Pablo Ortega nació en una comunidad rodeada de pinos. Como muchos de sus amigos, familiares y vecinos, al terminar la educación secundaria, migró para encontrar trabajo. Durante un tiempo se instaló en la Ciudad de México, pero siempre tuvo en mente regresar a su tierra. Su anhelo se cumplió gracias al bosque y, sobre todo, a la organización de su comunidad que apostó por el aprovechamiento forestal sostenible.
Hoy Pablo Ortega, de 43 años, tiene una labor muy diferente a la que realizaba en la fábrica de pegamento donde trabajó cuando vivió en la Ciudad de México. Desde hace quince años es el encargado del vivero y del banco de semillas de pinos y oyameles del ejido Peñuelas Pueblo Nuevo, ubicado en el municipio de Chignahuapan, en el estado de Puebla.
“A pesar de tener quince años trabajando aquí, sigo disfrutando ver el proceso: como van quedando (las semillas) sin basura y después ver como solo quedan las mejores”, dice Ortega. Él es hijo de uno de los 105 ejidatarios de Peñuelas Pueblo Nuevo, comunidad que desde hace 33 años realiza manejo forestal en sus 800 hectáreas de bosque templado.
En esta comunidad, los ejidatarios decidieron ir hasta el origen para crear un círculo virtuoso en el aprovechamiento y cuidado de su bosque: aquí no solo se produce madera en forma sostenible, también se cuenta con un aserradero, un vivero, un huerto semillero, un banco de semillas y un taller de artesanías, muebles y palos de escoba. Para todas estas labores se formaron empresas comunitarias que dan trabajo temporal y permanente a, por lo menos, cien pobladores de la región.
El ejido de Peñuelas Pueblo Nuevo es una de las pioneras en el manejo forestal comunitario en la zona centro de México. Fue a finales de la década de los ochenta, cuando sus pobladores se organizaron para hacer un aprovechamiento adecuado de sus bosques y poner un alto al desmonte.
“Personas de la comunidad talaban sin permiso”, recuerda el ejidatario Baldomero Ortega. Como la mayoría de los ejidatarios se oponían a que se destruyera el bosque, se convocó a una asamblea para discutir qué acciones se tomarían. Un grupo de ejidatarios, el comisariado ejidal en turno y el técnico forestal, Noé González, originario del ejido, propusieron asesorarse para evaluar la posibilidad de realizar aprovechamiento forestal.
Los asesores les mostraron estudios y ejemplos de otras comunidades en donde ya se hacía aprovechamiento forestal en forma organizada y planificada. El ejido realizó los trámites ante las autoridades ambientales. Lograron que se aprobara su programa de manejo por 50 años. Ese documento señalaba cuántos árboles podían cortar al año sin que eso causara un daño al bosque; además, indicaba que en cada área de corte los ejidatarios tenían que reforestar con mil 200 árboles por hectárea.
Para contar con las plantas necesarias para la reforestación, el técnico Noé González propuso que el ejido instalara su propio vivero. Así se hizo. El gobierno del estado de Puebla les otorgó recursos para ponerlo en marcha. El trámite les llevó dos años. Empezaron, en 1996, con una producción de 200 mil plantas; eso les permitió contar con plántulas suficientes para, incluso, vender a otras comunidades de la región.
Cinco años después, en 2001, pidieron el apoyo de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) para expandir el vivero. La dependencia puso la mitad de la inversión y el ejido la otra mitad; así lograron producir hasta 4.5 millones de plántulas. Durante ocho años mantuvieron esa cifra. Además del aprovechamiento forestal y un aserradero que abrieron, el vivero fue una fuente más de ingresos para la comunidad.
“Conafor hacía convenios con los ejidos y nos decía: ‘le vas a entregar tantas a tal ejido’ y a nosotros nos las pagaba la dependencia”, explica Baldomero Ortega.
Un año antes de la expansión de su vivero, los ejidatarios aprobaron un nuevo reglamento donde se estableció que los recursos económicos obtenidos con las empresas comunitarias se tenían que repartir entre los ejidatarios y otra parte se destinaría a un fondo común para financiar las obras de conservación de suelos, la construcción de obras de infraestructura, la compra de maquinaria e implementos de labranza, los trabajos para el aprovechamiento de las aguas destinadas a riego, abrevaderos y uso doméstico. Ese dinero también se destinaría a nuevos proyectos.
Aurelio Bastida, profesor de la Universidad Autónoma de Chapingo y especialista en sistemas forestales que ha dado seguimiento a los proyectos comunitarios de Peñuelas Pueblo Nuevo, explica que la creación de este fondo fue decisivo en la historia del ejido, porque le permitió contar con recursos para invertir e impulsar empresas comunitarias, entre ellos la expansión del vivero y la creación de un banco de germoplasma.
Los ejidatarios recuerdan que cuando el vivero comenzó a tener más demanda, los técnicos forestales que asesoraban a la comunidad, entre ellos Noé González, les recomendaron instalar este banco para tener semillas suficientes y de buena calidad.
