Ser mujer en México implica muy probablemente haber experimentado violencia de género en el hogar, en los lugares de trabajo y en la sociedad en general. Estas violencias agregan una capa de riesgo y vulnerabilidad a las mujeres privadas de su libertad, pues en la mayoría de los casos, las mujeres han sufrido opresión mucho antes de su confinamiento.
Aunado a los eventos de violencia que pudieron haber vivido las mujeres previo a su detención, existe una alta probabilidad de que las mujeres vivan violencia sexual, emocional y física en el momento en que son detenidas y cuando llegan a prisión. Según los datos de Amnistía Internacional, afirman que de 100 casos documentados de mujeres que fueron detenidas, 72 afirmaron haber sufrido actos de violencia sexual durante o en las horas siguientes a su detención y 33 denunciaron haber sido violadas.
Estos eventos de violencia usualmente resultan en un trauma psicológico, el cual afecta de manera directa a nivel fisiológico, pues los fragmentos del trauma no procesado se quedan almacenados en el cerebro y se manifiestan en el cuerpo. De la misma forma, el trauma puede resultar en una desconexión entre la memoria y el sentimiento. A causa de esto algunas mujeres tienen recuerdos sin sentimiento y otras tienen sentimientos sin memoria.
Así, dentro del contexto penitenciario, es común ver que la mayoría de las mujeres se han disociado de sus cuerpos y emociones como resultado de algún trauma o la suma de diversos traumas que, además, se ven agravados por el abuso de alcohol y / o drogas, por vivir en un ambiente penitenciario y adherirse a una “cultura del interno”.
Por lo tanto, no es de extrañar que exista un movimiento importante a nivel internacional para la aplicación de prácticas que trabajen el trauma a nivel psicocorporal (como lo es el yoga) en las poblaciones penitenciarias, con el fin de promover un tratamiento para el estrés postraumático. Al respecto, un artículo de revisión en el Journal of Correctional Health Care señaló lo siguiente: “Fue a principios de la década de 2000 cuando se dieron a conocer enfoques más espirituales para la prevención y rehabilitación del delito, lo que llevó a prácticas más holísticas dentro de las cárceles y prisiones en la actualidad”. 1
Son varios los estudios que han evaluado mejoras en el estado de ánimo y el comportamiento de las personas privadas de libertad que han sido parte de los programas que ofrecen enfoques holísticos. La Universidad de Oxford en el Reino Unido realizó un ensayo controlado aleatorio (ECA) con 167 participantes en 7 prisiones británicas. La intervención consistió en un programa de yoga de 10 semanas que incluía no solo posturas y ejercicios físicos, sino también prácticas de respiración, relajación profunda y meditación. Su estudio, publicado en el Journal of Psychiatric Research en 2013, mostró mejoras significativas en las medidas de estrés y angustia, así como en las medidas del estado de ánimo positivo y el rendimiento cognitivo. 2
En La Cana estamos convencidas de que la práctica de yoga es fundamental para procesar los efectos del trauma psicológico en mujeres privadas de su libertad. A través de un enfoque holístico, la práctica de yoga puede ayudar a las mujeres a reconectar con sus cuerpos y emociones, reducir los niveles de estrés y ansiedad, mejorar el estado de ánimo y el rendimiento cognitivo. Es por eso que hemos creado una alianza con Prison Yoga Project, con la finalidad de llevar talleres de yoga a diferentes centros penitenciarios y que las mujeres puedan tener al alcance la posibilidad de empezar a construir una versión de ellas más compasiva y consciente.
* María Sotres es Directora de Educación, Arte, Cultura y Deporte de La Cana (@LaCanaMx).
1 Derlic, D (2020). A Systematic Review of Literature: Alternative Offender Rehabilitation—Prison Yoga, Mindfulness, and Meditation. Journal of Correctional Health Care.
Hay una ira creciente por la poca ayuda que llega a las ciudades y pueblos de las montañas del Atlas.
