La distribución de los apoyos gubernamentales a familias de damnificados de Tula ha sido desigual e insuficiente, de acuerdo con víctimas de la inundación que fue provocada el pasado 6 de septiembre.
A casi tres meses de la tragedia, que dejó alrededor de 3 mil viviendas dañadas, los damnificados señalan que, por parte del gobierno federal —a través de la Secretaría del Bienestar—, han recibido un apoyo económico único de 10 mil pesos, que no les ha alcanzado para recuperar prácticamente nada del patrimonio que perdieron.
Algunos han tenido más “suerte” y han obtenido una base para cama, aunque sin colchón; otros recibieron un colchón, pero sin la base. Otras familias obtuvieron un bote de pintura, algunas toallas y vasos. Y las despensas, esas sí que fueron abundantes.
Pero las autoridades han sido contradictorias en las promesas de apoyo, de acuerdo con varios testimonios recogidos por este medio.
Por ejemplo, el gobierno municipal, que encabeza el perredista Manuel Hernández Badillo, les prometió condonarles durante tres años el pago de impuestos del predial, agua potable y permiso de uso de suelo (para las personas con negocios); luego, tras una rectificación, se les aclaró que la condonación sería por tres meses.
A decir de las familias, el gobierno federal se comprometió a entregar apoyos por 35 mil pesos, pero hasta ahora solo han recibido menos de una tercera parte –10 mil pesos— y no tienen la certeza de que se les entregue el resto.
Además, ese apoyo económico es para resarcir daños en las viviendas; es decir, las personas que, a su vez, sufrieron pérdidas en establecimientos comerciales, no reciben ninguna ayuda adicional.
De parte del gobierno estatal, al que los damnificados califican de ausente, se les informó que no podrían acceder a apoyos las familias que tuvieran una vivienda de más de 90 metros cuadrados, con el argumento de que tienen mejores posibilidades económicas para salir de la crisis.
Por otro lado, también acusan que se están negando las ayudas a los afectados que tienen sus casas en los márgenes del Río Tula, donde edificaron con el consentimiento de gobiernos municipales, algo que está prohibido, por tratarse de una zona federal.
“Hoy muchos ya no voltean a ver a Tula, nos damos cuenta porque ya no llega ayuda, las despensas llegaron en gran cantidad los primeros días, y hoy piensan que Tula ya resarció los daños; ‘habemos’ muchas familias que aún no regresamos a nuestras casas porque son un foco de infección terrible, tú entras a un hogar de los que fueron damnificados y te lloran los ojos, te duele la cabeza, te da vómito, náuseas, derivado del foco de infección tan grande que recibimos”, expone Berenice Penchyna, vecina del Centro municipal.
“10 mil pesos no nos sirven para limpiar los pisos y las paredes, es una reverenda aberración que nos tomen como ciudadanos de cuarta cuando somos igual que todos los damnificados”, añade.
Georgina Melgarejo, que describe que la inundación de su casa alcanzó 1.80 metros, acusa que a lo largo de estos tres meses no ha recibido apoyo alguno debido a un error en la captura de sus datos en el censo que no se ha resuelto.
“El apoyo de 10 mil pesos a mí no me llegó porque hay muchos errores, me dicen que hubo un error en mi folio, que mi folio lo tiene otra vecina, y yo no he recibido nada, ni colchón, ni la base de la cama, ni los 10 mil pesos, nada. Hasta la fecha no tenemos ninguna respuesta. Nosotros estamos empezando de cero, porque ni el gobierno federal, estatal y municipal nos han apoyado. Despensas no nos llevaron, ni agua siquiera nos quisieron dar”, comenta.
Claudia Sánchez, quien perdió un inmueble que utiliza como escuela particular, relata que no pudo acceder a apoyos del gobierno estatal porque su propiedad mide más de 90 metros cuadrados.
“Ellos dicen que solamente van a ayudar a casas que tengan no más de 90 metros cuadrados, entonces ¿la gente que ha trabajado toda su vida, no te van a apoyar porque ‘no tienes necesidad’, porque tienes un patrimonio más grande? No fue por decisión propia perder todo, fue que nos causaron un daño en nuestro patrimonio y yo creo que esa diferencia en la que están ellos basándose es inhumana, porque se trata de todo el esfuerzo, el empeño y la dedicación que todos hemos puesto para tener nuestros hogares, nuestro negocio, y que sean tan insensibles a la pérdida que hemos tenido, no sé cómo nombrarlo”.
Rocío Terán, quien es enfermera geriatra, critica la falta de ayuda gubernamental y que las autoridades se desentiendan aun cuando, dice, el desastre no fue por causas naturales, sino consecuencia de decisiones y omisiones administrativas, como mostró esta investigación de Animal Político.