Así que, una vez más, el ejido solicitó apoyo a dependencias federales y estatales. En 2006, los ejidatarios instalaron el banco de semillas de pinos y oyamel. Para esta nueva empresa comunitaria se necesitaba sumar a más trabajadores.
En 2007, Pablo Ortega se enteró que en su ejido había trabajo en el bosque; renunció a su empleó en la fábrica de pegamento, dejó la Ciudad de México y regresó a su tierra: “Supe que ya había oportunidades de trabajo y volví. Me dieron empleo en el vivero. Solo estudié hasta la secundaria y no sabía nada de producción de plantas, pero aquí me empezaron a enseñar. Aprendí y fui escalando, hasta ser el encargado, tanto del vivero, como del banco de germoplasma”.
Además de Pablo Ortega, otros habitantes de la región tienen empleo, ya sea temporal o permanente, en una actividad relacionada con el cuidado y aprovechamiento del bosque.
Por ejemplo, hay quienes se dedican a la recolección de conos o piñas, como se les llama a las estructuras que contienen las semillas de ciertos árboles, entre ellos los pinos. En el caso del oyamel, los trabajadores deben subir al árbol para recolectar los conos que son más frágiles.
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En el banco de germoplasma hay un área que pareciera una pequeña fábrica: un cuarto de paredes blancas, que no mide más allá de nueve metros cuadrados, en donde las máquinas usan la presión del aire para limpiar y seleccionar las semillas.
El proceso inicia con el secado de los conos, ya sea en un horno especial o al sol, para después romperlos, extraer las semillas y elegir aquellas que tengan mayor calidad y viabilidad para germinar.
En el laboratorio del banco, una trabajadora coloca las semillas en un contenedor, acondicionado con algodones y agua, para después llevarlas al germinador, una especie de refrigerador que regula la temperatura y la humedad.
De algunas de las semillas, se toma una muestra que se analiza para conocer su germinación, pureza y humedad. “Esto lo hacemos para asegurar la calidad —precisa Pablo Ortega— y porque muchos de los ejidos, viveros o particulares que nos compran semilla, que deben ser unos 75 clientes entre todos, preguntan el porcentaje de germinación. Los análisis muestran que es del 80 al 90 por ciento”.
Estos bancos de semillas no son comunes. El ejido Peñuelas Pueblo Nuevo es el único que tiene uno de este tipo en toda la región de la Sierra Norte de Puebla y en Huayacocotla, Veracruz, explica el profesor Aurelio Bastida.
A partir de la recomendación de investigadores del Colegio de Posgraduados de Puebla, en 2012, este ejido también integró un huerto semillero: un terreno en donde solo se plantan árboles seleccionados, aquellos que tienen las mejores características, los troncos más derechos y las copas más altas.
Por ahora, este espacio alberga cerca de 200 árboles que se destinan solo a la producción de las semillas para el vivero.
El ejido tiene, además, otros dos huertos semilleros en donde hay árboles injertados con brotes de otras plantas de pino; eso lo hacen para evitar, lo más posible, la variación genética y tener clones de árboles superiores.
“El huerto es importante no solo porque así se hace un mejor aprovechamiento forestal, con árboles de troncos más derechos y largos, de los que sale más y mejor madera, sino también porque son más resistentes a las condiciones ambientales y de cambio climático”, explica el profesor Aurelio Bastida.
Además de los empleos que se han creado para cuidar el bosque, controlar las plagas, hacer brechas cortafuego, trabajar en aserradero, en el vivero, los huertos y el banco de germoplasma, un grupo de mujeres de la comunidad creó una empresa para aprovechar la madera que no se usa en el aserradero; con ella fabrican artesanías, muebles y palos de escoba.
Con todos estos proyectos, los ejidatarios Peñuelas Pueblo Nuevo tienen mucho que enseñar a otros y lo hacen: son una comunidad escuela. Desde hace 10 años, reciben a estudiantes de universidades como Chapingo, así como a representantes de ejidos y comunidades forestales de diferentes regiones del país.
Durante ocho años, el vivero del ejido produjo alrededor de 4.5 millones de plantas anuales. La mayoría se las compraba la Conafor. Pero desde hace 12 años, la dependencia disminuyó sus pedidos; el año pasado solo solicitó 400 mil plantas. En 2022, ninguna.
“Nos dijeron que a la Comisión ya no le daban recursos para comprar plantas, porque los ejidos que hacen aprovechamiento tenían que comprarlas directamente”, dice el ejidatario Baldomero Ortega. Ahora el vivero solo vende alrededor de 600 mil plantas a particulares y comunidades forestales.
“Ahorita está complicada la situación para nosotros”, comenta Pablo Ortega. Aun así, el ejido decidió seguir con los proyectos: “Ahorita sí hemos logrado sacar a venta esas 600 mil plantas, pero sí es una caída económica fuerte; casi estamos sacando solo para los insumos del vivero y estamos viendo qué hacer. La idea es salir a buscar a quién producirle”.
