Yo no estoy contra la vida.
Yo no quiero morirme cuando me drogo,
ni hacerme daño.
Quiero pasarla bien.
Yo también.
Yo también.
Yo también.
Y yo.
Fragmento del círculo de escucha realizado
durante el cierre de la exposición Circo Crico en enero del 2023
Escribo este texto desde la ciudad de Querétaro. He venido aquí respondiendo a una invitación para participar en una charla sobre la experiencia del consumo de cristal, la cual forma parte de las actividades del 13 Encuentro de diversidades, festival internacional LGBTIQ+. En dicha charla participarán también el artista Valerio Gámez y Tomás Floréz, un activista y trabajador social colombiano asentado en Ciudad Juárez.
Este espacio para hablar de una droga en específico y de la manera en que se consume en una comunidad específica (hombres que tenemos sexo con hombres que consumimos cristal para intensificar y/o alargar nuestras prácticas sexuales) no sería relevante si el impacto de este consumo no estuviera tan presente en la cotidianeidad de las personas que formamos parte de la diversidad sexual.
“Todos conocemos al menos a una persona que está teniendo algún tipo de problema debido a su consumo de cristal”, me dijo un periodista hace un par de semanas mientras conversábamos sobre un podcast que prepara sobre el tema. “Incluyendo a los heterosexuales”, agregué yo. A veces, por costumbre obligada, olvidamos que la heterosexualidad –además de ser el eje del mal– también es parte de la diversidad sexual. Y la están pasando muy mal.
“¿También en ellos el consumo es tan como el de nosotros?”, me preguntó Tomás ayer en la noche mientras doblaba parte del material de reducción de daños que obsequiará durante la charla. “No necesariamente. Sí puede estar ligado a la experiencia sexual, pero es importante reconocer y hablar de las otras experiencias de consumo”, le contesté. Tomás forma parte de un colectivo llamado Somos Una Vergüenza Para Toda La Sociedad, el cual, desde mi perspectiva, hace un trabajo muy importante y necesario para la comunidad LGBTIQ+ de esa ciudad fronteriza.
Hace un año estuve internado en una clínica de rehabilitación durante tres meses, ahí conocí de cerca la experiencia de algunas personas heterosexuales y las relaciones que establecen con el cristal. Si bien es cierto que las condiciones de explotación y despojo ligadas al consumo de cristal y usadas bajo el capitalismo gore pueden no sernos ajenas, el mayor obstáculo –quizá– al que se enfrentan las y los heterosexuales es a la falta de espacios para hablar de su consumo, a la ausencia de una comunidad que esté dispuesta a escuchar y acompañar sin prejuicios. Y no, no me refiero a AA o a espacios como una clínica o anexos (desafortunadamente la mayoría de estos lugares solo contemplan la sobriedad como camino y olvidan atender las necesidades reales de las personas). Me refiero a foros públicos y abiertos como el que organiza el Encuentro de diversidades o espacios como este, un medio abierto y con un alcance considerable, pero en ninguno de los dos casos es suficiente.
Hace casi dos años, junto con tres amigos, lanzamos una convocatoria a la comunidad de hombres que tenemos sexo con hombres para participar en una exposición sobre la experiencia del consumo de cristal a la que llamamos Circo Crico. Para nuestra sorpresa recibimos las propuestas de dos mujeres, mismas que fueron incluidas en la exposición final la cual se realizó a finales del año pasado. “Mi participación se debió a que leí mal la convocatoria. Me salté esa parte de que tenía que ser pitohabiente para poder participar”, confesó una de las chicas durante el círculo de escucha organizado como parte del cierre de la exposición.
México está inundado de cristal. En el 2021 la Secretaría de Salud colocó a esta sustancia como la principal droga de impacto y tal parece que fue tal impacto no solo en la Secretaría sino en todo el gobierno, que lo único que se les ocurrió fue idear campañas que perpetúan los estigmas o que desinforman, o diseñar estrategias de prevención (y no te atención y cuidados) que responden a los miedos infundados de la fracasada guerra contra las drogas.
