El uso de hongos con propiedades psicoactivas es milenario y ha sido evidente su relación con diversas culturas alrededor del mundo. En México existe registro de su uso por las civilizaciones Mexica, Olmeca, Zapoteca y Maya, por mencionar algunos ejemplos. También se han encontrado más de 200 piezas talladas con forma de hongos, desde la parte sur de México hasta la costa pacífica del Salvador (400 a.C-200 d.C).
Algunos textos del siglo XVI mencionan que en 1579 Gaspar de Covarrubias, alcalde mayor de las minas de Temazcaltepec y corregidor de Tuzantla, redactó que el uso de hongos era parte de un tributo que pagaban los matlatzincas al señor de México, y que los de tipo alucinógeno eran consumidos durante la fiesta intzachohui (del otomí chohui, hongo).
En otro texto del mismo siglo, pero de 1598, Fernando Alvarado Tezozómoc comenta en su Crónica Mexicana que “los mexicas, después de las grandes ceremonias, les daban a comer a los extranjeros hongos silvestres con el fin de que se emborracharan y empezaran a bailar”. Es evidente que el uso no estaba reservado sólo para fines religiosos o medicinales, sino que tenía cierto vínculo con la festividad o la celebración.
A mediados del siglo pasado, se dio a conocer a nivel internacional el trabajo realizado por María Sabina, originaria de una comunidad mazateca llamada Huautla de Jiménez, en el estado de Oaxaca. Fue reconocida y visitada por personas de todo el mundo con la intención de experimentar y tener el acercamiento con lo que Sabina llamaba los niños santos (hongos con propiedades psicoactivas). No sólo fue reconocida por sus capacidades de sanación a partir del uso de hongos psicoactivos, sino también por sus cantos y poemas.
La ingesta de hongos con propiedades psicodélicas ha ganado reconocimiento en algunos países donde se ha regulado su uso, debido a los interesantes efectos en el sistema nervioso central y su potencial como herramienta terapéutica. En México sigue siendo ilegal su uso para cualquier finalidad, pero a pesar de eso, existe una gran oferta (en muchas ciudades) de retiros, veladas, sesiones y demás prácticas que se dicen relacionar con la sanación emocional y espiritual a partir de su ingesta, pero el simple consumo no es garantía para lograr efectos positivos.
También es común adquirir o recolectar hongos silvestres en algunas regiones del país como Veracruz, Michoacán y Guadalajara, especies llamadas San Isidro y Pajaritos (psilocybe cubensis y psilocybe mexicana); también en Oaxaca, Chiapas o Toluca es posible encontrar hongos llamados Derrumbes (psilocybe derrumbes caerulescens), y algunas otras especies. Debido a la gran variedad que existe, es muy importante saber identificarlos, porque existe una variedad amplia de especies y no todos comparten las propiedades químicas, algunos pueden resultar tóxicos o letales para el consumo humano.
El uso de hongos y setas con propiedades psicodélicas tiene una larga historia, pero su uso se encuentra prohibido con base al Convenio Internacional sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971. Están enmarcados en la lista I de sustancias controladas a nivel internacional, por la Organización de las Naciones Unidas. A pesar del marco de ilegalidad en la mayoría de países, su uso se ha incorporado con fuerza en algunos sectores de la sociedad, por ello es diverso su origen y la posibilidad de adquirirlos.
El estado de Oregon, en Estados Unidos, logró ser el primero en despenalizar la psilocibina para uso terapéutico en el año 2020, seguido por varios otros estados como Colorado. Otros ejemplos de despenalización pueden observarse en Canadá, o en los Países Bajos y la utilización de trufas con psilocibina. Recientemente Australia también anunció la legalización para su uso médico. 5
Las redes sociales y los mercados digitales, así como los avances en micología y biología, han dado posibilidad y apertura a un mercado extenso y con gran variedad, en donde es posible adquirir psilocibina hasta la puerta de tu casa, y no solo hongos comunes psicoactivos, sino cepas, híbridos y genéticas con mayores concentraciones de psilocibina, lo que puede conllevar a experimentar efectos psicodélicos con una menor dosis ingerida.
