¿Qué tipo de expresidente será Andrés Manuel López Obrador? La respuesta depende de dos supuestos: si la presidencia es ganada por Xóchitl Gálvez, la futura candidata del Frente Amplio por México (FAM), o si Claudia Sheinbaum, de MORENA-PT-Verde, reafirma la victoria del obradorismo —al momento de este texto, Movimiento Ciudadano se perfila como la opción menos competitiva—.
Si ganara Xóchitl —contra grandes retos operativos, lo que la fortalecería al inicio de su gobierno de coalición—, es probable que López Obrador establecería una sana distancia con la opinión pública y la nueva administración. La siempre presente posibilidad de que el nuevo jefe de Estado empuje a la FGR a abrir una investigación contra algún allegado, hijo o familiar tuyo, suele ser incentivo suficiente para guardar silencio. Además, la derrota debilitaría a López Obrador, al revelar que buena parte de su fortaleza era más endeble de lo percibido, o al menos, no transmisible a Sheinbaum.
Ahora bien, tampoco es descabellado pensar que si la justicia emprendiera algún proceso contra un allegado —sobre todo un familiar— de López Obrador, el expresidente podría recurrir a los medios, o incluso a la plaza pública, para presionar al gobierno de Xóchitl para desistir. El problema para López Obrador de llevar a cabo un gesto quijotesco de esa magnitud —que se le dan bastante bien en términos histriónicos— es que ello significaría una guerra total con el gobierno, desde el débil y muy expuesto cargo de expresidente de México.
Por otro lado, si ganara Sheinbaum, se abren tres vertientes: 1) el Maximato, 2) el autoexilio o 3) una faceta a la que llamo “liderazgo moral” de la izquierda. La primera va directo al punto: que, con el triunfo de Sheinbaum, el tabasqueño se sienta con la libertad de incidir, recomendar y corregir las políticas y la estructura del claudismo. Para que esta faceta se cumpliera tendría que existir una clara anuencia de Sheinbaum, lo cual veo poco probable ya que desde 1936 —año en el que Cárdenas destierra a Calles— el presidencialismo mexicano siempre ha requerido “matar al padre” para que el mandatario entrante pueda gobernar sin sombras palaciegas.
La segunda opción, un autoexilio prácticamente total, se ve poco probable debido al histrionismo y genuino liderazgo político del aún presidente. No obstante, puede ser factible si su salud se complica o si comienzan a salir escándalos de corrupción de su gobierno o familia desde el periodismo de investigación.
La tercera opción, ejercer el “liderazgo moral” de la izquierda, es, a mi juicio, la más probable. Si su salud lo permite, pienso que el expresidente entraría en un autoexilio respetuoso de Sheinbaum, y ella se lo pagaría con privilegios para él y los suyos, y loas a su legado. En esta faceta, López Obrador sí saldría a la opinión —o la plaza— pública en ocasiones, pero por dos razones fundamentalmente: 1) para defender a Sheinbaum y su programa de críticas opositoras o de los medios, y 2) para “sugerir” un cambio de narrativa o contenido con respecto a una decisión de Sheinbaum, o bien, matizarla a su favor en caso de que sea irreversible. Por ejemplo, si la morenista toma una decisión difícil como subir impuestos —prohibido en el guión obradorista—, López Obrador es capaz de comunicar un disgusto sutil para proteger su legado y recordarle a la gente que él “no subió impuestos”. Esto sería incómodo para el claudismo, pero soportable, siempre y cuando no sea recurrente. De lo contrario, se daría el extraño escenario de una presidenta Sheinbaum enfrentada con el expresidente López Obrador.
Hasta hace poco, los expresidentes se movían mayormente en silencio. Esto cambió durante este sexenio; los ataques de López Obrador a Vicente Fox y Felipe Calderón orillaron a ambos a volver a opinar públicamente sobre política y a criticar al tabasqueño —sobre todo en las redes sociales—, algo muy poco frecuente en el régimen pre-Transición.
La expresidencia mexicana moderna es una institución viva y en evolución, y en unos meses López Obrador tendrá la oportunidad de rediseñar los límites de lo políticamente permisible para un expresidente de México. No obstante, si elige intentar influir en el mandato de su sucesora —si es de su partido—, y ella le da pie para hacerlo en alguna medida, el precedente será marcadamente negativo.
La democracia es un sistema en el que el poder —todo— se entrega voluntariamente. Si esto no ocurre, la voluntad popular se distorsiona, surgen tensiones entre el poder formal y el real, y se crean áreas grises de poder público que no están sujetas a controles constitucionales, por su condición de legalmente inexistentes. Un poder no visible es, por definición, antidemocrático.
* Alonso B. Tamez es maestro en Comunicación Política por la Universidad de Glasgow y maestro en Política y Comunicación por la London School of Economics.