“Necesitamos drogas buenas”, afirmó el académico queer León A. Damián hace tiempo en un foro donde nos tocó compartir espacio. No puedo estar más de acuerdo. Y lo digo como una persona que ha sido diagnosticada clínicamente como adicta, como hombre que tiene sexo con otros hombres y como persona que vive con VIH, necesitamos drogas buenas. Las merecemos.
“No estoy muy seguro si quiero que el Estado regule el crico 1 u otras sustancias que consumo, eso significaría ceder más control y vigilancia de mis decisiones”, respondió un chico de no más de treinta años ante una pregunta que lanzó la periodista Cat Donohue durante uno de los foros que acompañaron la exposición Circo Crico. Y es que mientras el Estado siga en condición de adicción al punitivismo, 2 la posibilidad de ir trazando un camino –el que sea– para imaginar otro tipo de relación con las drogas seguirá estando en nuestra capacidad para organizarnos comunitariamente, tanto personas consumidoras como no consumidoras, sin importar nuestras identidades.
“Me parece necesario que se hable sin prejuicios y desde la experiencia de cada quien sobre el consumo de cristal”, me dijo hace unas semanas Valerio Gámez cuando me invitó a participar en el 13 Encuentro de diversidades, y al mismo tiempo recibía la invitación del Instituto RIA para escribir este texto. Si algo he aprendido no solo en mi propio proceso de consumo problemático, sino también en el trabajo que desde hace tiempo comencé a hacer alrededor del consumo de cristal, es que el camino hacia la regulación de las sustancias requiere de escuchar y elaborar, de escucharnos entre las personas consumidoras para elaborarnos en estrategias de acompañamientos y cuidados.
Para vivir con dignidad y morir con dignidad. Vivir bien, morir bien.
Todas las identidades.
Todas las personas.
Y pasarla bien.
* Pablo Caisero es activista por los derechos humanos de las personas usuarias de sustancias con especial atención a usuarios con consumos problemáticos. Es adicto a las metanfetaminas, vive con VIH. Comunicólogo con estudios de Maestría en Teoría crítica.
Este texto se escribió en el marco del Día del Orgullo LGBTIQ+ y el Día de acción mundial Apoye. No Castigue.
1 Se refiere a la metanfetamina en cristal.
2 Concepto que Rodrigo Uprimny, Diana Esther Guzmán y Jorge Parra utilizan en su ensayo “La adicción punitiva: la desproporción de leyes de drogas en América Latina” la ironía legislativa en la que incurren los Estados Latinoamericanos influenciados influenciados por el marco prohibicionista internacional.
Desgarradores testimonios de sobrevivientes y testigos directos de una tragedia que ha dejado miles de muertos y desaparecidos. “Es como si hubiera caído una bomba nuclear”.
Las imágenes son desoladoras. Cadáveres abandonados en las calles, personas sacando cuerpos debajo de los escombros con sus propias manos.
Testigos directos del horror le dijeron a la BBC que barrios y edificios enteros fueron arrastrados al mar mientras la gente dormía.
Y ahora “el mar está devolviendo decenas de cadáveres”, relató Hichem Abu Chkiouat, ministro de Aviación Civil y miembro del Comité de Emergencia en el este de Libia.
Esa es la situación que se vive en la ciudad portuaria de Derna tras las inundaciones causadas por la tormenta Daniel que arrasaron el este del país dejando una estela de destrucción con miles de muertos y desaparecidos.
Familiares buscan desesperados a sus seres queridos con la esperanza de encontrarlos vivos o al menos identificar sus cuerpos para darles sepultura.
Mientras los equipos de emergencia continúan trabajando, en algunas zonas de la ciudad cuerpos envueltos en sábanas están siendo arrojados en fosas comunes.
