Si tuviera que usar un único adjetivo para describirme sería insegura. Hace mucho que lo asumí y no pretendo cambiarlo a punta de frases motivacionales, diálogos falsos conmigo, frente al espejo o en terapia. Ya ni lo intento: soy una mujer insegura. Cada vez que me miro, tambaleo. Cada vez que emito mi opinión, dudo. No dudo de haberlo hecho sino de haberlo hecho bien. Porque seré insegura, pero también soy arrojada.
Soy una mujer a la que le gusta ser calificada y a la que le gusta —tanto como a cualquiera— aprobar el examen y obtener reconocimiento. Pienso que, a las personas inseguras, una palmada en el hombro nos viene tan bien como cuatro gotas de clonazepam. Nunca nos sobra una dosis de validación, por ejemplo, por mínima que sea. Porque encontrarla es como hallar una brújula que orienta nuestros pasos. No sé por qué a estas alturas nos han hecho creer que la búsqueda de validación se parece mucho a la falta de autoestima o a la debilidad.
Contrario a lo que se pensaría, me parece que la inseguridad me ha llevado más lejos que la poca seguridad que a veces tengo. No recuerdo haberme sentido sin dudas sobre quién soy en ningún momento de mi vida: ni de niña ni de joven, mucho menos ahora que se suman nuevas inseguridades que tienen que ver no sólo con quien soy, sino con quien me hubiese gustado ser. No sólo por el lugar en el que estoy, sino por los lugares adonde no alcancé a llegar. No solo por cómo me veo, sino por cómo me ven los demás.
Como persona insegura, pongo a prueba cada una de mis capacidades como si necesitara demostrar que existen y, minuciosamente, revelo mis defectos para constatar que no se han ido a ningún lado. Estoy convencida de que son ellos los que me han estructurado, me han dado forma y me han ayudado mucho más de lo que me han estorbado.
Parecerá que deseo reivindicar o romantizar mi propia inseguridad. Pues sí. Porque de ninguna manera quiero sentirme merecedora de lo que tengo, eso me convertiría en una persona que no quiero ser.
Mi timidez, que con los años se ha reducido (o he dominado el arte de esconderla bien), me ayuda a revisar constantemente lo que pienso, digo y hago. Me orilla a arrepentirme, a cuestionarme, a revisarme y a actuar pensando en el eco que pudiesen tener mis acciones. No es una cuestión moralina, advierto, siempre tiene que ver con mi inseguridad. De mí, de mi valía, de mi estima y de mis resultados.
Creo, además, que la seguridad puede ser muy peligrosa si no se maneja con cuidado. Quizá blinda a quien la porta, pero atenta contra el mundo porque no tiene consideraciones hacia las personas que habitan en él. En un exceso de seguridad, nunca cabe el yo más el tú. Pareciera que la seguridad pretende ser el bastión de esta generación que busca inmunidad emocional porque no tiene los elementos para enfrentarse al conflict0, mucho menos a la introspección.
La inseguridad te enseña quién eres y te hace saber, con ansiedad incluida, de lo que eres capaz y de lo que no. Por eso la defiendo, porque en un mundo lleno de personas que buscan deshacerse de su inseguridad, hace falta encontrar más raíces que alas.
La inseguridad duele y no es para todos. Pero, después del largo periodo de tiempo que he luchado para convencerme de que “tengo todo” para ser más segura, hoy me doy cuenta de que mi inseguridad es una ventaja y que le he agarrado el gusto a portarla con dignidad.
Es que una es, sí, sus virtudes, pero es mucho más todas sus dudas. Por mi parte, asumo que soy una mujer insegura, que no es lo mismo que una mujer que no se ama.
Desgarradores testimonios de sobrevivientes y testigos directos de una tragedia que ha dejado miles de muertos y desaparecidos. “Es como si hubiera caído una bomba nuclear”.
Las imágenes son desoladoras. Cadáveres abandonados en las calles, personas sacando cuerpos debajo de los escombros con sus propias manos.
Testigos directos del horror le dijeron a la BBC que barrios y edificios enteros fueron arrastrados al mar mientras la gente dormía.
Y ahora “el mar está devolviendo decenas de cadáveres”, relató Hichem Abu Chkiouat, ministro de Aviación Civil y miembro del Comité de Emergencia en el este de Libia.
