Jas xchi´ ja jkújoli
(Lo que pienso, lo que dice mi corazón)
Desde mediados del siglo pasado hemos visto florecer gran variedad de éticas no antropocéntricas que centran sus argumentos en el cuidado y respeto a la naturaleza. Desde los textos pioneros A Sand County Almanac de Aldo Leopold hasta Silent Spring de Rachel Carson, quienes de forma elocuente y bellísima señalan la importancia del respeto y cuidado del medio ambiente. Así, hacia la década de los setenta aparecieron posturas filosóficas zoocéntricas, biocéntricas y ecocéntricas que entretejen una serie de argumentaciones para considerar éticamente otras formas de vida, que no sólo sea la vida humana.
Si bien estas posturas éticas han facilitado un cambio de paradigma en el corazón mismo de la ética filosófica, no podría apostar que al usar una postura u otra en relación con una problemática ambiental podamos cambiar nuestra relación con el entorno natural. Además, el tipo de disertación ética que proponen este tipo de posturas filosóficas colocan en el centro un tipo de lenguaje que nos separa de las otras formas de vida. Cuando hablamos de medioambiente, de organismos, de ecosistemas, sin duda recurrimos al lenguaje científico que es imprescindible para entender cómo conservar o cuidar el medio ambiente.
No obstante, este lenguaje cientificista nos separa del mundo natural haciéndonos ver que lo que tenemos enfrente es tan sólo nuestro objeto de estudio y está allí sólo para conocerse o para instrumentalizarse con fines epistémicos, económicos, políticos, etcétera. Alicia Puleo señala que “la actitud antropocéntrica termina por negar consistencia ontológica a la Naturaleza no humana… y la noción de medio ambiente tiende a reducir el mundo natural a un simple escenario que conviene mantener en buenas condiciones, sólo para nuestro provecho, para nuestra mayor comodidad y gloria”.1
Por esta razón, me parece sustancial que nos detengamos y miremos dentro de nosotros mismos; pongamos atención a la fractura humana que nos ha hecho desligarnos de la naturaleza, que nos ha fragmentado y ha ocasionado que no nos consideremos parte de ella, sino sólo sus espectadores o sus buenos conocedores. Si bien esta postura es antropocéntrica, me parece fundamental señalar que no podemos extender el círculo de la consideración moral sin antes mirar dentro de nosotros mismos, sentirnos, pensarnos y escucharnos como animales que somos, como naturaleza capaz de sentir-pensar-escuchar.
De este modo, este breve texto invita a todos sus lectores a abrir el corazón ante la crisis ecológica que vivimos. No un corazón plagado de razonamientos y argumentaciones científicas sobre el porqué debemos o no tener conciencia ambiental y cambiar nuestras decisiones y acciones individuales y colectivas. Más bien quiero invitarlos a mirar profundamente la herida o la fractura de nuestro ser. Para ello, podemos recurrir a la filosofía de los pueblos originarios de nuestro país, específicamente, los pueblos tsotsiles, tseltales y tojolabales, quienes nos muestran que a través de su forma de vida nos relacionamos de modos diferentes con la misma realidad.2
“En la ciudad se pasan la vida hablando y diciendo cómo tienen que ser las cosas y la vida sin resolverlas —me decía un anciano tsotsil—. Nosotros no la pasamos hablando, la resolvemos haciendo y viviendo, el hacer es lo que nos invita al sentir-pensar”.3 De manera que en los pueblos originarios se puede vivir y leer la realidad desde otro ángulo, lo que propicia la construcción del sentir-pensar (aíel snopel). Esta forma de vivir acontece en el presente con recuerdos o memorias del pasado y con un futuro incierto. El vivir el aquí y el ahora es la propuesta de estos pueblos: transitar, construir y deconstruir es lo que nos puede llevar al sentir-pensar-hacer.3
Me parece que esta propuesta puede ser una alternativa para recuperarnos a nosotros mismos, como hijos del tiempo y señores de nuestra propia historia. Esto, sin duda, nos puede ayudar a potenciar nuestras prácticas individuales y colectivas.
