En mi colaboración pasada afirmé que “La crisis crónica del Estado de derecho en México es una construcción política y social y la trayectoria del GIEI puede ser leída en esa clave” y agregué que “estos ocho años de investigaciones independientes nos enseñan el máximo posible al que puede aspirar México de cara a la macrocriminalidad”. Nuevas revelaciones confirman que el trabajo del GIEI es como una ventana hacia donde nunca podemos ver, en particular con relación al rol de las Fuerzas Armadas. La oportunidad para aprender de la experiencia y transformarla es extraordinaria, igual que los desafíos que se asoman asociados a los límites insuperables que la investigación encontró.
Blanche Petrich publicó en La Jornada dos entrevistas imperdibles, la primera a Carlos Beristain y la segunda a Ángela Buitrago. Me concentro en la segunda.
Buitrago califica como “inimaginable” lo que en México es una práctica generalmente aceptada: la imposibilidad de los fiscales para acceder a los archivos militares. Ella reflexiona en torno a una combinación de motivos detrás de interpretaciones del derecho y decisiones políticas que restringen el alcance de las atribuciones de investigación: “el funcionario se cohíbe y no aplica el derecho internacional”.
Explica la jurista (recién nominada en la terna propuesta por el presidente Gustavo Petro para ocupar el cargo de Fiscal General de Colombia) que las atribuciones del GIEI dieron para avanzar, “a pesar de las mentiras, el ocultamiento y la desviación de líneas” de investigación. Y gracias a investigaciones contextuales e interpretaciones que aprovechan las herramientas del “bloque internacional” de derecho, trascendieron los límites que buscaba imponer una versión manipulada políticamente para poner en el centro la responsabilidad penal de autoridades locales e identificaron “que lo que afirmaba la Secretaría de la Defensa Nacional era diferente a la realidad qué [sic] se demostraba técnicamente”.
El relato no puede ser más elocuente: “ese bloque internacional no solamente es necesario sino definitivo para romper esos pactos de silencio que se generan en estos casos de delitos contra los derechos humanos. Y esto lleva a otra reflexión: si el país no quiere, no sabe o no puede llevar a juicio a estas personas por desaparición forzada hay instancias internacionales que lo van a hacer. Pienso en la Corte Penal Internacional o la Corte Interamericana de Derechos Humanos”.
Buitrago enfatiza una de las más extendidas prácticas a favor de la impunidad en México: “muchos delitos de derechos humanos se tratan aquí como delito común”; y amplía: “la investigación en casos graves de violaciones a derechos humanos no puede ser igual a la investigación de un delito cualquiera”; de ahí la extraordinaria relevancia de “una mirada del contexto” impulsada por un grupo cuya experiencia permitió “exigir la acumulación de hechos para configurar un macro caso”. Fragmentar las investigaciones es una de las más enraizadas prácticas de la (in)justicia penal en nuestro país.
La acumulación de hechos mediante metodologías de análisis de contexto, permite descifrar la responsabilidad penal en la desaparición: “Si los cargos se quedan como delincuencia organizada los responsables pagan cuatro o cinco años de cárcel y después salen a pesar de haber participado en toda la acción que llevó a la desaparición de los muchachos”, explicó a Petrich la abogada del país sudamericano.
El cierre de la entrevista es brutal porque Buitrago recuerda que las investigaciones a cargo de las autoridades mexicanas incluyeron crímenes cometidos de manera sistemática: “Nosotros logramos comprobar en el tercero y segundo informe que el 80 por ciento de los detenidos habían sido torturados para confesar”. Y nos recuerda lo que en nuestro medio parece ya no ser escandaloso: “Si la autoridad es criminal toda la población está en riesgo”.
Lo anoté en mi colaboración anterior, lo reitero: el GIEI llegó al límite de lo posible -bajo las condiciones actuales- y construyó una ventana para que miremos al menos algo de la filigrana donde se tejen los pactos de silencio e impunidad.
Ángela Buitrago deja ver una voluntad presidencial que no alcanzó ante las fuerzas armadas; la investigadora revela que “la fiscalía nunca fue con nosotros a los archivos militares” y recuerda que el general Salvador Cienfuegos, como titular de la Sedena, afirmó públicamente que no iba a dejar que las personas extranjeras interrogaran a sus subordinados.
Trajo el GIEI parte de la experiencia acumulada para dilucidar un “macro caso” de criminalidad, solo que aquí, de facto, las herramientas jurídicas supranacionales y las experiencias de asistencia internacional para investigar los más graves delitos no necesariamente aplican, al menos, para las Fuerzas Armadas.
