El viernes 8 de septiembre, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) dio a conocer el Paquete Económico 2024, un elemento que marcará el fin de este sexenio y abre las puertas a la transición de la siguiente administración. La sorpresa en esta ocasión es el nivel de gasto que se pretende realizar el próximo año. El Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PPEF) plantea un total de gasto público federal histórico de 9.07 billones de pesos, esto es 4.23 % más en términos reales que en 2023 y 18.3 % más que en 2019. ¿Y la austeridad republicana que prometió el presidente?
La sorpresa viene porque desde abril la propia SHCP planteaba que habría menos ingresos presupuestarios por la tendencia a la baja que han mostrado los ingresos petroleros y la recaudación del IVA, esto principalmente por una apreciación del peso. En resumen, en 2023, los recursos del Gobierno Federal se han quedado cortos con respecto a la planeación. Para 2024 esta situación apunta a replicarse, y, aunque se anticipaba una propuesta de recorte al gasto, esta no llegó.
Para poder cubrir el nivel de gasto que se ha mantenido en el sexenio, el Gobierno Federal apostará por los ingresos derivados de financiamiento, en otras palabras, a la deuda pública. Una promesa incumplida más. Esta alcanzaría los 1.7 billones de pesos, la cifra más alta en los últimos 24 años y 41 % mayor que la de 2023. Lo anterior refleja una realidad inevitable: cada año, la balanza de las finanzas públicas pesa cada vez más del lado de los gastos y los ingresos públicos no son suficientes para compensarlo.
Si bien el nivel de endeudamiento del país es manejable -aún-, recurrir a la deuda implica que no se obtienen los ingresos ordinarios para cubrir el gasto público. Además de un peso fuerte, una expectativa de bajos precios del crudo para 2024 y una situación precaria en Pemex implicarán que se reciban 333 mil millones de pesos menos (-24 %) de ingresos petroleros del Gobierno Federal, una fuente importante de fondeo. La deuda puede funcionar positivamente como un instrumento de financiamiento siempre y cuando sea empleado en propósitos y planes productivos que estimulen el crecimiento económico y, en este caso, no hay certeza sobre eso.
¿Por qué debería preocuparnos? Porque a pesar de que esto permitirá un nivel histórico de gasto, la mayor parte se destinará a las responsabilidades ineludibles del Gobierno, es decir, gasto intocable. Para 2024, de los 7.46 billones de pesos que el Gobierno Federal administrará, 57 % será destinado a obligaciones financieras como pensiones y jubilaciones, transferencias a entidades federativas, pago de deuda, entre otros. Solo el 43 % restante está asignado a las necesidades de la población, las cuales también son una obligación del Estado mexicano, como salud, educación, seguridad pública y otros servicios básicos.
Este Paquete Económico, que representa la clausura financiera de esta administración, nos deja como recordatorio y reto el imperativo de apuntar a un balance entre el gasto, los ingresos y la deuda. Si bien aún no nos encontramos en un estado crítico de las finanzas públicas, no debemos esperar a que su manejo sea insostenible.
Independientemente de lo que suceda en 2024 y lo que decida la ciudadanía a través del voto, de nada servirá la disciplina financiera mantenida al inicio del sexenio y el discurso que niega la deuda, si la próxima administración heredará el costo de las decisiones tomadas en los dos últimos años. Además, hay que tener presente que ningún mecanismo gubernamental puede operar sin el sustento financiero: cada promesa que escuchemos en los próximos meses, para materializarse, precisará de una fuente de recursos, dinero.
* Daniela Balbino (@dan_balbino) es investigadora de Finanzas Públicas.
Hay una ira creciente por la poca ayuda que llega a las ciudades y pueblos de las montañas del Atlas.
El bebé de Khadija aún no tiene nombre y su primer hogar es una tienda de campaña junto a la carretera.
Nació minutos antes de que se produjera el mortífero terremoto del viernes por la noche en Marruecos.
Aunque Khadija y su hija salieron ilesas, el hospital de Marrakech donde se encontraban fue evacuado. Tras una rápida revisión, les pidieron que se marcharan apenas tres horas después del nacimiento.
“Nos dijeron que teníamos que irnos por miedo a las réplicas”, explicó.
El sismo de magnitud 6,8 sacudió el centro del país, con epicentro a 71 kilómetros de la turística Marrakech. Por ahora se cuentan más de 2.100 personas fallecidas en una decena de provincias y el número de heridos ha ascendido a más de 2.420. Unos 20 minutos después hubo una réplica de magnitud 4,9.
Con su recién nacida en brazos, Khadija y su marido intentaron tomar un taxi a primera hora del sábado para ir a su casa de Taddart, en la cordillera del Atlas, a unos 65 kilómetros de Marrakech.
Pero de camino se encontraron con que las carreteras estaban bloqueadas por corrimientos de tierra y sólo llegaron hasta el pueblo de Asni, a unos 15 kilómetros de su destino final.
Desde entonces, la familia vive en una tienda de campaña básica que han logrado construir junto a la carretera principal.
“No he recibido ninguna ayuda ni asistencia de las autoridades”, nos dijo, sosteniendo a su bebé mientras se protegía del sol bajo un endeble trozo de lona.
“Pedimos mantas a algunas personas de este pueblo para tener algo con lo que taparnos. Sólo tenemos a Dios”.
Khadija nos contó que sólo tiene un conjunto de ropa para el bebé.
Amigos de su ciudad natal les han contado que su casa está muy dañada y no saben cuándo podrán tener un lugar adecuado donde alojarse.
Cerca del lugar donde Khadija acampa, la frustración crece a medida que pasan los días y apenas llega ayuda a los pueblos y aldeas de las zonas montañosas al sur de Marrakech.
En Asni, a solo 50 kilómetros de Marrakech, la gente dice que necesita ayuda urgente.
Un grupo de gente enfadada rodeó a un reportero local y le arrojaron sus frustraciones: “No tenemos comida, no tenemos pan ni verduras. No tenemos nada”.
El reportero, en el centro de la multitud, tuvo que ser escoltado y llevado lejos por la policía, mientras la gente aún lo seguía, desesperada e intentando desahogar su ira.
“Nadie ha venido a nosotros, no tenemos nada. Sólo tenemos a Dios y al rey”, dijo un hombre de la multitud que no quiso dar su nombre.
Desde el terremoto vive al margen de la carretera principal del pueblo con sus cuatro hijos. Su casa sigue en pie, pero todas las paredes están muy agrietadas y tienen demasiado miedo para quedarse allí.
Han conseguido volver y coger algunas mantas, lo único que ahora tienen para dormir.
En un momento, un camión pasó entre la multitud. Algunas personas intentaron hacerle señas, esperando desesperadamente que les dejara suministros. Pero el camión siguió su camino, seguido de abucheos.
Algunos dicen que han recibido tiendas de campaña de las autoridades, pero no hay suficientes para todos.
Cerca de allí está Mbarka, otra persona que vive en una tienda de campaña. Nos guió por las calles laterales hasta su casa, en la que ya no puede vivir.
“No tengo medios para reconstruir la casa. De momento, sólo nos ayuda la gente de la zona”, nos contó.
Vivía allí con sus dos hijas, su yerno y tres nietos.
Cuando su casa empezó a temblar, salieron corriendo y casi fueron alcanzados por el derrumbe de una casa mucho más grande que empezó a deslizarse colina abajo.
“Creemos que el gobierno ayudará, pero hay 120 pueblos en la zona”, dijo su yerno Abdelhadi.
Con tanta gente necesitada de ayuda, un gran número de personas tendrá que esperar más tiempo para recibir asistencia.