Al mirarnos de forma genuina podremos responder ante la crisis ecológica que hemos ocasionado. Así, los tojolabales señalan que: “formamos parte de un conjunto de cosas dotadas de corazón, gracias al cual vivimos, ya que el corazón es la fuente de vida y se caracteriza por su capacidad de pensar”,2 he ahí la fuente del sentir-pensar-escuchar.
Una vez potenciando nuestro sentir-pensar-escuchar podremos tener la capacidad de vivir en comunidad intersubjetiva con los otros, no sólo humanos, sino con todas las formas de vida, ya que como dicen los pueblos originarios: todos los seres vivos también están dotados de corazón. No cabe duda, que esta propuesta se aleja de la lógica que rige nuestro pensamiento científico y filosófico, pero considero que puede ser una posible vía para curarnos de nosotros mismos; para aprender a sentir, a pensar y a escuchar a los otros, humanos y no humanos, lo que, sin duda, me parece que es un bello acto de amor a la naturaleza.
* Jaqueline Alcázar Morales es doctora en Ciencias en el área de Bioética por la Facultad de Medicina de la UNAM. Actualmente realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM. Su área de especialización es en Bioética y Ambiente. Contacto: [email protected].
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
1 Puleo, A. (2022). Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales.
2 Lenkersdorf, C. (2017). Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales. Siglo XXI Editores.
3 Bolom, M. (2020). A’iel snopel. Un ensayo sobre el lenguaje y la filosofía de los pueblos. Comité Editorial del CRESUR.
Las muestras del asteroide Bennu que recolectó la sonda Osiris-Rex podrían dar indicios sobre cómo se inició la vida en la Tierra.
Este domingo, la cápsula Osiris-Rex de la Nasa atravesó la atmósfera de la Tierra a unas 15 veces la velocidad de la bala de un rifle.
A esas velocidades, se convirtió en una bola de fuego en el cielo, pero un escudo contra el calor y un paracaídas frenaron el descenso, convirtiéndolo en un suave aterrizaje en el desierto de Utah, en EE.UU.
La cápsula trae un cargamento precioso: un puñado de polvo recolectado del asteroide Bennu, una roca espacial del tamaño de una montaña que puede darnos información clave para responder a una de las preguntas más profundas para los humanos: ¿de dónde venimos?
“Cuando tengamos los 250 g del asteroide Bennu, estaremos viendo material que existía antes que existiera nuestro planeta, incluso algunos granos podrían ser más viejos que nuestro sistema solar”, dice el profesor Dante Lauretta, investigador principal de la misión.
“Estamos tratando de rastrear nuestros inicios. ¿Cómo se formó la Tierra y por qué es un lugar habitable? ¿De dónde viene toda el agua de nuestros océanos? ¿de dónde viene todo el aire que existe en nuestra atmósfera? Y de manera más importante, ¿cuál es la fuente de todas las moléculas orgánicas que componen la vida en la Tierra?”.
La creencia que prevalece es que muchos de los componentes clave para la vida llegaron a nuestro planeta durante una época muy temprana de la historia de la Tierra en una lluvia de meteoritos, muchos de ellos a lo mejor parecidos a Bennu.
La travesía para conseguir los fragmentos de Bennu comenzó en 2016, cuando la NASA lanzó la nave Osiris Rex hacia el objeto de 500 metros de diámetro.
Le tomaría dos años en llegar al cuerpo rocoso y otros dos años más se dedicaron a cartografiarlo, antes de que el equipo de la misión pudiera identificar con confianza un lugar en la superficie de la piedra espacial en el que recoger una muestra de “tierra”.
Alguien clave a la hora de tomar esa decisión fue la leyenda británica del rock y astrofísico Brian May. El guitarrista de Queen es un experto en mapeo de imágenes estéreo.