El bebé de Khadija aún no tiene nombre y su primer hogar es una tienda de campaña junto a la carretera.
Nació minutos antes de que se produjera el mortífero terremoto del viernes por la noche en Marruecos.
Aunque Khadija y su hija salieron ilesas, el hospital de Marrakech donde se encontraban fue evacuado. Tras una rápida revisión, les pidieron que se marcharan apenas tres horas después del nacimiento.
“Nos dijeron que teníamos que irnos por miedo a las réplicas”, explicó.
El sismo de magnitud 6,8 sacudió el centro del país, con epicentro a 71 kilómetros de la turística Marrakech. Por ahora se cuentan más de 2.100 personas fallecidas en una decena de provincias y el número de heridos ha ascendido a más de 2.420. Unos 20 minutos después hubo una réplica de magnitud 4,9.
Con su recién nacida en brazos, Khadija y su marido intentaron tomar un taxi a primera hora del sábado para ir a su casa de Taddart, en la cordillera del Atlas, a unos 65 kilómetros de Marrakech.
Pero de camino se encontraron con que las carreteras estaban bloqueadas por corrimientos de tierra y sólo llegaron hasta el pueblo de Asni, a unos 15 kilómetros de su destino final.
Desde entonces, la familia vive en una tienda de campaña básica que han logrado construir junto a la carretera principal.
“No he recibido ninguna ayuda ni asistencia de las autoridades”, nos dijo, sosteniendo a su bebé mientras se protegía del sol bajo un endeble trozo de lona.
“Pedimos mantas a algunas personas de este pueblo para tener algo con lo que taparnos. Sólo tenemos a Dios”.
Khadija nos contó que sólo tiene un conjunto de ropa para el bebé.
Amigos de su ciudad natal les han contado que su casa está muy dañada y no saben cuándo podrán tener un lugar adecuado donde alojarse.
Cerca del lugar donde Khadija acampa, la frustración crece a medida que pasan los días y apenas llega ayuda a los pueblos y aldeas de las zonas montañosas al sur de Marrakech.
En Asni, a solo 50 kilómetros de Marrakech, la gente dice que necesita ayuda urgente.
Un grupo de gente enfadada rodeó a un reportero local y le arrojaron sus frustraciones: “No tenemos comida, no tenemos pan ni verduras. No tenemos nada”.
El reportero, en el centro de la multitud, tuvo que ser escoltado y llevado lejos por la policía, mientras la gente aún lo seguía, desesperada e intentando desahogar su ira.
“Nadie ha venido a nosotros, no tenemos nada. Sólo tenemos a Dios y al rey”, dijo un hombre de la multitud que no quiso dar su nombre.
Desde el terremoto vive al margen de la carretera principal del pueblo con sus cuatro hijos. Su casa sigue en pie, pero todas las paredes están muy agrietadas y tienen demasiado miedo para quedarse allí.
Han conseguido volver y coger algunas mantas, lo único que ahora tienen para dormir.
En un momento, un camión pasó entre la multitud. Algunas personas intentaron hacerle señas, esperando desesperadamente que les dejara suministros. Pero el camión siguió su camino, seguido de abucheos.
Algunos dicen que han recibido tiendas de campaña de las autoridades, pero no hay suficientes para todos.
Cerca de allí está Mbarka, otra persona que vive en una tienda de campaña. Nos guió por las calles laterales hasta su casa, en la que ya no puede vivir.
“No tengo medios para reconstruir la casa. De momento, sólo nos ayuda la gente de la zona”, nos contó.
Vivía allí con sus dos hijas, su yerno y tres nietos.
Cuando su casa empezó a temblar, salieron corriendo y casi fueron alcanzados por el derrumbe de una casa mucho más grande que empezó a deslizarse colina abajo.
“Creemos que el gobierno ayudará, pero hay 120 pueblos en la zona”, dijo su yerno Abdelhadi.
Con tanta gente necesitada de ayuda, un gran número de personas tendrá que esperar más tiempo para recibir asistencia.