“Perdimos todo, yo no puedo regresar a trabajar porque no tengo el modo de adquirir nuevos uniformes y todo lo que requiero para poder ejercer, trato de salir adelante, pero me doy cuenta de que hemos sido abandonados totalmente. No se nos avisó, no fue desastre natural, nosotros tuvimos 8 minutos para que el agua rebasara el primer nivel y llegara al segundo, no tuvimos oportunidad de nada, tuvimos que correr por nuestra vida”, relata.
“Todos estamos siendo afectados en nuestra economía, tal vez algunos no fueron inundados, sin embargo, se quedaron sin trabajo y nos están limitando apoyos con ridículas listas, números, censos tras censos, y nosotros seguimos sin nada, lo único que nos dieron fueron despensas”.
Además del abandono institucional, los damnificados viven con la preocupación de que la inundación se repita, pues a la fecha no se han tomado medidas desde el gobierno para ampliar el cauce del Río Tula o cambiar la política de enviar aguas negras del Valle de México hacia Hidalgo.
“Queremos que esto no vuelva a pasar, porque si mañana vuelven a tener la disyuntiva nuestras autoridades entre inundar la zona conurbada del Valle de México e inundar el Valle del Mezquital, nos van a volver a inundar, nadie nos da la garantía de que esto no vuelva a pasar”, expone José Jaim, también damnificado.
Fue concebida como parte de un programa del gobierno para construir nuevas prisiones entre 1968 y 1978.
Ovidio Guzmán, uno de los hijos del narcotraficante mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán, fue extraditado el 18 de septiembre a Estados Unidos y desde entonces está arrestado en una cárcel de Chicago.
Apodado el “Triángulo de Hierro”, el Centro Correccional Metropolitano es un rascacielos de 28 pisos ubicado en el centro de la ciudad estadounidense, un imponente edificio triangular de hormigón diseñado por el arquitecto Harry Weese e inaugurado en 1975.
El edificio tiene pequeñas rendijas verticales de 13 de ancho por 2,30 metros de alto que funcionan como ventanas irregulares hacia el exterior y que conforman una especie de monolito perforado.
Las ventanas, así diseñadas para evitar fugas, no tienen rejas, como es habitual en las cárceles.
En su momento costó US$10,2 millones, según el periódico local Chicago Tribune, cifra que hoy equivaldría a casi US$60 millones.
Esta cárcel fue concebida como parte de un programa del gobierno para construir nuevas prisiones entre 1968 y 1978, y suponía un modelo de centro de detención diferente para aquellos que están aguardando su juicio o que han recibido una condena breve.
Cuando se inauguró, William Nelson, su primer director, dijo: “Este edificio es completamente seguro, pero fue construido de manera eficiente y teniendo en cuenta la dignidad humana“.
El entonces juez James B. Parsons del Tribunal de Distrito de Estados Unidos lo describió como “lujoso”.
“No hay rejas”, dijo. “Las puertas se abren y cierran libremente. Los pisos están alfombrados. La comida es muy buena y las instalaciones recreativas son excelentes”, afirmó, según recogió el Chicago Tribune en un artículo publicado en 1995.
Al menos en aquel momento, los presos podían ir al patio -ubicado en la azotea- solo dos veces a la semana porque permitían estar 20 personas al mismo tiempo como máximo.
El patio está totalmente cubierto por un alambrado, para evitar que lleguen helicópteros a llevarse a alguno de los presos.
Allí se puede jugar al baloncesto, vóleibol o hacer ejercicio.
También podían visitar la biblioteca, la videoteca y la capilla tres veces por semana.
Algunas medidas de seguridad se han añadido después de su inauguración, ya que hubo episodios de fuga.
Por ejemplo, en diciembre de 2012 dos presos se escaparon desde el piso 17 haciendo un boquete en la pared y arrojando una cuerda tejida a partir de sábanas e hilo dental y sujetada de las literas de la celda.
De acuerdo al registro público de la Oficina Federal de Prisiones, que administra este centro, Ovidio Guzmán López, de 33 años, es uno de los 486 hombres y mujeres allí recluidos.
Originalmente había sido construido para albergar a 400 presos.
Desde el arresto de “El Chapo” Guzmán en 2016 y su posterior extradición a Estados Unidos, cuatro de sus hijos, conocidos como Los Chapitos, supuestamente asumieron roles protagónicos en el cartel.
Los agentes de la Agencia Antidrogas de EE.UU. (DEA) dicen que el cártel de Sinaloa es la fuente de gran parte del fentanilo ilícito que se introduce de contrabando en Estados Unidos.
Según la jefa de la DEA, Anne Milgram, “Los Chapitos fueron pioneros en la fabricación y el tráfico de la droga más mortífera que nuestro país haya enfrentado jamás”.
Después de que su padre fuera condenado en EE.UU. a cadena perpetua en 2019, Ovidio Guzmán, alias el Ratón, era considerado uno de los líderes del cartel de Sinaloa y fue acusado por Washington de conspiración para distribuir drogas para ser importadas a EE.UU.
En su primera comparecencia ante un juez en Chicago el 5 de septiembre, Guzmán se declaró no culpable de los cargos que enfrenta por narcotráfico.
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