En los nuevos libros de texto gratuitos de la SEP para alumnos y docentes aparecen conceptos como “opresores y oprimidos”, la mención de que existen “clases sociales” y críticas al sistema económico capitalista. Sin embargo, a decir de especialistas, “no hay elementos” y es “arcaizante” calificar a los nuevos libros de texto gratuitos como comunistas.
Al revisar los materiales no se encontró que en ellos se impulsen textualmente conceptos como la abolición de la propiedad privada, aunque en “Un libro sin recetas para la maestra y el maestro” sí se indica que es un “mito” considerarla fundamento del desarrollo de la persona humana.
Tampoco se habla de expropiaciones o de que el Estado tome el control de las industrias o de los bienes de producción. Sin embargo, sí hay una crítica al capitalismo, al considerarlo como una “forma de opresión”.
Además de menciones constantes en contra del “neoliberalismo”, criticando medidas como la reforma energética que permitió la inversión privada en el sector y planteando como un cambio de paradigma al actual gobierno de López Obrador.
El Dr. Luis Herrán Ávila, especialista de la Universidad de Nuevo México, dijo a Animal Político que “no hay elementos” para calificar a los nuevos libros de texto gratuitos como “comunistas”. En ese mismo tono, el Dr. Sebastián Rivera Mir, investigador de El Colegio Mexiquense, señaló que calificar de “comunistas” a los nuevos libros de texto gratuito es “arcaizante” —término que refiere a lo viejo o antiguo—.
Por otro lado, voces como las de la académica Denise Dresser critican que en los nuevos libros de texto se plantee una “ideologización”, insistiendo en la dicotomía de opresores y oprimidos. Por otra parte, el investigador Raúl Trejo Delarbre señaló en una de sus columnas que “en los nuevos libros no se propone un cambio comunista, ni socialista” sino una “idealización de la pobreza”, incluso un conformismo ante ella.
El comunismo puede definirse y entenderse desde la teoría y la práctica; al ser tanto una doctrina como un sistema político basado en la lucha de clases y en la supresión de la propiedad privada.
En la historia del México contemporáneo se han presentado episodios en los que se ha acusado a la educación de comunista y en los que se tuvieron reacciones similares a las que observamos en días recientes, por ejemplo: en 1930, a causa del proyecto de educación socialista impulsado por el expresidente Lázaro Cárdenas; y en 1960, luego de que se creara la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg).
El martes 2 de agosto en Hechos, el noticiero de TV Azteca, se aseguró que “México está en peligro por un virus que se creía erradicado: el virus comunista”. El periodista Javier Alatorre afirmó que “su resurgimiento está en la educación comunista que la Secretaría de Educación Pública busca imponer a las niñas y a los niños de México”.
Alatorre aseguró que los manuales para los maestros están “en contra de la libertad” y que promueven “el desprecio al trabajo, a la cultura, a la religión y hasta a la familia”. Asimismo, el periodista acusó que los manuales para los maestros utilizan términos como “opresor y oprimidos”, “clases sociales” y “lucha de clases” —todos ellos conceptos pertenecientes al terreno teórico del comunismo—.
En tanto el dueño de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, refirió en su cuenta de Twitter que está “a favor de la familia tradicional” y “en contra del rencor social, de incentivar el odio a través de forzar una ‘lucha de clases’”.
Una revisión de los libros de texto que realizó Animal Político encontró el uso de algunos de los conceptos referidos en los libros para el docente, por ejemplo en: “miles de hombres y mujeres de todas las clases sociales”, para explicar la interculturalidad.
O para describir a la pedagogía decolonial, donde sí se establece que a lo largo de la historia han existido opresores y oprimidos, tomando como referencia al pedagogo y filósofo Paulo Freire:
“En las perspectivas decoloniales la pedagogía parte del oprimido, como afirma Freire. Centra la crítica en la concepción colonial de la educación. Paulo Freire anotó que se necesita una pedagogía del oprimido, que hay que aprehender con él; a esto apunta la pedagogía decolonial”, se lee en uno de los materiales.
Asimismo, esta revisión encontró que se hace referencia al “capitalismo” como un sistema en el “persiste” el “poder colonial” bajo “formas de conocimiento totalizantes que reafirman el binomio dominador-dominado”.
De igual manera, el capitalismo es descrito como una de las “grandes formas” de opresión.
“La expresión ‘el sur global’ es una metáfora del sufrimiento humano causado por las grandes formas de opresión (capitalismo, colonialismo, patriarcado, feminicidio, entre otras)”, indica el libro para los maestros en su fase 5.
