También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno solo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando.
Max Weber en “La Política como Vocación” (1919).
Las campañas políticas han comenzado, los precandidatos y sus respectivas coaliciones están enfrascados en una lucha por el poder que permitirá la utilización de todas las armas disponibles en el arsenal para quedarse o para hacerse con el poder.
No es precisamente una lucha por cambiar o sostener determinadas políticas públicas, los precandidatos tienen ideas muy superficiales sobre lo que hay que hacer para detener el cambio climático, ofrecer seguridad y justicia, desarrollar la economía o abatir el eterno problema de la pobreza; es más bien una lucha por controlar el poder del Estado y sus enormes privilegios.
Max Weber en su libro La Política como Vocación, precisaba que no es lo mismo el Estado que una sociedad política; el Estado es sin duda una sociedad política, pero no solo eso, la diferencia específica de una sociedad política y el Estado es sin duda el uso monopólico de la violencia legítima. Al parecer, sin el monopolio de la violencia el Estado pierde todo sentido y razón de ser.
La violencia legítima es el medio específico de la política, aunque muchos dirán que es el consenso, el diálogo, los presupuestos, el derecho incluso; sin embargo, sin el respaldo de la violencia legitima (Weber dixit) una sociedad política no es un Estado, sino que está instalado en la anarquía en su sentido más exacto.
Dicho lo anterior, Weber planteaba un dilema ético para quienes quieren dedicarse a la política: básicamente que están aceptando usar el poder del Estado (la amenaza o el uso efectivo de la violencia legítima) para lograr sus fines, sean buenos o malos.
Y eso nos lleva a la vieja discusión sobre los medios y los fines que Weber plantea sin hacerse muchas ilusiones, afirmando que ninguna ética del mundo puede evitar el hecho de que la consecución de fines “buenos” tenga que utilizar medios moralmente dudosos, que además generen consecuencias colaterales malas, y que ninguna ética del mundo puede demostrar cuánto y en qué medida un fin moralmente bueno justifica medios éticamente dudosos y sus consecuencias colaterales malas.
El problema es mucho más complejo de lo que parece; hay políticos convencidos de su ideología, de lo que creen y actúan con base en lo que Weber llamó la “ética de la convicción”, es decir, a una especie de ceguera que no mide las consecuencias de sus convicciones (que pueden ser malas o buenas). En cambio el político que prioriza la “ética de la responsabilidad” prioriza las consecuencias de sus actos por encima de sus convicciones. La tensión entre ambas, en la política, no la determina el bien o el mal, ni sus efectos colaterales sino la meta eficiente de obtener el poder y utilizarlo para sus fines.
¿Es éticamente correcto consolidar a MORENA, aunque esto implique destruir la democracia, el INE o la Suprema Corte? ¿Es éticamente correcto violar la legislación electoral para que la oposición sea competitiva en el proceso electoral de 2024? ¿Es ético instalarse en la normatividad sin responsabilizarse de sus consecuencias?
Algunos actores políticos están instalados en la ética de la convicción sin percatarse de los “poderes diabólicos que están en juego” y otros en la ética de la responsabilidad, pero como dice Weber, ni todo lo bueno que hagan producirá el bien, ni todo lo malo el mal. Que no haya equivocaciones: se está luchando por el poder (la violencia legitima) y todos los que están en esa lucha ya hicieron su pacto con el diablo.
Por eso desconfiar del poder, de quienes lo ostentan y de quienes lo buscan es un axioma de cualquier individuo o sociedad que precie su libertad. ¿O seremos niños políticamente hablando?
El documento fechado en diciembre de 1942 se refiere específicamente a tres campos de concentración y contradice la versión que ha mantenido la Santa Sede.
Una carta recientemente descubierta sugiere que el papa Pío XII, durante la Segunda Guerra Mundial, recibió información detallada por parte de un jesuita alemán de confianza, según la cual hasta 6.000 judíos y polacos eran asesinados en cámaras de gas cada día en la Polonia ocupada por los alemanes.