Cuando el terremoto destruyó su casa, Tayeb ait Ighenbaz tuvo que elegir a quién salvar. La decisión de rescatar a su hijo de los escombros y dejar morir a sus padres aún lo atormenta.
Tayeb ait Ighenbaz se vio obligado a elegir entre salvar a su hijo de 11 años o a sus padres cuando estos quedaron atrapados bajo los escombros tras el devastador terremoto en Marruecos del pasado viernes.
El pastor de cabras de una pequeña comunidad en las montañas del Atlas dice que está atormentado por la decisión que tuvo que tomar.
Tayeb estaba con su esposa, sus dos hijos y sus padres el viernes por la noche en su pequeña casa de piedra cuando esta fue sacudida por el mayor terremoto que ha sufrido el país en 60 años.
Acompaño a Tayeb a su antigua casa que ahora está en ruinas.
Todavía se puede ver parcialmente el interior de la construcción. Él señala los escombros mientras me dice: “Allí es donde estaban”.
“Todo pasó muy rápido. Cuando sucedió el terremoto, todos corrimos hacia la puerta. Mi padre estaba durmiendo y yo le grité a mi madre que saliera, pero ella se quedó a esperarlo”, dice.
Del otro lado, él solo podía ver a su esposa y a su hija.
Cuando regresó a la casa derrumbada, Tayeb encontró a su hijo y a sus padres atrapados entre los escombros. La mano de su hijo se asomaba entre los cascotes.
Sabía que tenía que actuar rápidamente, y se dirigió hacia donde estaba su hijo Adam, y comenzó a cavar deseperadamente para sacarlo.
Cuando fue a buscar a sus padres, atrapados bajo una gran losa de piedra, dice que ya era demasiado tarde.
“Tuve que escoger entre mis padres y mi hijo”, dice con lágrimas en los ojos.
“No pude ayudar a mis padres porque una pared cayó sobre sus cuerpos. Es muy triste. Vi como morían mis padres”.
Tayeb señala las manchas sobre su pantalón, y me dice que es la sangre de sus padres. Toda su ropa está dentro de su casa. No ha podido cambiarse desde que se produjo el sismo.
La familia vive ahora junto a sus parientes en carpas improvisadas cerca de su antigua casa. Tayeb cuenta que todo su dinero está en la casa, y que la mayoría de sus cabras han muerto.
“Es como haber nacido otra vez en una nueva vida. Sin padres, sin casa, sin comida, sin ropa. Tengo 50 años y tengo que empezar de nuevo”, dice.
Él no puede ahora pensar en cómo continuar, pero se acuerda de las lecciones que le enseñaron sus padres.
“Siempre me decían ‘sé paciente, trabaja duro, nunca te rindas’”.
Mientras conversamos, su hijo Adam se acerca vestido con una camiseta del club de fútbol Juventus con el nombre de Ronaldo en la espalda, y abraza a su padre.
“Mi papá me salvó de la muerte”, dice sonriendo.
Unos metros más lejos, camino a la ciudad de Amizmiz, otro hijo abraza a su padre.
Abdulmajid ait Jaefer dice que estaba en su casa con su esposa y sus tres hijos cuando comenzó el terremoto y “el piso se cayó”.
Su hijo Mohamed, de 12 años, salió del edificio, pero el resto de la familia quedó atrapada.
Abdulmajid cuenta que sus piernas quedaron atrapadas bajo los escombros, pero que un vecino lo ayudó a salir.
Luego pasó dos horas tratando de rescatar a su esposa y a una de sus hijas.
Las dos estaban muertas cuando logró sacarlas de entre los escombros.
Al día siguiente, el cuerpo sin vida de otra de sus hijas fue rescatado.
Abdulmajid, de 47 años, duerme ahora bajo un toldo frente a lo que quedó de su casa.
Puede ver la cocina, con la nevera aún de pie y ropa colgada puesta a secar.
Dice que no puede abandonar la zona porque necesita “hacer guardia” para proteger sus posesiones, y el recuerdo de su vida allí.
“Esa es mi cocina y mi nevera. Todos estábamos allí. Ahora solo puedo mirar hacia allí”, dice.
Antes del viernes, Abdulmajid dice que nunca jamás pensó en un terremoto. “Incluso ahora, no lo puedo creer”.
Mientras conversamos, un auto para cerca de nosotros y un grupo de gente baja para ofrecer sus condolencias. Otros que caminan por la calle se detienen para darle un abrazo al padre y esposo.
“Éramos cinco en mi familia. Ahora somos dos”, me dice con tristeza.
“Por el momento, solo puedo pensar en una cosa: mi hijo”.
Reporteo adicional: Wahid El Moutanna.
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