Cuando el terremoto destruyó su casa, Tayeb ait Ighenbaz tuvo que elegir a quién salvar. La decisión de rescatar a su hijo de los escombros y dejar morir a sus padres aún lo atormenta.
Tayeb ait Ighenbaz se vio obligado a elegir entre salvar a su hijo de 11 años o a sus padres cuando estos quedaron atrapados bajo los escombros tras el devastador terremoto en Marruecos del pasado viernes.
El pastor de cabras de una pequeña comunidad en las montañas del Atlas dice que está atormentado por la decisión que tuvo que tomar.
Tayeb estaba con su esposa, sus dos hijos y sus padres el viernes por la noche en su pequeña casa de piedra cuando esta fue sacudida por el mayor terremoto que ha sufrido el país en 60 años.
Acompaño a Tayeb a su antigua casa que ahora está en ruinas.
Todavía se puede ver parcialmente el interior de la construcción. Él señala los escombros mientras me dice: “Allí es donde estaban”.
“Todo pasó muy rápido. Cuando sucedió el terremoto, todos corrimos hacia la puerta. Mi padre estaba durmiendo y yo le grité a mi madre que saliera, pero ella se quedó a esperarlo”, dice.
Del otro lado, él solo podía ver a su esposa y a su hija.
Cuando regresó a la casa derrumbada, Tayeb encontró a su hijo y a sus padres atrapados entre los escombros. La mano de su hijo se asomaba entre los cascotes.
Sabía que tenía que actuar rápidamente, y se dirigió hacia donde estaba su hijo Adam, y comenzó a cavar deseperadamente para sacarlo.
Cuando fue a buscar a sus padres, atrapados bajo una gran losa de piedra, dice que ya era demasiado tarde.
“Tuve que escoger entre mis padres y mi hijo”, dice con lágrimas en los ojos.
“No pude ayudar a mis padres porque una pared cayó sobre sus cuerpos. Es muy triste. Vi como morían mis padres”.
Tayeb señala las manchas sobre su pantalón, y me dice que es la sangre de sus padres. Toda su ropa está dentro de su casa. No ha podido cambiarse desde que se produjo el sismo.
La familia vive ahora junto a sus parientes en carpas improvisadas cerca de su antigua casa. Tayeb cuenta que todo su dinero está en la casa, y que la mayoría de sus cabras han muerto.
“Es como haber nacido otra vez en una nueva vida. Sin padres, sin casa, sin comida, sin ropa. Tengo 50 años y tengo que empezar de nuevo”, dice.
Él no puede ahora pensar en cómo continuar, pero se acuerda de las lecciones que le enseñaron sus padres.
“Siempre me decían ‘sé paciente, trabaja duro, nunca te rindas’”.
Mientras conversamos, su hijo Adam se acerca vestido con una camiseta del club de fútbol Juventus con el nombre de Ronaldo en la espalda, y abraza a su padre.
“Mi papá me salvó de la muerte”, dice sonriendo.
Unos metros más lejos, camino a la ciudad de Amizmiz, otro hijo abraza a su padre.
Abdulmajid ait Jaefer dice que estaba en su casa con su esposa y sus tres hijos cuando comenzó el terremoto y “el piso se cayó”.
Su hijo Mohamed, de 12 años, salió del edificio, pero el resto de la familia quedó atrapada.
Abdulmajid cuenta que sus piernas quedaron atrapadas bajo los escombros, pero que un vecino lo ayudó a salir.
Luego pasó dos horas tratando de rescatar a su esposa y a una de sus hijas.
Las dos estaban muertas cuando logró sacarlas de entre los escombros.
Al día siguiente, el cuerpo sin vida de otra de sus hijas fue rescatado.
Abdulmajid, de 47 años, duerme ahora bajo un toldo frente a lo que quedó de su casa.
Puede ver la cocina, con la nevera aún de pie y ropa colgada puesta a secar.
Dice que no puede abandonar la zona porque necesita “hacer guardia” para proteger sus posesiones, y el recuerdo de su vida allí.
“Esa es mi cocina y mi nevera. Todos estábamos allí. Ahora solo puedo mirar hacia allí”, dice.
Antes del viernes, Abdulmajid dice que nunca jamás pensó en un terremoto. “Incluso ahora, no lo puedo creer”.
Mientras conversamos, un auto para cerca de nosotros y un grupo de gente baja para ofrecer sus condolencias. Otros que caminan por la calle se detienen para darle un abrazo al padre y esposo.
“Éramos cinco en mi familia. Ahora somos dos”, me dice con tristeza.
“Por el momento, solo puedo pensar en una cosa: mi hijo”.
Reporteo adicional: Wahid El Moutanna.
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