Baldomero Ortega menciona que aunque la producción de plántulas ha disminuido, ellos mantienen al mismo personal en el vivero; “de los ahorros del ejido estamos invirtiendo en la producción de planta”.
Para Aurelio Bastida, el profesor de Chapingo que ha estudiado el caso Peñuelas Pueblo Nuevo durante años, el ejido es un ejemplo porque la organización les ha permitido tener un aprovechamiento forestal sostenible. Además, los ejidatarios han logrado construir y mantener sus empresas forestales comunitarias, incluso sin el apoyo de las autoridades.
Pablo Ortega comenta que, en su caso, el manejo forestal comunitario le cambió la vida. Fue lo que le permitió regresar a su tierra e, incluso, capacitarse para ahora ser todo un experto en silvicultura y, en especial, en las semillas de esos pinos y oyameles que dominan el paisaje que rodea a su comunidad.
Este trabajo se publicó originalmente en Mongabay Latam
Hay una ira creciente por la poca ayuda que llega a las ciudades y pueblos de las montañas del Atlas.
El bebé de Khadija aún no tiene nombre y su primer hogar es una tienda de campaña junto a la carretera.
Nació minutos antes de que se produjera el mortífero terremoto del viernes por la noche en Marruecos.
Aunque Khadija y su hija salieron ilesas, el hospital de Marrakech donde se encontraban fue evacuado. Tras una rápida revisión, les pidieron que se marcharan apenas tres horas después del nacimiento.
“Nos dijeron que teníamos que irnos por miedo a las réplicas”, explicó.
El sismo de magnitud 6,8 sacudió el centro del país, con epicentro a 71 kilómetros de la turística Marrakech. Por ahora se cuentan más de 2.100 personas fallecidas en una decena de provincias y el número de heridos ha ascendido a más de 2.420. Unos 20 minutos después hubo una réplica de magnitud 4,9.
Con su recién nacida en brazos, Khadija y su marido intentaron tomar un taxi a primera hora del sábado para ir a su casa de Taddart, en la cordillera del Atlas, a unos 65 kilómetros de Marrakech.
Pero de camino se encontraron con que las carreteras estaban bloqueadas por corrimientos de tierra y sólo llegaron hasta el pueblo de Asni, a unos 15 kilómetros de su destino final.
Desde entonces, la familia vive en una tienda de campaña básica que han logrado construir junto a la carretera principal.
“No he recibido ninguna ayuda ni asistencia de las autoridades”, nos dijo, sosteniendo a su bebé mientras se protegía del sol bajo un endeble trozo de lona.
“Pedimos mantas a algunas personas de este pueblo para tener algo con lo que taparnos. Sólo tenemos a Dios”.
Khadija nos contó que sólo tiene un conjunto de ropa para el bebé.
Amigos de su ciudad natal les han contado que su casa está muy dañada y no saben cuándo podrán tener un lugar adecuado donde alojarse.
Cerca del lugar donde Khadija acampa, la frustración crece a medida que pasan los días y apenas llega ayuda a los pueblos y aldeas de las zonas montañosas al sur de Marrakech.
En Asni, a solo 50 kilómetros de Marrakech, la gente dice que necesita ayuda urgente.
Un grupo de gente enfadada rodeó a un reportero local y le arrojaron sus frustraciones: “No tenemos comida, no tenemos pan ni verduras. No tenemos nada”.
El reportero, en el centro de la multitud, tuvo que ser escoltado y llevado lejos por la policía, mientras la gente aún lo seguía, desesperada e intentando desahogar su ira.
“Nadie ha venido a nosotros, no tenemos nada. Sólo tenemos a Dios y al rey”, dijo un hombre de la multitud que no quiso dar su nombre.
Desde el terremoto vive al margen de la carretera principal del pueblo con sus cuatro hijos. Su casa sigue en pie, pero todas las paredes están muy agrietadas y tienen demasiado miedo para quedarse allí.
Han conseguido volver y coger algunas mantas, lo único que ahora tienen para dormir.
En un momento, un camión pasó entre la multitud. Algunas personas intentaron hacerle señas, esperando desesperadamente que les dejara suministros. Pero el camión siguió su camino, seguido de abucheos.
Algunos dicen que han recibido tiendas de campaña de las autoridades, pero no hay suficientes para todos.
Cerca de allí está Mbarka, otra persona que vive en una tienda de campaña. Nos guió por las calles laterales hasta su casa, en la que ya no puede vivir.
“No tengo medios para reconstruir la casa. De momento, sólo nos ayuda la gente de la zona”, nos contó.
Vivía allí con sus dos hijas, su yerno y tres nietos.
Cuando su casa empezó a temblar, salieron corriendo y casi fueron alcanzados por el derrumbe de una casa mucho más grande que empezó a deslizarse colina abajo.
“Creemos que el gobierno ayudará, pero hay 120 pueblos en la zona”, dijo su yerno Abdelhadi.
Con tanta gente necesitada de ayuda, un gran número de personas tendrá que esperar más tiempo para recibir asistencia.