarán en la boleta y decidamos en función de quienes, más allá de su afiliación partidista, son los mejores para trabajar por un mejor país, más allá de filias y fobias.
Conocerlos tiene que ir más allá del reconocimiento de nombre o el recurso fácil y simplista de postular personajes del espectáculo que gozan de fama, cuando la verdad no sabemos mucho más sobre sus intenciones, capacidades, puntos de vista y valores. Seguiremos degradando nuestra democracia si solo votamos por alguien que podemos reconocer su nombre, sin saber que hay detrás de la máscara de su popularidad.
Al final del día, necesitamos verdaderos luchadores sociales, tengan o no tenga máscara.
@guidolara