Esa es la situación que se vive en la ciudad portuaria de Derna tras las inundaciones causadas por la tormenta Daniel que arrasaron el este del país dejando una estela de destrucción con miles de muertos y desaparecidos.
Familiares buscan desesperados a sus seres queridos con la esperanza de encontrarlos vivos o al menos identificar sus cuerpos para darles sepultura.
Mientras los equipos de emergencia continúan trabajando, en algunas zonas de la ciudad cuerpos envueltos en sábanas están siendo arrojados en fosas comunes.
El número de muertos que dejaron las inundaciones en el este de Libia sigue aumentando. Las autoridades dicen que se han encontrado más de 5.000 cadáveres solo en la ciudad de Derna, mientras que en los alrededores y en el resto del país ya se contabilizan decenas de miles desplazados.
Voluntarios han llegado a la zona para socorrer a los sobrevivientes
“Es un completo desastre. Estoy realmente en shock”, dijo un médico que viajó a Derna para tratar a los heridos.
El medio de comunicación local Derna Zoom publicó en la red social X (anteriormente Twitter) que una cuarta parte de la ciudad quedó “completamente aniquilada”.
“Es como si hubiera caído una bomba nuclear”, decía el mensaje.
Quienes han logrado comunicarse con familiares y amigos en la zona afectada están desconsolados.
La gente está viviendo el “día del juicio final”, le dijo a la BBC el periodista libio Johr Ali.
Un amigo encontró a su sobrino “muerto en la calle, arrojado por el agua desde su tejado”, relató el reportero.
Ali, que vive exiliado en Estambul debido a los ataques a periodistas en Libia, comentó que otro de sus amigos perdió a toda su familia en el desastre.
“Su madre, su padre, sus dos hermanos, su hermana Maryam, su esposa (…) y su pequeño hijo de 8 meses… Todos ellos murieron, toda su familia está muerta y él me pregunta qué debe hacer”.
En otro caso, Ali dijo que un sobreviviente le contó que había visto a “una mujer colgada de las farolas, porque las inundaciones se la llevaron”.
“Murió allí”, añadió Ali.
Las calles de Derna están cubiertas de barro y escombros y llenas de vehículos volcados.
“La gente escucha los llantos de los bebés bajo tierra y no saben cómo llegar hasta ellos”, relató el periodista.
El rescatista Kasim al Qatani le dijo a la BBC que no hay agua potable en Derna y que escasean los suministros médicos.
Agregó que el único hospital de Derna ya no podía recibir pacientes porque “hay más de 700 cadáveres esperando en el hospital y no es tan grande”.
Aunque la tragedia comenzó con las intensas lluvias causadas por la tormenta Daniel, testigos dijeron que la situación se salió de control cuando oyeron la explosión de una gran presa que terminó expulsando un gigantesco torrente de agua que “parecía un tsunami”.
La información disponible hasta ahora señala que las lluvias provocaron el colapso de dos represas en el río Derna, “que arrastraron barriadas enteras con sus residentes hasta el mar”, según explicó Ahmed Mismari, portavoz del Ejército Nacional Libio, que controla el este del país.
Además de Derna, también se han visto afectadas las ciudades de Bengasi, Susa y Al Marj, todas ellas en el este, así como Misrata, en el oeste, en medio de las peores inundaciones en las últimas cuatro décadas en el país.
El médico libio Najib Tarhoni, que trabaja en un hospital cerca de Derna, pidió ayuda con urgencia.
“Tengo amigos aquí en el hospital que han perdido a la mayoría de sus familias… han perdido a todos”, le dijo a la BBC.
“Sólo necesitamos gente que entienda la situación: ayuda logística, perros que realmente puedan oler a la gente y sacarla de debajo de la tierra. Sólo necesitamos ayuda humanitaria, gente que realmente sepa lo que está haciendo”.
También existe una necesidad urgente de equipos forenses y de rescate especializados y otros dedicados a la recuperación de cadáveres, les dijo a los medios turcos el jefe del Sindicato de Médicos Libios, Mohammed al Ghoush.
Los esfuerzos de rescate se han visto complicados por el hecho de que Libia está dividida entre gobiernos rivales y el país lleva más de una década de conflicto.
La lucha entre facciones ha llevado al abandono de la infraestructura y ha dado lugar a una pobreza generalizada en un país con pocos recursos y experiencia para enfrentar este tipo de catástrofes.
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