A unos días de que se cumplan nueve años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, normalistas lanzaron petardos y piedras a las instalaciones de la 35 Zona Militar, en Chilpancingo.
Los policías militares dentro de las instalaciones contestaron lanzando bombas de gas lacrimógeno a los estudiantes.
Los militares empezaron a lanzar los gases cuando un grupo de estudiantes pretendía estrellar una camioneta de la empresa Barcel contra el portón del edificio militar.
Fue entonces que se intensificó el intercambio de lanzamiento de petardos y bombas de gases lacrimógenos.
A las 11:30 de la mañana, los estudiantes llegaron en 13 autobuses que estacionaron frente a las instalaciones militares.
Los estudiantes de Ayotzinapa protestaron para exigir al presidente Andrés Manuel López Obrador la presentación con vida de los 43 desaparecidos en septiembre del 2014. Se instalaron en plantón frente a las instalaciones de la 35 Zona Militar e hicieron ahí un mitin.
“Fue el Ejército” escribieron los estudiantes en una de las paredes de las instalaciones militares.
“En estos casi cinco años del gobierno el presidente Andrés Manuel López Obrador nos ha mentido y está protegiendo al Ejército”, dijo uno de los normalistas que habló durante el mitin.
El próximo 26 de septiembre se cumplen nueve años de la desaparición de 43 normalistas y las organizaciones sociales así como los estudiantes de la Normal iniciaron, a partir de este martes 12, una jornada de movilizaciones.
El intercambio de bombas de gases lacrimógenos y petardos duró más de una hora. Durante ese tiempo los carriles sur norte del boulevard Vicente Guerrero y la Autopista del Sol estuvieron cerrados al tráfico vehicular.
Unos 30 niños de una escuela primaria y comerciantes del mercado, ubicados en la colonia del PRI, a unas cuadras de las instalaciones de la 35 Zona Militar, se intoxicaron al respirar los gases lacrimógenos.
Ante el llamado de auxilio de los directivos de la escuela primaria, personal de Protección Civil municipal llegó al lugar para darles los primeros auxilios a las personas intoxicadas.
Los gases lacrimógenos que lanzaron los militares se esparcieron por toda la zona.
Hay una ira creciente por la poca ayuda que llega a las ciudades y pueblos de las montañas del Atlas.
El bebé de Khadija aún no tiene nombre y su primer hogar es una tienda de campaña junto a la carretera.
Nació minutos antes de que se produjera el mortífero terremoto del viernes por la noche en Marruecos.
Aunque Khadija y su hija salieron ilesas, el hospital de Marrakech donde se encontraban fue evacuado. Tras una rápida revisión, les pidieron que se marcharan apenas tres horas después del nacimiento.
“Nos dijeron que teníamos que irnos por miedo a las réplicas”, explicó.
El sismo de magnitud 6,8 sacudió el centro del país, con epicentro a 71 kilómetros de la turística Marrakech. Por ahora se cuentan más de 2.100 personas fallecidas en una decena de provincias y el número de heridos ha ascendido a más de 2.420. Unos 20 minutos después hubo una réplica de magnitud 4,9.
Con su recién nacida en brazos, Khadija y su marido intentaron tomar un taxi a primera hora del sábado para ir a su casa de Taddart, en la cordillera del Atlas, a unos 65 kilómetros de Marrakech.
Pero de camino se encontraron con que las carreteras estaban bloqueadas por corrimientos de tierra y sólo llegaron hasta el pueblo de Asni, a unos 15 kilómetros de su destino final.
Desde entonces, la familia vive en una tienda de campaña básica que han logrado construir junto a la carretera principal.
“No he recibido ninguna ayuda ni asistencia de las autoridades”, nos dijo, sosteniendo a su bebé mientras se protegía del sol bajo un endeble trozo de lona.
“Pedimos mantas a algunas personas de este pueblo para tener algo con lo que taparnos. Sólo tenemos a Dios”.
Khadija nos contó que sólo tiene un conjunto de ropa para el bebé.
Amigos de su ciudad natal les han contado que su casa está muy dañada y no saben cuándo podrán tener un lugar adecuado donde alojarse.
Cerca del lugar donde Khadija acampa, la frustración crece a medida que pasan los días y apenas llega ayuda a los pueblos y aldeas de las zonas montañosas al sur de Marrakech.
En Asni, a solo 50 kilómetros de Marrakech, la gente dice que necesita ayuda urgente.
Un grupo de gente enfadada rodeó a un reportero local y le arrojaron sus frustraciones: “No tenemos comida, no tenemos pan ni verduras. No tenemos nada”.
El reportero, en el centro de la multitud, tuvo que ser escoltado y llevado lejos por la policía, mientras la gente aún lo seguía, desesperada e intentando desahogar su ira.
“Nadie ha venido a nosotros, no tenemos nada. Sólo tenemos a Dios y al rey”, dijo un hombre de la multitud que no quiso dar su nombre.
Desde el terremoto vive al margen de la carretera principal del pueblo con sus cuatro hijos. Su casa sigue en pie, pero todas las paredes están muy agrietadas y tienen demasiado miedo para quedarse allí.
Han conseguido volver y coger algunas mantas, lo único que ahora tienen para dormir.
En un momento, un camión pasó entre la multitud. Algunas personas intentaron hacerle señas, esperando desesperadamente que les dejara suministros. Pero el camión siguió su camino, seguido de abucheos.
Algunos dicen que han recibido tiendas de campaña de las autoridades, pero no hay suficientes para todos.
Cerca de allí está Mbarka, otra persona que vive en una tienda de campaña. Nos guió por las calles laterales hasta su casa, en la que ya no puede vivir.
“No tengo medios para reconstruir la casa. De momento, sólo nos ayuda la gente de la zona”, nos contó.
Vivía allí con sus dos hijas, su yerno y tres nietos.
Cuando su casa empezó a temblar, salieron corriendo y casi fueron alcanzados por el derrumbe de una casa mucho más grande que empezó a deslizarse colina abajo.
“Creemos que el gobierno ayudará, pero hay 120 pueblos en la zona”, dijo su yerno Abdelhadi.
Con tanta gente necesitada de ayuda, un gran número de personas tendrá que esperar más tiempo para recibir asistencia.