El número de muertos que dejaron las inundaciones en el este de Libia sigue aumentando. Las autoridades dicen que se han encontrado más de 5.000 cadáveres solo en la ciudad de Derna, mientras que en los alrededores y en el resto del país ya se contabilizan decenas de miles desplazados.
Voluntarios han llegado a la zona para socorrer a los sobrevivientes
“Es un completo desastre. Estoy realmente en shock”, dijo un médico que viajó a Derna para tratar a los heridos.
El medio de comunicación local Derna Zoom publicó en la red social X (anteriormente Twitter) que una cuarta parte de la ciudad quedó “completamente aniquilada”.
“Es como si hubiera caído una bomba nuclear”, decía el mensaje.
Quienes han logrado comunicarse con familiares y amigos en la zona afectada están desconsolados.
La gente está viviendo el “día del juicio final”, le dijo a la BBC el periodista libio Johr Ali.
Un amigo encontró a su sobrino “muerto en la calle, arrojado por el agua desde su tejado”, relató el reportero.
Ali, que vive exiliado en Estambul debido a los ataques a periodistas en Libia, comentó que otro de sus amigos perdió a toda su familia en el desastre.
“Su madre, su padre, sus dos hermanos, su hermana Maryam, su esposa (…) y su pequeño hijo de 8 meses… Todos ellos murieron, toda su familia está muerta y él me pregunta qué debe hacer”.
En otro caso, Ali dijo que un sobreviviente le contó que había visto a “una mujer colgada de las farolas, porque las inundaciones se la llevaron”.
“Murió allí”, añadió Ali.
Las calles de Derna están cubiertas de barro y escombros y llenas de vehículos volcados.
“La gente escucha los llantos de los bebés bajo tierra y no saben cómo llegar hasta ellos”, relató el periodista.
El rescatista Kasim al Qatani le dijo a la BBC que no hay agua potable en Derna y que escasean los suministros médicos.
Agregó que el único hospital de Derna ya no podía recibir pacientes porque “hay más de 700 cadáveres esperando en el hospital y no es tan grande”.
Aunque la tragedia comenzó con las intensas lluvias causadas por la tormenta Daniel, testigos dijeron que la situación se salió de control cuando oyeron la explosión de una gran presa que terminó expulsando un gigantesco torrente de agua que “parecía un tsunami”.
La información disponible hasta ahora señala que las lluvias provocaron el colapso de dos represas en el río Derna, “que arrastraron barriadas enteras con sus residentes hasta el mar”, según explicó Ahmed Mismari, portavoz del Ejército Nacional Libio, que controla el este del país.
Además de Derna, también se han visto afectadas las ciudades de Bengasi, Susa y Al Marj, todas ellas en el este, así como Misrata, en el oeste, en medio de las peores inundaciones en las últimas cuatro décadas en el país.
El médico libio Najib Tarhoni, que trabaja en un hospital cerca de Derna, pidió ayuda con urgencia.
“Tengo amigos aquí en el hospital que han perdido a la mayoría de sus familias… han perdido a todos”, le dijo a la BBC.
“Sólo necesitamos gente que entienda la situación: ayuda logística, perros que realmente puedan oler a la gente y sacarla de debajo de la tierra. Sólo necesitamos ayuda humanitaria, gente que realmente sepa lo que está haciendo”.
También existe una necesidad urgente de equipos forenses y de rescate especializados y otros dedicados a la recuperación de cadáveres, les dijo a los medios turcos el jefe del Sindicato de Médicos Libios, Mohammed al Ghoush.
Los esfuerzos de rescate se han visto complicados por el hecho de que Libia está dividida entre gobiernos rivales y el país lleva más de una década de conflicto.
La lucha entre facciones ha llevado al abandono de la infraestructura y ha dado lugar a una pobreza generalizada en un país con pocos recursos y experiencia para enfrentar este tipo de catástrofes.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.