Eso es significativo porque entra en conflicto con la posición oficial que ha mantenido la Santa Sede de que en ese momento la información con la que contaba la Iglesia sobre las atrocidades que estaban cometiendo los nazis era vaga y no estaba verificada.
La carta fue descubierta por el archivista del Vaticano Giovanni Coco y fue publicada el domingo en en el periódico italiano Corriere della Sera con la aprobación de funcionarios de la Santa Sede y con el título “Pío XII lo sabía”.
Fechada el 14 de diciembre de 1942, la epístola fue escrita por el padre Lother Koenig, un jesuita que formaba parte de la resistencia antinazi en Alemania, y estaba dirigida al secretario personal del Papa en el Vaticano, el padre Robert Leiber.
La carta hace referencia a tres campos nazis —Belzec, Auschwitz y Dachau— y sugiere que hay otras cartas entre Koenig y Leiber que o bien han desaparecido o aún no se han encontrado.
Para Coco, “la novedad e importancia de este documento deriva de que ahora tenemos la certeza de que la Iglesia católica en Alemania envió a Pío XII noticias exactas y detalladas sobre los crímenes que se estaban perpetrando contra los judíos”. Y por tanto el Vaticano “tenía información de que los campos de trabajo eran realmente fábricas de muerte”.
El historiador David Kertzer, autor de varios libros sobre el papa Pío XII y su papel en la guerra, le dijo a la BBC que lo novedoso de la carta es que “habla específicamente de los crematorios, de miles de judíos que eran arrojados a los hornos cada día”.
Y por otro lado, que fue presentada por un archivista del Vaticano.
“Me parece que muestra un esfuerzo en el Vaticano o al menos en partes del Vaticano por comenzar a aceptar esta historia”, agregó.
La carta se encontraba entre los documentos que hasta hace poco se guardaban de forma desordenada en la Secretaría de Estado del Vaticano, según Coco.
Para Suzanne Brown-Fleming, directora de Programas Académicos Internacionales en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos en Washington, que estos archivos se den a conocer muestra que el Vaticano se estaba tomando en serio la declaración del papa Francisco de que “la Iglesia no tiene miedo de la historia”.
Francisco ordenó que los archivos de guerra se abrieran en 2019.
“Hay tanto un deseo como un apoyo a que se evalúen cuidadosamente los documentos desde una perspectiva científica, ya sea favorable o desfavorable (para el Vaticano) lo que los documentos revelan”, añadió Brown-Fleming.
“Con la apertura de los archivos vaticanos de este periodo hace tres años, hemos desenterrado una variedad de documentos que muestran lo bien informado que estaba el Papa sobre los intentos nazis de exterminar a los judíos de Europa desde el momento en que se pusieron en marcha”, le dijo Kertzer a la BBC.
“Esta es sólo una pieza más”, concluye.
Kertzer añade que, más que lo que han revelado esos documentos, “lo que ha dañado la reputación del Vaticano es su negativa a enfrentar esta historia con ojos claros”.
El documento que se acaba de conocer probablemente alimentará el debate sobre el legado de Pío XII y su controversial campaña de beatificación, que actualmente se encuentra estancada.
Sus partidarios siempre han insistido en que el pontífice trabajó de maneras concretas detrás de escena para ayudar a los judíos y que no habló para evitar que empeorara la situación de los católicos en la Europa ocupada por los nazis.
Sus detractores afirman que por lo menos le faltó valor para dar a conocer la información que tenía a pesar de las peticiones directas de las potencias aliadas que luchaban contra Alemania.
Uno de los libros de Kertzer, además, reveló una larga y secreta negociación entre Hitler y Pío XII para alcanzar un acuerdo de no agresión.
Al final, la evidencia indica que el papel de Pío XII en la Segunda Guerra Mundial es ambiguo. Aunque consideraba que el nazismo era un movimiento político pagano que maltrataba a los católicos, no fue un Papa particularmente incómodo para el Tercer Reich.
Y tampoco denunció con claridad el exterminio judío, aunque quizás tenía conocimiento de la barbarie que estaba ocurriendo.
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