La psilocibina tiene efectos psicodélicos que se perciben aproximadamente después de media hora de su consumo, pueden notarse distorsiones visuales y auditivas que pueden llegar a durar seis horas. La experiencia se caracteriza por generar cierta alteración de la realidad, los efectos visuales pueden ser figuras geométricas, fractales, mándalas o mosaicos que parecen tener vida propia, conciencia o pulso. También pueden visualizarse representaciones de símbolos antiguos como grecas, arte tribal, símbolos religiosos o alguna otra representación similar.
En dosis altas es común experimentar sinestesia o disociación, también es posible que se puedan generar estados alterados de conciencia muy placenteros y de fusión con la realidad (ser uno con el todo o fundirse con la materia). También algunas personas pueden llegar a experimentar paranoia, estados mentales similares al delirio, psicosis, esquizofrenia o ansiedad.
Es importante mencionar que el uso de psilocibina no genera ni causa estos padecimientos, sino que posibilita o detona algunos efectos particulares que compartimos con nuestra cadena genética. Esto quiere decir que, si alguien de nuestra familia tiene padecimientos mentales, es más probable que al usar psicodélicos se active ese previo padecimiento adquirido por herencia.
1. Como con cualquier otra sustancia, es recomendable hacer uso en un espacio seguro, con la o las personas de tu confianza que puedan acompañar y estar atentas para atender cualquier situación extraordinaria. También es recomendable hacer uso con una buena disposición mental y física para poder vivir una experiencia psicodélica beneficiosa y lograr integrar a nuestra vida cotidiana.
2. Es muy difícil saber qué cantidad de psilocibina contiene cada hongo, por lo que si es tu primera vez, se recomienda usar dosis bajas de acuerdo al tipo de variedad o especie que consumas, infórmate lo más que puedas. Los hongos cultivados suelen contener mayores concentraciones de psilocibina, pues en ocasiones son genéticas que han atravesado un proceso de mutación para lograr generar mayores concentraciones de la sustancia activa.
4. Si vas a usar hongos silvestres por primera vez, se recomienda que lo hagas acompañado y guiado por personas que conozcan y que tengan experiencia previa en la identificación y consumo.
5. No se recomienda hacer uso cuando existan otras actividades pendientes por concluir que requieran nuestra plena atención y concentración, pues a pesar de que el efecto dura pocas horas, las experiencias pueden llegar a resultar muy profundas y requieren de más tiempo para poder procesarlo a nuestra vida cotidiana.
Recuerda que el uso de psicodélicos, y en especial el uso de hongos, es complejo y requiere de cierta preparación, no es tan simple como beber una cerveza en un concierto o fumar cannabis en alguna reunión social. Ni los facilitadores, ni los chamanes, ni ninguna otra persona podrá brindarte las herramientas que te pueden brindar la información, desde la básica, sobre los posibles efectos y la duración, la dosificación acorde con la experiencia que deseas vivir, así como el reconocimiento de un entorno y compañía de confianza que cuenten con la misma información básica sobre lo que puede suceder, y si es necesario, saber cómo reaccionar.
Recomendar dosis de consumo o sugerencias para posibilitar una experiencia positiva puede ser muy relativo, ya sea con finalidades terapéuticas o recreativas, pues dependerá del tipo de hongos, si son secos o frescos, su origen (silvestre o cultivado), la dosis, el contexto y demás factores psicosociales que puedan intervenir en la experiencia. Si piensas aprovechar este Hongosto, toma en cuenta las recomendaciones en este artículo y siempre puedes pedir mayor información en nuestras redes sociales.
* Erick Bernal es Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana. Actualmente participa como investigador en Instituto RIA y como voluntario en intervenciones de reducción de riesgos y daños en ámbitos festivos.
Mi pasión por el paracaidismo me llevó al límite, pero un accidente que me alejó de él para siempre me reveló mi verdadera misión en la vida.
La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.
Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.
Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.
Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.
Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.
Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.
Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.
Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.
Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.
Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.
Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.
Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.
Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.
Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.
La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.
Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.
Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.
Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.
Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.
Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.
Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.
Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.
“¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.
Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.
Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.
“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.
Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.
La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.
Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.
Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.
Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.
Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.
Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.
Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.
Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.
Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.
Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.
En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.
Un día, en febrero de 1984, todo cambió.
Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.
La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.
Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.
Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.
Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.
Le pedí un beso, y saltamos.
Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.
Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.
Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.
Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.
Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.
Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.
Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.
Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.
La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.
Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.
Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.
Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.
Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.
Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.
Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.
Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.
Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.
Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.
Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.
Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.
Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.
Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.
Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.
Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.
Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.
Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”
Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.
Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.
Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.
Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.
Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.
No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.
Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.
Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.
En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.
Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.
Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.
En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.
Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.
Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.
Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.
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