Finalmente, en el libro para el maestro Fase 1, correspondiente a los grados primero y segundo de primaria, existe un capítulo titulado “¿Soy un opresor, soy un oprimido?; ¿existen las clases sociales? Dinámicas de poder y control que se ejercen sobre las personas”.
En este capítulo se incluye una cita de Pablo Freire que califica de “mito” a “la propiedad privada como fundamento del desarrollo de la persona humana, en tanto se considere como personas humanas sólo a los opresores”.
Asimismo, en el mismo capítulo se indica: “el principio básico que debemos cuestionar es aquél que señala que hoy no existen las clases sociales; que el modelo de liberalismo económico generó dinámicas según las cuales todas las personas, como emprendedores y en la búsqueda del bienestar personal, son los dueños de sus destinos”.
El texto recomienda a los maestros que las reflexiones de este capítulo se compartan en las academias escolares en un análisis que “dé cuenta del reconocimiento de las dinámicas de poder y control que se ejercen en sus comunidades”. Sin embargo, es necesario aclarar que todos estos conceptos fueron encontrados en los libros o manuales para el docente y no en los ejemplares para las y los estudiantes.
Entre las acusaciones a las que se atribuye este calificativo se encuentra, por ejemplo, una conversación entre tres niños que se encuentran en el Zócalo. Dos de ellos hablan variantes del me’phaa y se encuentran con un tercer niño que intenta menospreciar su lengua.
“Buenos días, indios”, dice Pascacio. “Buenos días, presumido”, le responden Juan y Pedro, para luego destacar que ellos hablan dos lenguas, mientras que Pascacio solo una, lo cual es “preocupante”. Finalmente, Pascacio se disculpa con ellos.
Esta historia, presente en los nuevos libros de texto gratuitos, es la que colocó en un tuit la senadora panista Kenia López Rabadán, para acusar que “¡El comunismo de @lopezobrador_ quiere dividir a los mexicanos!”.
La historia “Los niños me’phàà”, que la senadora utiliza como ejemplo para acusar de “comunismo”, forma parte del libro “Nuestros lenguajes” de primero de primaria. La usuaria de TikTok, Gabriela Galmos, siguió las pistas del cuento y encontró que la historia fue escrita por la niña Érica Cabrera, perteneciente a la Escuela Miguel Hidalgo y Costilla Alcamani, de Guerrero y forma parte de un compendio de cuentos escritos por niños y niñas indígenas.
Asimismo, en redes sociales es posible encontrar múltiples asociaciones entre la forma en la que los nuevos libros de texto gratuitos presentan la información sobre temas de género, sexualidad y familias diversas con el comunismo.
Por ejemplo, en Facebook un usuario señala: “Así es la transformación de los libros de texto. Ahora la ideología comunista y de género, con lucha de clases, odios y resentimientos de López Obrador, son la identificación de lo que quieren imponer a nuestros hijos y nietos desde la SEP y sus ideólogos comunistas”.
Para echar luz sobre este tema Animal Político entrevistó al Dr. Luis Herrán Ávila, historiador de la Guerra Fría en América Latina, con énfasis en movimientos conservadores, anticomunistas y de extrema derecha y al Dr. Sebastián Rivera Mir, investigador de El Colegio Mexiquense, cuyas líneas de investigación son la historia de la educación y la cultura.
Cuestionado sobre si era adecuado el uso de la etiqueta “comunista” para calificar a los nuevos libros de texto, el doctor Luis Herrán Ávila respondió que “definitivamente no” y agregó que “no hay elementos que justifiquen el uso de esa etiqueta”.
El investigador refirió que “si analiza uno la retórica de estos reportajes de TV Azteca están hablando de comunismo, cuando lo que hay quizás es, por ejemplo, una crítica al individualismo capitalista; que bueno, la crítica al individualismo capitalista también lo tiene la doctrina social católica. Entonces eso no es comunismo, es una crítica al capitalismo”, dijo.
Herrán aseguró que “simplemente no tienen ni pies ni cabezas esas equivalencias que hacen”. Pero precisó que es justamente eso lo que “nos permite ver cómo se trata de una estrategia burda, pero una estrategia muy intencional de utilizar el término comunismo para infundir miedo, para espantar, para inducir pánico”.
Sebastián Rivera Mir señaló que llama su atención como historiador cómo después de 20 o 30 años, “haya sectores políticos no solo en México, digamos en el mundo entero, en Estados Unidos, incluso en Europa, en Asia, en todos lados, recurriendo a un discurso, que si uno lo pone en términos prácticos y concretos, es bastante arcaizante”.
El investigador del departamento de historia de la Universidad de Nuevo México mencionó que “en todo proyecto político, llámese liberal, comunista, fascista —podemos poner los ‘ismos’ que queramos—, su aparato educativo va necesariamente a reflejar una serie de metas respecto a el tipo de individuos y comunidades e identidades que quiere formar”.