Tiene la habilidad de alinear dos imágenes con diferentes ángulos de un mismo objeto para dar un sentido de perspectiva, formando una escena 3D. Él y su colaboradora Claudia Manzoni hicieron esto para elaborar la lista final de lugares en Bennu en los que recoger muestras. Ellos definieron los lugares más seguros para el acercamiento.
El momento de la captura de la muestra, el 20 de octubre de 2020, fue increíble.
Osiris Rex descendió hasta el asteroide, sosteniendo su mecanismo de agarre al final de un palo de 3 metros de longitud.
La idea era darle un golpe a la superficie de la roca y, al mismo tiempo, soltar un soplido de gas de nitrógeno para levantar polvo. Pero lo que ocurrió después fue un shock.
Cuando el mecanismo hizo contacto, la superficie se partió como un fluido. Para cuando el gas se disparó, el disco ya estaba 10 cm por debajo. La presión del nitrógeno abrió un agujero de 8 mts de diámetro. El material voló por todos lados, pero lo importante es que parte cayó en la cámara de recolección.
Así que aquí estamos. Osiris-Rex entregó la muestra del asteroide Bennu al final de lo que ha sido un viaje de ida y vuelta de siete años y de 7 mil millones de kilómetros.
La cámara será llevada al Centro Espacial Johnson, en Texas, donde se ha construido un cuarto especial dedicado al análisis de las muestras.
El doctor Ashley King del Museo de Historia Natural (NHM) de Londres, será uno de los primeros en poner sus guantes sobre el material. Forma parte del equipo “mirada rápida”, que será el que haga el análisis inicial.
“Traer muestras de un asteroide no es algo que hagamos muy a menudo. Así que quieres hacer esas mediciones iniciales y quieres hacerlas muy bien”, dice. “Es muy emocionante”.
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La Nasa ve al asteroide Bennu como la roca más peligrosa del sistema solar. Su trayectoria en el espacio hace que sea el asteroide con mayores probabilidades de impactar a la Tierra del que se tenga conocimiento.
Pero no hay que asustarse, las probabilidades son muy bajas, parecidas a que lances una moneda al aire y te salga cara once veces seguidas. Y un impacto no ocurriría el próximo siglo.
Bennu seguramente tenga agua, y bastante: al menos el 10% de su peso, y toda en sus minerales. Los científicos intentarán ver si las proporciones de los distintos tipos de átomos de hidrógeno en esta agua es parecida a la de los océanos de la Tierra.
Si, como creen algunos expertos, la Tierra temprana estaba tan caliente que perdió gran parte de su agua, el encontrar una coincidencia de H2O en Bennu podría impulsar la idea de que un bombardeo posterior de asteroides tuvo gran relevancia en darles volumen a nuestros océanos.
También es posible que Bennu contenga entre 5% y 10% de su peso en carbono. Aquí radica gran parte del interés. Como sabemos, nuestro planeta se basa en la química orgánica. Al igual que el agua, ¿habrán llegado las moléculas desde el espacio para que empezara la biología en la joven Tierra?
“Uno de los primeros análisis que se les harán a las muestras incluirá hacer un inventario de todas las moléculas basadas en carbono que contenga”, dice la profesora Sara Russell.
“Sabemos, a través de estudiar meteoritos, que los asteroides probablemente contienen distintas moléculas orgánicas. Pero en los meteoritos, muchas veces están bastante contaminadas, así que estas muestras nos dan una oportunidad de descubrir realmente cuáles son los componentes orgánicos prístinos de Bennu”.
El profesor Lauretta agrega: “De hecho, nunca hemos buscado en los meteoritos los aminoácidos de las proteínas por este problema de la contaminación. Así que creemos que realmente vamos a avanzar en nuestro entendimiento de lo que llamamos la ‘hipótesis de entrega exógena’, la idea que estos asteroides fueron la fuente de los bloques fundacionales de la vida”.
Reportería adicional de Rebecca Morelle, Alison Francis y Kevin Church
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