“Los libros de texto son instrumentos importantes para llevar a cabo un proyecto político, pero como lo son en cualquier parte del mundo y como lo fueron en México durante el siglo XX” no es algo muy distinto a “lo que han hecho otros gobiernos anteriores”, señaló Herrán.
“Pareciera que hay libros que son limpios o neutrales y otros libros que son tendenciosos”, mencionó Sebastián Rivera Mir, “cuando en realidad todos los libros, precisamente porque son el resultado de un trabajo intelectual, tienen una carga ideológica-política que representa al autor, que representa la editorial, que representa a quien lo financia, representa distintos actores que están detrás de ese material” dijo.
El investigador de la Universidad de Nuevo México destacó que en México “el anticomunismo realmente cobra mucho más fuerza a raíz de la Revolución y muy concretamente a raíz de la Constitución de 1917” donde se establecieron, dijo, la educación laica, la separación iglesia – estado y cuestiones como la la idea de la función social de la propiedad y los derechos laborales.
Asimismo, durante el cardenismo la expansión del aparato educativo en México vino con una idea de la educación socialista que era la idea de “promover la igualdad entre clases sociales y una educación científica”. De igual forma, destaca el investigador, “rechazaban la idea de educación sexual y lo vinculan con un intento del comunismo por pervertir a la niñez”.
Sebastián Rivera Mir señala que en la década del 30 en México uno de los opositores fue “la derecha anti libresca; que dice que en realidad los libros no deberían de estar en la sala de clases y que la gente debería de aprender de La Biblia o del ejemplo del preceptor que está delante”.
También en el año 1960, señala Herrán, cuando se crea la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, las reacciones fueron muy similares. “La reacción viene de sectores conservadores de la sociedad mexicana que veían con mucha desconfianza la idea de que existiera un texto único y que ese fuera a imponer en las escuelas públicas”.
En Memoria Política de México, Doralicia Carmona menciona que, ante la obligatoriedad de los libros de texto gratuitos se acusó al Estado “de tratar de uniformar el pensamiento de una generación de acuerdo con las ideas de unos cuantos autores” y a los libros de “antipedagógicos”. A las protestas se unieron la Unión Nacional de Padres de Familia, el Partido Acción Nacional y la Barra Mexicana de Abogados.
El texto de Doralicia Carmona señala que a partir de agosto de 1960, “comenzó una campaña de propaganda contra el poder del Estado que argumentaba la violación a las libertades individuales y señalaba la postura antirreligiosa del comunismo. La polémica dejaba de concentrarse en el aspecto ideológico y se transformaba en una disputa de carácter político”.
“Ya no estamos en la Guerra Fría, la Unión Soviética ya no existe. Existen gobiernos que se dicen comunistas. Pero bueno, ya son cualquier otra cosa”, indica el investigador de la Universidad de Nuevo México. “Esa amenaza en términos reales no existe, pero al conectar el término comunismo con cosas como la tiranía, cosas como la destrucción de la propiedad privada o de la libre empresa, o tocando estos botones de la educación de la sexualidad eso le da al término comunismo unos significados muy palpables”.
“Entonces no importa que la Unión Soviética ya no exista, no importa que el comunismo internacional se haya desintegrado, para mucha gente, no sé cuánta, pero para mucha gente el término comunismo todavía significa todas esas cosas”, señala Herrán.
Por otra parte el Dr. Sebastián Rivera Mir indica que: “En realidad deberíamos de cuestionarnos por qué el debate sobre los libros de texto no ha sido tan profundo en los últimos 30 o 40 años … Me parece muy sano discutir y me parece muy poco sano no haberlo hecho durante tanto tiempo”, destacó el investigador del Colegio Mexiquense.
Mi pasión por el paracaidismo me llevó al límite, pero un accidente que me alejó de él para siempre me reveló mi verdadera misión en la vida.
La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.
Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.
Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.
Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.
Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.
Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.
Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.
Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.
Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.
Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.
Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.
Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.
Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.
Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.
La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.
Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.
Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.
Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.
Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.
Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.
Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.
Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.
“¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.
Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.
Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.
“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.
Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.
La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.
Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.
Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.
Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.
Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.
Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.
Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.
Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.
Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.
Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.
En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.
Un día, en febrero de 1984, todo cambió.
Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.
La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.
Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.
Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.
Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.
Le pedí un beso, y saltamos.
Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.
Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.
Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.
Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.
Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.
Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.
Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.
Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.
La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.
Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.
Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.
Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.
Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.
Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.
Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.
Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.
Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.
Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.
Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.
Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.
Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.
Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.
Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.
Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.
Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.
Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”
Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.
Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.
Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.
Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.
Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.
No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.
Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.
Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.
En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.
Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.
Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.
En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.
Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.
Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.
Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.
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